JUEVES 19 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Adolfo Sánchez Rebolledo Ť

El filósofo Abascal

La filosofía personal del señor Abascal es alucinante. Quien en tiempos no muy lejanos fuera dirigente máximo de la confederación patronal, mejor conocida por sus siglas como la Coparmex, confiesa en una entrevista a La Jornada que nunca fue un capitalista, pero llegó a mimetizarse tan bien con la psique de los patrones que llegó a ser y sentir como ellos. "Yo fui presidente --dijo al reportero Roberto Garduño-- de un sindicato empresarial, pero (sic) toda mi vida he sido trabajador, y si fui presidente de ese sindicato fue porque como trabajador me tomé las cosas muy en serio y actué como si fuera dueño. Pero ése no ha sido mi trayecto: he sido empleado, obrero de un taller de imprenta y mensajero, hasta llegar a director general". Sin embargo, no se espere de esas remembranzas una receta para convertirse en dueño sin capital ya que, en definitiva, "...para mí --concluye-- ser trabajador o ser empresario es un accidente, ahí está la clave del asunto".

Si las distinciones clásicas en esta materia --patrón/trabajador-- no sirven, dado el accidente primigenio que ordena al mundo laboral, urge entonces aceptar una visión diferente, un humanismo de raíz católica entreverado con el aliento de la reforma neoconservadora, que sea capaz de realizar el milagro cultural de sustituir añejas diferencias, equivocadamente clasistas y por lo mismo ilusorias, por una fraternidad productiva universal donde "el patrón asume una responsabilidad respecto al desarrollo integral del trabajador, pero éste asume una responsabilidad igual" (Ƒo sea respecto del desarrollo integral del patrón?), pues a fin de cuentas ambos son "actores" en igualdad de condiciones.

Claro que esa horizontalidad entre iguales tiene sus límites, no se vaya usted a creer. Dice Abascal: "Estamos hablando de personas, no de un inferior y un superior. Esto no va contra las jerarquías y las líneas de autoridad con las cuales todo grupo humano tiene que organizarse. Tiene que haber autoridad en el sentido formal y tiene que haber líneas de reporte" (sic). Aunque no explique a continuación si dicha autoridad es obra del mismo accidente fundacional o resultado de un cataclismo distinto. Si algún consejo positivo queda a los trabajadores es aquél de tomarse en serio la empresa "y actuar como dueño", lo cual resume en una máxima toda la filosofía de la "nueva cultura laboral" que sustenta el antiguo representante del empresariado.

Durante la entrevista, no logra ocultar su condición de ideólogo de grandes vuelos y para ilustrar mejor su propio humanismo se inventa como adversario virtual un marxismo a modo, a fin de pergeñar un batidillo ideológico calentado con los rescoldos de la guerra fría. "Si para mí, por ejemplo, para el marxismo el trabajador debe oponerse a la explotación del patrón hasta implantar la dictadura del proletariado, entonces estaría diciendo que lo esencial en el hombre no es ser hombre, lo esencial para ellos es ser trabajador, me rebelo, no acepto esa definición, lo esencial es ser mujer u hombre y no trabajador". Por eso, tal vez, la Secretaría del Trabajo habrá de llamarse desde ahora Secretaría de la Cultura Humana, o algo semejante.

A final de cuentas se trata de suprimir la "distorsión cultural" que, en su perspectiva (no interesada ni parcial), es la causa de las plagas que abaten al sindicalismo mexicano, retrasa la modernización productiva y nos hunde en el conflicto permanente, impidiendo recuperar "el concepto de la unidad humana dentro de la empresa", que es la esencia de la nueva cultura laboral asumida por el equipo del presidente electo.

Vista la filosofía del encargado de los temas laborales en el equipo de transición, en el futuro próximo también los sindicatos mexicanos tendrán que refundarse para sobrevivir, y en los años que vienen deberán expresar su voz ante una reforma que por diversas razones, a más de inminente, parece necesaria. Que dicha reforma sirva al país, a las empresa y a los trabajadores dependerá de nuestros legisladores, del grado de cohesión que sean capaces de alcanzar los sindicatos para convertirse en un real interlocutor, así como de la profundidad de sus propuestas. De no hacerlo así, entonces sí se impondrá como cuchillo en mantequilla la idea patronal en la ley. Y la victoria cultural será total.