¿Quién se exime de tentar a la suerte? En
uno u otro momento todos afrontamos la posibilidad de hacerla o deshacerla
en la vida por causas ajenas a nuestro
control. (La Suerte: aquello situado fuera de nuestra voluntad, pero no
del poder de atracción o rechazo de nuestras vibraciones.) No hay
cosa como el indiferente que jamás ha comprado un billete de lotería,
arrojado unos dados, adquirido el boleto de una rifa, apostado al triunfo
de su equipo o campeón de box. ¿Es concebible la persona
que en algún instante, así sea subrepticiamente, no imagine
el universo como el paño verde en donde colocar ventajosamente las
fichas?
Los discursos al respecto son interminables. Hay uno muy positivo, por así decirlo, propio de quienes reflexionan el día entero para ahuyentar los fantasmas del desempleo: ''La Suerte no te elige, tú la llevas contigo a todas partes, o no la llevas a ninguna, y eso empieza cuando naces en una choza o en un palacio..." Y hay el alegato de los convencidos de cuán fácil es ponerle trampas a la oportunidad. Allí está el matemático aficionado, convencido de que con astucia científica y técnicas infalibles le robará a la suerte sus secretos. El acude a la computadora por horas y meses y años en pos de la fórmula que le permitirá acertar con el número premiado. A la oportunidad la pintan seducible (...)
Las imágenes se desprenden de las leyendas de la Suerte y son arquetípicas precisamente por no corresponder a la experiencia mayoritaria. Por supuesto, sólo unos cuantos al cabo de los años se suicidan por quedarse sin nada, y si bien todavía se dan los desastres familiares a causa de la afición enloquecida del jefe de la casa por el juego, o si no son tan insólitos los saltos de la medianía o la pobreza a la prosperidad sin recato, lo frecuente es lo opuesto: el trato confiado con la suerte, la paciencia con que se le aguarda, el rito de la aceptación de lo excepcional de la fortuna.