VIERNES 20 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Blanca Rubio Ť

La debacle agropecuaria

Desde hace varias décadas el campo mexicano ha enfrentado una situación adversa que se ha interpretado comúnmente como resultado de una profunda crisis productiva. La cifras, en efecto, parecen corroborar esta idea. Durante el actual sexenio la producción de los principales cultivos prácticamente se estancó pues creció a 0.74 por ciento, mientras que en frijol, soya y trigo hubo descensos considerables. La debacle productiva ha llevado a la drástica reducción del número de productores pues de 4 millones que existían en 1994 hoy solamente participan en el mercado 300 mil. (La Jornada, 06/09/00).

En contrapartida con el declive agropecuario, la industria de alimentos, bebidas y tabaco registró un crecimiento del PIB de 4.2 por ciento en promedio durante el sexenio y 6 por ciento anual del volumen producido. (El Financiero, 22/09/00). Este contraste nos obliga a reflexionar sobre la relación de la industria alimentaria con la rama que le abastece de insumos para su transformación.

Las empresas alimentarias productoras de harinas de trigo y de maíz, pan y tortillas, alimentos balanceados para animales, derivados de lácteos, aceites vegetales comestibles, etcétera, constituyen las principales consumidoras de la producción agropecuaria nacional. En el caso de los granos y oleaginosas las agroempresas consumen 62 por ciento del consumo nacional. (El Financiero, 22/09/00). Este hecho las coloca en una situación privilegiada frente a los productores, en tanto les permite influir sobre el precio y las políticas públicas hacia el campo.

El poder de las grandes agroempresas se ha fortalecido a partir de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, que abrió las puertas a la importación de insumos extranjeros, principalmente provenientes de Estados Unidos, con lo cual, dichas empresas tienen ahora la capacidad para elegir la procedencia de los insumos que utilizan. Toda vez que los precios internacionales de los alimentos se han mantenido en general a la baja durante los últimos años, las empresas agroalimentarias privilegian la compra externa de insumos y con ello obligan a los productores nacionales a reducir el precio incluso por debajo de sus costos de producción.

Como los productores mexicanos no cuentan con los enormes subsidios asignados a los productores estadunidenses, los bajos precios que obtienen los someten a continuas quiebras y en consecuencia, la producción nacional tiende a declinar. Frecuentemente los productores nacionales no encuentran comprador porque en el momento de las cosechas, las agroempresas están comprando insumos importados, hecho que ha llevado a que nos convirtamos en un país con déficit productivo y sobreproducciones recurrentes. No somos capaces de producir todo lo que consumimos pero sobra maíz en Sinaloa, frijol en Zacatecas y leche en el estado de México que no encuentran mercado.

Las agroempresas alimentarias se benefician de los bajos precios internos y externos pero venden sus productos finales a precios elevados. Por esta razón, la canasta básica de consumo se ha encarecido en 351 por ciento en lo que va del sexenio, de tal modo que el sacrificio de los productores no redunda en beneficios para el consumidor.

El declive productivo que ocurre en el campo no responde por tanto a una sempiterna crisis del agro, sino al dominio perverso de las grandes empresas agroalimentarias sobre los productores agrícolas. Este dominio excluyente forma parte del modelo neoliberal y, por ello, la política que se perfila con el futuro gobierno panista, tendiente a fortalecer la apertura comercial, impulsar la reconversión productiva en beneficio de las grandes empresas agroalimentarias y restringir el apoyo del Estado a los productores, redundará en un mayor deterioro del campo mexicano.