LUNES 16 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť León Bendesky Ť

Diciembre 2

El 2 de julio dejó una marca grande en el campo político con la derrota electoral del PRI en la elección presidencial. El 2 de diciembre será una segunda marca en el nuevo escenario político, cuando las menguadas y cada vez más fracturadas fuerzas priístas dejen de contar con el Presidente de la República como un factor, aunque sea débil, de cohesión.

A veces se hace tan evidente lo primitivo que es todavía el ejercicio de la política en México, y lo complicado que es superar el sistema tan rígido de control que existió por más de 70 años. Hoy es cada vez más claro el grado de descomposición que alcanzó un viejo régimen basado en la impunidad, en los acuerdos de las cúpulas que operan en el gobierno y los negocios, que por su misma endogamia se van haciendo inservibles por tanta "pureza de sangre", en la enorme corrupción y uso patrimonial de los recursos públicos, en el menosprecio de las leyes y la ausencia de su aplicación, en la total falta de rendición de cuentas.

Todo eso no terminó, necesariamente, con la elección de julio pasado. La resistencia de ese sistema de privilegios es aún muy grande y parece querer detener todavía con fuerza la voluntad que tiene la sociedad de sacudirse esa pesada carga. Los recientes hechos protagonizados de nueva cuenta por la familia Salinas es una de las expresiones de esa resistencia. En la pérdida total de perspectiva acerca de sí mismo y de su familia como protagonistas de un México que no les pertenece, el ex presidente puso en evidencia el gran peso del poder sin contención que se ejercía en este país. Y sin importar la manera como haya sido manejada la trama de las acusaciones bibliográficas y de los intercambios televisivos de culpas, todas ellas tuvieron muy poca credibilidad entre un público que estaba colocado incómodamente entre la diversión y el asco.

Otra vez fuimos víctimas de las pugnas internas de los hombres que provenientes del mismo grupo y compartiendo las mismas complicidades ocasionaron enormes costos económicos y políticos a esta sociedad. Los medios de comunicación se regodearon con el festín casi morboso de lo que surge como una incontenible descomposición política, las conversaciones en todos lados no podían girar en torno de otro tema, y muchos personajes que fueron prominentes o que aprovecharon bien sus relaciones con el poder en el sexenio salinista, y en el zedillista también, quedaron en fuera de lugar como ocurre a los delanteros en el futbol cuando no miden bien su posición con respecto a los defensas. Eso ocurre en un país donde es difícil para muchos pintar la raya y aceptar las consecuencias de estar de uno u otro lado de ella.

Pero lo que queda después de este nuevo episodio que no enaltece a la política es una pregunta referida a las secuelas que deja para el 2 de diciembre. La política es necesaria porque existen diferentes posiciones en la sociedad, que expresan los intereses y las necesidades de diversos grupos y, sobre todo, sus fuerzas relativas. El escenario político que debe haberse empezado a crear tras las elecciones sólo será realmente nuevo e iniciará un verdadero cambio en el país si permite una expresión más libre de esas distintas posiciones. El cambio lo tienen que protagonizar las fuerzas políticas y los grupos sociales en sus diversas manifestaciones y no sólo puede provenir del nuevo gobierno y de quienes se sienten cobijados por él. Ello exige una capacidad de crear acuerdos amplios y legítimos para ir desmontando los monopolios de poder y para acotar las acciones del propio gobierno. Ese es el verdadero tránsito hacia lo que puede ser el escenario más democrático en México.

El lastre del régimen político no se eliminará con el mero cambio de gobierno. Se tiene que encontrar la forma de dejar atrás las confrontaciones de los grupos que han sido derrotados, de balancear las posiciones de otros grupos que se sienten hoy victoriosos y, por ello, creen tener el derecho para imponer su visión sobre una amplia variedad de cuestiones, desde las decisiones y las conciencias individuales hasta la reforma laboral. Se trata, ni más ni menos, de poner por delante la creación de las condiciones que, finalmente, encaminen el quehacer político y la participación social por otro rumbo. No hay rumbos ideales, las sociedades no operan en ese marco, pero sí puede haber un entorno en el que las fricciones y los conflictos encuentren un modo de superación que sea distinto al que hoy prevalece y en el que las confrontaciones se convierten, en cambio, en una acumulación de agravios y de costos.