JUEVES 19 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Olga Harmony Ť
Edipo rey
Antes de hablar de ''la más perfecta de las tragedias" escenificada por el Teatro Nacional de Grecia y llegada a nuestro país principalmente para presentarse en el Cervantino, creo pertinente referirme a otra compañía prestigiada, en todo diferente es cierto, que se presenta en el festival mostrando ni siquiera ecos de lo que fue hace tres décadas. Del viejo Teatro Negro de Praga de Jiri Srnec, que disfrutamos aquí también en su momento, se desprendió este Teatro Negro Lumeco que presentó la tediosa Historia de Juanito, espectáculo infantil muy por debajo de lo que ofrecen grupos nacionales. Tal pareciera que sin los grandes apoyos que tuvieron los teatros de los países del Este europeo se inició una debacle de la que penosamente aparecen jirones de las antiguas compañías, que aprovechan prestigios pasados para hacer giras en festivales y diferentes sedes. La torpeza de lo que presenciamos nada tuvo que ver con la gracia de lo que muchos recordábamos y otros, más jóvenes, esperaban. Pero habrá que entrar en materia y ocuparnos de un montaje que sí merece detenimiento.
Como es bien sabido, Sófocles retoma para su tragedia un viejo mito presente ya desde los tiempos homéricos y que dará lugar a un conjunto de tragedias tebanas en que se involucran los más grandes dramaturgos griegos. La fuerza de esta tragedia, tal vez la más representada (y hace poco la vimos en una escenificación de la Compañía Nacional de Teatro dirigida por José Solé) estriba en su estructura, en las participaciones del coro como si fueran un personaje más, sus caracteres, y el vuelco de fortuna o peripecia que se da en el momento del reconocimiento (anagnórisis) que la convierte en un ejemplo cabal de la tragedia. Si inspiró a Sigmund Freud -en la totalidad de su trama y en el parlamento de Yocasta: ''(muchos) sueñan con yacer con su madre"- conserva en la actualidad la capacidad de conmover por el injusto destino de este héroe que transgrede por error.
Vassilis Papavassileiou, el director y adaptador al griego moderno de la tragedia, insiste en su idea de que no trata de explicarla sino de interpretarla, conservando el misterio de todo cuestionamiento. Y aunque no leyéramos sus palabras en el programa de mano, el montaje mismo nos daría cuenta de ello, ya que se trata de una traducción escénica moderna de la artificiosidad que sin duda tuvo el antiguo teatrero clásico, cuya transcripción antropológica se antoja imposible. Papavassileiou conserva media máscara para los integrantes del coro y una rampa que podría sustituir al proskenion en la que sólo estarán los personajes y alguna vez algún miembro del coro, mientras éste evoluciona en dos áreas bajas. Maniquíes muy blancos, marmóreos, con vestimentas modernas del mismo material, tienden el puente entre la antigüedad clásica y los tiempos actuales, que el vestuario de los personajes (debido al escenógrafo Yorgos Ziakas) mantiene en singular mixtura.
Al arranque, la muy conocida tragedia discurre en un tono neutro casi coloquial, en el que los miembros del coro (que se reparten los parlamentos en lugar de decirlos en conjunto, recurso que ya es muy usual en las escenificaciones de teatro griego) son los ancianos con bastón que se mueven lentamente. Poco a poco todo va ganando en intensidad, el coro olvida el bastón y se yergue, sus pasos son más rápidos, entonan cánticos (la música es de Dimitrios Kamarotos) e incluso una muy bella voz femenina se eleva entre las de los varones.
Nunca me he podido explicar en qué consiste el aliento trágico al que todos aluden y en verdad que nada sabemos de cómo se representaban las tragedias en el siglo de Pericles, aunque Aristóteles ya despotrica en la Poética contra algunos actores que gesticulaban en demasía, hoy diríamos que se sobreactuaban. Y sin embargo, el aliento trágico es algo que existe y que se puede reconocer. En esta escenificación empieza a recorrer el escenario desde el momento en que Yocasta -interpretada por Jenny Gaitanopolou, actriz de fuerte presencia que hasta entonces había sido, simplemente, una esposa confortadora- y que tiene su más elocuente ejemplo en la interpretación del Edipo cegado que hace el actor Grigoris Valtinos, en un crecimiento dramático en que incluso el coro cobra gran artificialidad y fuerza con los tubos de metal que figuran un elemento escenográfico más, resonante y duro.