MARTES 17 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Javier González Rubio Iribarren Ť

Nos distingue la amoralidad política

México vive el fatalismo de los finales de sexenio. Ahora, si bien la economía parece estar blindada, no sucede lo mismo con la moral nacional y la amoralidad política emanada, sobre todo, del Partido Revolucionario Institucional.

Si antes, por estas fechas nos debatimos en la angustia económica, en la incertidumbre de las devaluaciones y la recurrente zancadilla a la esperanza de progreso, ahora estamos contemplando, asqueados, cómo se amplía el destape de la cañería de la corrupción salinista que, evidentemente, entró en un proceso de aceleramiento.

Un presidente lo es hasta el último día de su mandato. Un ex presidente es tan sólo eso, aunque tenga alianzas e influencias. Un enfrentamiento se vuelve una lucha de poder. Lázaro Cárdenas le ganó la partida al jefe máximo, Plutarco Elías Calles, que además había sido su amigo y guía. Pero el poder es para ejercerlo.

Carlos Salinas de Gortari, con la sagacidad e inteligencia que nadie le resta, creó un entramado de alianzas políticas y económicas en buena medida vigentes hasta ahora. El ha pensado siempre en el futuro. Pero quiso adelantarlo. El, intocable como se cree, pretendió también provocar y adelantar la que quisiera caída del presidente Ernesto Zedillo. Pretendió construir su propio futuro a partir de mil 400 páginas y de desprestigiar al Presidente. Se equivocó. Entre otras cosas, sobreestimó la fortaleza ya tan menguada de su propio hermano y, a la vez, subestimó cualquier posibilidad de daño que el huésped de Almoloyita pudiera hacerle.

Por otra parte, un presidente no puede permitir que se le intente bocabajear y humillar, menos aún cuando él también disfruta el ejercicio del poder y sabe muy bien para qué sirve.

El panorama político moral del país se perfila complicado porque los mexicanos asistimos como espectadores a un conflicto donde además de la corrupción indudable de un gobierno como el de Salinas, encontramos también, a no dudarlo, la necesidad de dirimir una cuestión de honor y de poder.

Muchas veces en los años recientes ha habido llamaradas de petate en la lucha contra la corrupción; denuncias han ido y venido y todo ha quedado, cuando mucho, en peces menores. ƑSucederá ahora lo mismo? ƑLos contendientes se verán a la salida? No es de creerse que hasta entonces. Salinas de Gortari está indignado porque no ha merecido -ni recibirá- una respuesta directa del presidente Zedillo. No resiste la realidad de que el Presidente de la República no sea su interlocutor.

Falta lo mejor, lo más duro y eso tendremos que ubicarlo en el contexto del derrumbamiento de un sistema que más allá de sus logros muy reconocibles, hizo de la corrupción y la impunidad sus columnas de sostén primordiales.

Lo más lamentable es que los mexicanos nos escandalizamos un poco ante estas cosas, pero ya no nos asombramos; nos parece normal que suceda, que lo que siempre sospechamos resulte, finalmente, cierto, que aceptemos como destino trágico que Espinosa Villarreal haya realizado cualquier cantidad de corruptelas y esté prófugo, que no aparezca Mario Villanueva, etcétera. Quizá no tengamos que pagar, económicamente, un precio muy alto (ya hemos pagado bastante los últimos años), pero la amoralidad política es hoy la reinante en nuestro ejercicio del poder político, y nos distingue en el mundo y nos frustra. Sería bueno que todo se empezara a aclarar de una vez por todas, que se hiciera el desazolve del priísmo cuya corrupción se sofisticó los últimos doce años en una alianza con el poder económico que no tuvo límites, que ha generado severas dudas sobre la honestidad con que se persigue a los narcotraficantes. Sería bueno que pudiéramos empezar de nuevo, con la casa limpia, a recuperar el asombro, la dignidad, y que ningún aspirante a un puesto de elección popular o a un puesto gubernamental tuviera que definirse a sí mismo como honrado, pues eso debiera darse por sentado.