MARTES 17 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Marco Rascón Ť

Lección para entender la historia

ƑEn qué momento Carlos Salinas se escindió de la clase política que ayer lo adulaba y hoy lo condena? ƑQué país era el que creía en Salinas y cuál es el que ahora lo condena por interferir en sus expectativas, muchas fundadas por el que ahora es condenado?

Quizá Colosio murió por indefinición política: para los partidarios de la continuidad era un rupturista, y para los defensores de la alternancia de grupos en el poder, era un heredero de Salinas. De eso acusa Salinas a Zedillo, luego de que Córdoba Montoya fraguara el pacto entre el viejo PRI oligárquico y los restos de la "generación del cambio". Lo cierto es que el comportamiento de Salinas como villano enloquecido, puede explicar muchos de los misterios de la usurpación salinista y sus secuelas: beneficiarios de la privatización de medios de comunicación, el incendio de San Lázaro, los crímenes de perredistas defensores del voto, entre otros.

Carlos Salinas ha dejado como gran y dura lección lo que sucede cuando un poder se reproduce desde el mismo poder sin consensos, sin legitimidad y sin democracia. Salinas es hoy un camorrista de fama mundial, pero hace unos años sus desplantes eran los de un líder moderno, futuro dirigente de la OCDE, un reformador de estructuras, un estadista hombre del año, que se enfrentaba a viejos esquemas e insertaba a México en la modernidad y los mercados mundiales. Sus apologías se contaban por miles en las cúpulas del poder político y económico, y todo crítico era un defensor del pasado, un neonostálgico del atraso. El mismo PRI no tuvo tanta unidad en torno de él como en aquellos años cuando se hacía carrera política buscando camorra u organizando linchamientos contra opositores, porque esto significaba puntos para el ascenso y era una demostración de lealtad al gran Salinas. Los perredistas asesinados en 1988 fueron víctimas de ese ambiente hostil que él propició mediante la impunidad que concedió a los responsables de estos crímenes, quienes en última instancia jugaron al reconocimiento presidencial y fueron premiados.

Estas prácticas de denostar con la anuencia presidencial, si bien eran parte de las reglas no escritas, Carlos Salinas las llevó al extremo y fueron, según una investigación objetiva e imparcial, una de las causas del asesinato de Colosio, pues si alguien quería cumplir con los deseos no expresados del presidente, la pistola se disparaba sola. Salinas se movió como Nerón: quería a Colosio como hijo, pero lo detestaba y envidiaba por ser heredero. Alguien simplemente cumplió su deseo.

Salinas rompió la regla de oro de no confrontar abiertamente el poder heredado. Su visita fue un golpe al PRI, peor que el 2 de julio, pues su centro de equilibrio, las reglas no escritas, se están desmoronando y esto tendrá beneficios para el país, pues la gobernabilidad a partir de pactos ya no resuelve nada a nadie.

La otra gran lección es para el pueblo de México y su pasividad frente al poder. El repudio hacia Salinas de Gortari es proporcional a la adulación en su sexenio.

En la confrontación Salinas-Zedillo destaca que la mayoría de defensores del actual Presidente son miembros de la corte, lo que no significa lealtad, menos aún cuando éste haya dejado la Presidencia.

Lo aleccionador es que vemos a Salinas y a Zedillo usar todas las armas históricas que el PRI utilizó para atacar a los opositores, ahora contra ellos mismos: hacer de la mentira, el silencio, el chantaje, la amenaza, la prensa pagada, las infiltraciones, las traiciones y el espionaje, un búmerang contra el presidencialismo, pues han recurrido al mismo aparato represivo del Estado para dirimir hoy sus mezquindades.

No es necesario presionar para que tengamos un juicio histórico sobre este episodio, ya lo tenemos. Del fin del régimen falta mucho por ver, pues amplios segmentos de poder local, económico, regionales, están hoy a la deriva frente a la derrota priísta. Vicente Fox oscilará entre la idea bonapartista de ponerse "por encima" de estos conflictos y apadrinar la paz entre Salinas y Zedillo o romper con ellos independientemente de las consecuencias. La tarea no es fácil ya que la misma oligarquía que apoyó en su momento a Salinas y a Zedillo, y que hoy rodea a Fox, siente la fuerza del cambio.

A Salinas y a Zedillo ya no los levanta ni Soraya Jiménez en envión; sin embargo, todavía no es el colapso, pues los intereses económicos aún rigen la política y no piensan en suicidarse como sistema de intereses. Por eso, la lección que deja la personalidad de Salinas ante los mexicanos sólo será aprovechable, si la sociedad en general impide los excesos del poder de gobiernos sin compromiso con los intereses populares y nacionales. Ojalá que esta lección no se olvide hoy ni en futuros momentos decisivos en los que el conservadurismo, más de una vez, ha llevado al país a dejarse gobernar por intereses ilegítimos. Ojalá que nunca más vuelva a suceder.

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