LUNES 16 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Elba Esther Gordillo Ť

Recuperar la esperanza y la paz en el Medio Oriente

el histórico proceso de paz entre palestinos e israelíes, que comenzó en 1993 en Oslo, y que esperaba entrar en su fase final en julio pasado, en las negociaciones de Campo David, vive hoy su momento más crítico, porque la situación puede encontrarse en un punto sin retorno y la anhelada paz se aleja en tanto se alcanzan a escuchar tambores de guerra que vuelven a conmocionar a la humanidad.

La violencia que ha sacudido a los territorios de Gaza y Cisjordania por más de una semana, en el marco del fenómeno conocido como la Intifada, y donde han muerto ya decenas de personas --palestinas en su mayoría--, puso contra la pared a los negociadores principales: el primer ministro israelí, Ehud Barak, y el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, dificultando en extremo la continuación de las pláticas.

El mundo asiste con estupor a las agresiones violentas que hoy se producen en Medio Oriente, que involucran a varias naciones, hechos de sangre entre los que resaltan --por el impacto de su difusión a través de los medios de comunicación-- las muertes de dos niños palestinos, de 9 y 12 años, en combates entre sus compatriotas y las fuerzas armadas de Israel en la localidad de Netzarim, en la franja de Gaza. Las escenas de violencia y muerte mostradas por la televisión estremecieron al mundo.

Al interior de los países protagonistas de este conflicto, los actores políticos (líderes, gobiernos, partidos, etcétera) y sociales (ciudadanos y organizaciones) se encuentran también atrapados en lógicas, cálculos, compromisos, identidades, fobias y filias que no les permiten rencontrar el camino del entendimiento para avanzar de manera segura hacia la consecución de la paz.

El fracaso de la razón para llegar al diálogo y al acuerdo es respondido con manifestaciones de intolerancia y cerrazón, con descalificaciones y amenazas que en su escalamiento reducen los espacios para el entendimiento, polarizan las posturas hasta el extremo, envenenan el espíritu de los hombres de diferentes religiones, nacionalidades e ideologías, quienes acaban por verse solamente como enemigos.

Mucho está en juego en este cruce histórico de identidades, intereses, reivindicaciones y demandas que ha sido el Medio Oriente desde hace ya más de 50 años. Ha costado muchas vidas, sufrimiento, dolores e incertidumbres el futuro de esta región, crucial por su importancia estratégica, económica y simbólica. Múltiples iniciativas y empeños se han llevado a cabo a lo largo de los años para acercar los caminos de la paz, del respeto a las particularidades nacionales y religiosas, del aprovechamiento racional, benéfico para muchos y sustentable de las riquezas naturales que en ella se encuentran. Muchos más son indispensables hoy y en los meses que seguirán para no perder lo ya logrado.

En esta dirección tendrán que dirigirse los mejores esfuerzos de personalidades, organizaciones y naciones para reencontrar el camino de la paz en el Medio Oriente. Lo mismo del presidente estadunidense, William Clinton; del papa Juan Pablo II; del secretario general de la ONU, Kofi Annan; del primer ministro italiano, Giuliano Amato, que de muchos más en los ámbitos diplomático, político, religioso y cultural a escala mundial, a fin de generar mecanismos efectivos de desactivación de la confrontación.

En este cruce de siglo y de milenio, la humanidad encara el desafío de sobrevivencia y la oportunidad no solamente de hacer un balance civilizatorio, sino, sobre todo, nos brinda la posibilidad de emprender un cambio de época, un cambio de tiempo, de hacer de éste un tiempo más noble y generoso para la condición humana, de remplazar hábitos y costumbres proclives a la violencia y la intolerancia, por una cultura de paz y no violencia, esto es, por una cultura a favor de la vida, de todas las vidas sin excepción.

Por ello es que hoy resulta indispensable, el desarrollo y socialización de una cultura de paz, tal y como la plantea el Manifiesto 2000 para una Cultura de Paz y No Violencia, suscrito por un destacado grupo de personalidades distinguidas con el Premio Nobel, y por una nutrida y honorable comunidad de estadistas, políticos e intelectuales de todo el mundo, que comparten preocupaciones e intereses a favor de la paz.

En México ya contamos también con un Consejo Mexicano para la Cultura de Paz, integrado por comunicadores, científicos, líderes sociales, empresarios, artistas, intelectuales y educadores, comprometidos con la vida, la dignidad de la persona, la no violencia y la solidaridad para reinventar el planeta.

El Medio Oriente y el mundo requieren de iniciativas y acciones decididas, entusiastas y permanentes a favor de una nueva forma de vernos y de ver el mundo sustentada en la paz, no solamente como contraria a la guerra, sino como condición misma de nuestra humanidad.

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