MIERCOLES 18 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Marcos Roitman Rosenmann Ť
ƑDónde nace la flexibilización del trabajo?/ I
Desde los años setenta y como consecuencia de la llamada crisis del petróleo se cuestionó el tipo de relaciones industriales dominantes en los países de desarrollo capitalista. Nadie después de la Segunda Guerra Mundial podía pensar que los postulados keynesianos y las políticas fundamentadas en un fortalecimiento de la demanda podrían entrar en crisis. Es más, las fuertes tasas de crecimiento económico y la ampliación de las coberturas sociales para los trabajadores, al menos en Europa occidental, consolidaron las relaciones asalariadas.
El estilo de desarrollo capitalista entre 1950 y 1975, aproximadamente, hizo que los salarios, la productividad y el consumo se consideraran un "círculo mágico", cuya complementariedad creaba un orden institucional-político escasamente conflictivo. Bajos índices de desempleo e inflación eran sus logros. Igualmente, una actitud de compromiso entre empresarios, trabajadores y poder político, mostraba lo adecuado de dicha estrategia de desarrollo para impulsar un crecimiento sostenido de la economía.
Por otro lado, la ampliación del trabajo asalariado trasformó la conducta de sindicatos y organizaciones empresariales. Sus representantes tenían metas concretas. "Así pues, el circuito económico se cierra a través de un crecimiento acumulativo: un fuerte nivel inicial de inversión permite una modernización/reconstrucción de la industria y, por lo tanto, importantes aumentos potenciales de la productividad; por su parte, los trabajadores aceptan los principios de organización del trabajo y dejan la iniciativa en este campo a las direcciones empresariales, concentrando sus reivindicaciones en el poder adquisitivo. Los conflictos del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial desembocan en un compromiso de facto, si no de jure: para los encargados de la gestión, las elecciones referentes a los métodos de producción; para los asalariados, una parte de los 'dividendos' del progreso, es decir de los aumentos de la productividad así obtenidos".
ƑPero que pasa en América Latina durante la década de los años cincuenta? El proyecto fue el mismo. Sólo que trunco, como señaló Fernando Fajnszylbert.
Los cambios políticos y la adopción de las recomendaciones de CEPAL, años cincuenta y sesenta, buscaron articular una sociedad de consumo de masas, ampliando la demanda con la incorporación de parte de la población asalariada a los beneficios derivados de la productividad del trabajo. Sin embargo, uno de sus más brillantes impulsores, Raúl Prebisch, explicó en su obra: Capitalismo periférico. Crisis y transformación por qué no fue posible conseguir dichos fines: "Tras larga observación de los hechos y mucha reflexión, me he convencido que las grandes fallas del desarrollo latinoamericano carecen de solución dentro del sistema prevaleciente. Hay que trasformarlo. Muy serias son las contradicciones que allí se presentan: prosperidad y a veces opulencia, en un extremo; persistente pobreza en otro. Es un sistema excluyente". Esta constatación costó a Prebisch la marginación y ser considerado hereje.
Sin embargo, tiene razón. Como ejemplo destacan las elevadas tasas de pobreza, nunca bajan de 40 por ciento para el conjunto de la región. Igualmente, los proyectos de transformar las estructuras oligárquicas dan como resultado un proceso híbrido en el que los grupos tradicionales ceden el poder formal, pero mantienen, por redes familiares, el poder real. Los cambios en la estructura social y en las relaciones industriales mezclan relaciones industriales fordistas con formas de explotación propias del colonialismo interno.
Se modernizó, sí, pero el impulso no duró demasiado. La dependencia y las relaciones centro-periferia, según se prefiera, mostraron rápidamente los límites de un proceso de trasnacionalización. La dependencia industrial-financiera y la falta de inversión en I&D evidencian el control de las multinacionales sobre el proceso de industrialización. No olvidemos que las industrias más modernas fueron justamente filiales de las empresas multinacionales.
Las relaciones sociolaborales, que en los países dominantes se asentaban en el fordismo, en América Latina fueron poco representativas en el mundo laboral. En las empresas y sectores productivos que asumieron el fordismo, sus trabajadores pasaron a constituir la llamada nueva clase obrera. Tildada de aristocracia, no fue representativa del conjunto de relaciones sociolaborales existentes en la región para la década de los años cincuenta y setenta. Por ello, entre otras razones, las políticas desarrollistas no llegan a conformar un orden institucional-político capaz de establecer mecanismos de integración.
El Estado benefactor o mejor el estado del Bienestar que marcó el estilo de desarrollo en el centro capitalista, en América Latina ha sido una quimera. Hoy debería seguir siendo un objetivo político, dado que nunca se ha construido un sistema donde la redistribución de la renta y las políticas de empleo llegaran a configurar una sociedad homogénea constitutiva de una ciudadanía plena e integradora.
Por el contrario, se atacaron sus postulados y se responsabilizó a las políticas de empleo y a la intervención estatal de la crisis. Se cuestionaron el fordismo y el keynesianismo como motores de la actividad industrial y del proceso de acumulación de capital. Un nuevo proyecto refundacional se abriría paso.