La Jornada Semanal, 15 de octubre del 2000  
 
(h)ojeadas
Ícaro lopezvelardiano
Alicia García Bergua
  El primer libro que publicó solo Manuel Andrade ya hace más de diez años en la colección Letras Mexicanas, se titula Celebraciones. Traigo a colación este título porque la poesía de este autor me parece en principio una continua celebración de la magia del lenguaje. Quisiera citar un poeta de este libro, Celebraciones, que a mi manera de ver es, a estas alturas, una especie de declaración de principios en la poética de este autor.
...y ya no sé de tanto que la amo
cuál de nosotros dos es el ausente.
Paul Eluard
Cómo no hablar de calles y de objetos
que simulan una sólida certeza.
Cómo no celebrar en vagas sensaciones
o presencias que la memoria expande,
una seña, una sonrisa, un cristal
que al romperse me habita en el deseo,
en ese movimiento que pienso, por suplir
lo que no puedo rescatar de mi lenguaje.
Pues tu ausencia le devuelve el vacío
a mi palabra. Surges
en el vuelo mental de cada tiempo
con que formo mis días. Todo verbo
te apunta,
límite cierto. Toda fascinación se engasta
en tu posible forma. Y cada espacio
en su vivirme lento, guarda la clave de
tu cuerpo
en un confuso errar por mis sentidos.
Hay una fascinación en Manuel Andrade por esta unión entre la carne propia y el verbo, la afortunada coincidencia que nos posibilita andar por el mundo sintiendo el peso de un dios "sin prodigio ni estruendo", con "una visión eterna de las olas", con "la bravura del viento" y la "sabia vibración etérea de la luz". Todas éstas son citas del poema XIX de la parte de Elogios titulada "Ícaro sueña", a la que pone un epígrafe de Johan Huizinga que dice resumiendo: "Nada garantiza mejor el curso regular de las cosas, determinado por los dioses [...] que el saber que tiene el hombre de las cosas y de sus nombres secretos y del origen del mundo." Hay en la poesía una tentación divina por nombrar las cosas originalmente, es decir, como si fuera por primera vez, y hay, por otra parte, un intento de fundirse en lo que uno nombra, vivir y revivir en ello. El elogio que le hace el poeta a Octavio Paz, en su poema "La domesticación de la luz", va en este sentido: Olvidado feliz de la palabra, dio a su cuerpo
la posibilidad innecesaria de sentirla
   primero,
se dejó amar por ella en una playa,
sin mirarla,
sintiéndola de fruta entre los labios
y cristal prodigioso en las zonas fecundas
del deseo.
(...)
Olvidado del habla, del cuerpo, abrió
los ojos,
la red de su captura
y al volver a cerrarlos, ella se quedó
   adentro,
tan cristalina y pura como si fuera nueva.
Luego empezó la lucha
como una larga pesadilla doble.
Toda la noche dentro de su cuerpo.
la luz se resolvió luchando por el aire,
contra un dueño feliz que se volvía fuego
transparente.
Los poemas de Manuel Andrade en este libro son de alguna manera resultado de esta unión entre la carne y el verbo, que, como polos magnéticos, se unen en nuestros actos y pensamientos, y cada vez que lo hacen generan una luz, una atmósfera que hace que irradien los momentos, las personas, los recuerdos y las mismas palabras, sólo para nosotros y de una manera novedosa y a veces un poco hermética. Por esta razón no es una poesía que busque solamente la versificación y el canto. Más bien nos introduce en sus imágenes, nos hace sentir cuán real y dramática es la escenificación o la representación de la vida que se puede hacer con el lenguaje. Es una poesía que busca también que nos involucremos con ella con todos nuestros sentidos, que no tiene miedo de nombrar, porque no tiene miedo de tocar, ni de sentir, ni de constatar los límites entre la realidad y el deseo, entre la vida y la muerte, entre el miedo y el arrojo. Es en este sentido que me parece una poesía próxima a la de López Velarde, es una poesía que recorre con arrobo los altibajos de la propia vida, que no la enaltece ni la rebaja, simplemente celebra y elogia su milagro sin sopesarla ni juzgarla en cada uno de los versos. Y aquí quisiera mencionar el que yo considero en este libro un homenaje muy personal al poeta jerezano por parte de Andrade, cuya familia es también originaria de Zacatecas; es el poema "El aprendiz de mago". En él hay un canto a esa suave patria que es la patria íntima, la tierra originaria que luchamos por recuperar en la poesía: Era la voz de Mema que a mi lado
llamaba a los fantasmas a su secreto goce.
Más no pudo mover mi reverencia.
No hubo rastros, ni ruidos familiares
que me hicieran creer una entrañable
suma de sucesiones a mis huesos...
En sus conjuros, ritos y recuerdos
la vida real, en cambio,
cantó toda la tarde contra el cielo
el himno emocional de su presencia.
La misteriosa fuente amalgamada
de las generaciones
la condujo esa tarde por los patios,
las calles, las montañas, las minas y
las casas
de una ciudad actual, rojiza y polvorienta
con pequeños recuerdos machacados
en la rueda perpetua del presente.
Y aquí curiosamente es una voz, la de una tía ­personajes también muy presentes en la obra poética de López Velarde­ que hace muñecos de papel, la que va conduciendo al poeta por la tierra de sus antepasados, pero esa voz, en vez de hacerle retroceder, hace surgir un presente real en el que todavía reina la misma imaginación, la misma capacidad de ensueño que es la sustancia real de uno mismo que viaja por el tiempo. Y es que para Manuel lo más sustancial es el espíritu, el alma: las palabras, los sueños, los miedos, los deseos, los amores, etcétera, son lo que realmente permanece en nosotros de alguna manera durante toda la vida; nuestra realidad material, orgánica, es para él ­y lo es en realidad­ absolutamente más efímera. En un ensayo que se llama "La derrota de la palabra" López Velarde dice que el lenguaje poético es, antes que cualquier cosa, "la recuperación de la propia alma": De mi parte, confieso que para recibir el mensaje lacónico de mi alma, me reconcentro en esa intensidad con que en el abismo de la noche sentimos el latido infatigable de nuestras sienes y estamos escuchando el roce metódico de nuestra sangre en la almohada. El alma finca sus delicias en transmitirnos su confidencia; pero exige para ello una soledad y un silencio de alcoba. Yo anhelo expulsar de mí cualquier sílaba, que no nazca de la combustión de mis huesos. A mi parecer Manuel Andrade sigue, a su manera, a la vez que reflexiona sobre él, este procedimiento poético que es la combustión entre la materia de la que estamos hechos, es decir, nuestro cuerpo y alma. Es este arder continuo en el filo de los momentos, de los recuerdos, de las rememoraciones, y el miedo a la pérdida de su presente y de su presencia, lo que le da fuerza a los poemas de Manuel; su lenguaje llano parece pedirnos que nos acerquemos al fuego para que nos cuente algo. Es una poesía apasionada que no hace uso de grandes exclamaciones ni de afirmaciones intensas, una poesía que requiere que nos sumemos a la densidad de sus atmósferas.

En realidad este libro es para mí dos libros: uno compuesto de elogios, como lo dice el título, y que correspondería a la primera parte, y otro que es la parte de "Ícaro sueña", una especie de itinerario del alma del poeta encendida e iluminada con las palabras. En lo que yo considero el primer libro, los elogios son acercamientos, aproximaciones a lo que podríamos considerar atmósferas personales y poéticas; atmósferas que han sido memorizadas y filtradas a través del lenguaje, que hace las veces de un velo pudoroso, pero que también pondera lo mejor y lo peor de los momentos, es decir, no los escatima. "Ícaro sueña" es, en cambio, un poema largo, tiene treinta estrofas. Este poema es, parafraseando a López Velarde, "el latido infatigable de nuestras sienes, el roce metódico de nuestra sangre en la almohada". Es un viaje por las ensoñaciones, un mundo subterráneo, subacuático, que, sin embargo, está aquí y es mágicamente invocado en los versos. El poema tiene un tono épico que hace emerger a la superficie, bajo un cielo nocturno, toda una serie de imágenes, evocaciones, recuerdos, sensaciones y reflexiones cercanas a Valéry. Es un poema que pone el universo infinitamente personal del poema y del poeta contra la infinitud del universo, que es el cielo estrellado de la noche, y que relata, en cierta forma, esa lucha del alma por expandirse pese a los límites del propio cuerpo y de la propia vida •

 


a n t o l o g í a
Las redes de una pluma
Rosa Aurora Chavez
Marco Antonio Campos,
Esos fueron los días,
Fondo de Cultura Económica,
México, 1999.
 
 Marco Antonio Campos ­poeta, ensayista, narrador, crítico, traductor, periodista, abogado, profesor universitario, estudiante, viajero, testigo, hombre a quien nada de lo humano le es ajeno­ reúne los días y las voces en su reciente antología: Esos fueron los días, donde cuento, novela y testimonio recrean una red de historias tan íntimas que, en conjunto, desde una panorámica, encarnan momentos históricos clave en la generación del México de estos días: 1968 en la novela Que la carne es hierba y 1985 en el testimonio Hemos perdido el reino. La historia nos quebró dos veces. Marco Antonio Campos recoge el discurso fragmentado y construye con él un vitral que filtra la luz en colores y nos devuelve la nitidez de la figura entera; toma verdades cristalizadas y las revienta, como a una burbuja; da testimonio de lo que está a oscuras: el conocimiento es luz y hace visible la tristeza.

Cada personaje es un trabajo de orfebrería fina, es una persona que desde su subjetividad vive lo que la vida le ofrece, lo cotidiano y lo inesperado. La historia surge sólo cuando se rescatan todos esos días y todas esas voces. La cámara salta de uno a otro, mira a través de los distintos ojos y habla con todas las tesituras de voz, incluyendo la de Marco Antonio, que habla en nombre de Marco Antonio, quien es el testigo que camina a la orilla y describe el río; sólo entonces podemos navegarlo, pero además es la nave y es también el personaje que rema entre los demás personajes ­compañeros de viaje, arrieros que en el camino encontró­ vive, siente, lo comparte y emerge de la turbulencia de los días que fueron. Dentro y fuera a la vez, la narración es un péndulo que conduce del mundo interno al externo en un suceder simultáneo de todo lo que el tiempo separó cuando la realidad impuso su absurdo.

Al igual que los links en internet, la red heterofónica de voces que Marco Antonio escribe nos conduce de un texto a otro dentro de la antología. También nos remite a otros autores, ya sea por referencia a su obra o porque surgen como personajes en alguno de los relatos, e incluso porque la obra misma de otro escritor se llega a transformar en protagonista o bien en destino del protagonista: Desde el infierno es un cuento inquietante "que nos lleva a lugares psicológicos no imaginados", en el cual un poeta descubre que su vida corresponde a los versos de Rimbaud (quien por cierto fue traducido por el propio Marco Antonio Campos). No he podido dormir desde que leí Que la carne es hierba, específicamente los pasajes que describen los sucesos implicados en el conflicto universitario de finales de los sesenta. Siento el mismo estremecimiento que experimentó el poeta del cuento anterior... empiezo a sospechar que el relato verdaderamente habla de los acontecimientos que vivimos hoy. Quizá sea que la historia es un caleidoscopio: cambia al individuo mientras los individuos repetimos la historia y "los regresos son espejos entre lo antiguo, la sombra y lo presente, lo real" •

 


c u e n t o
Ni hermosos ni malditos
Marco Antonio Cuevas Campuzano
Efrén Minero,
Una inmensa legión de fantasmas,
Plaza y Janés,
México, 2000.
Trágico en ocasiones; en otras irreverente y lúdico, el estilo narrativo del escritor y arquitecto Efrén Minero (Ixhacuixtla, Tlaxcala, 1959) colma en grado superlativo la avidez de los fantasmas terrenales por una lectura incluyente, que contenga desde el fondo de sus entrañas la parsimonia y la forma estricta de la catarsis en su sentido más devastador ­que no es otro sino el reconocimiento de nuestra propia desventura en los demás.

Reconocernos, pues, en el otro ­ya lo dijo Sartre­, es un infierno. Saber, por el contrario, que nuestra desgracia es todo menos un hecho aislado como una piedra varada en el desierto es, para algunos, motivo de desembarazo y satisfacción. Las ánimas danzan acompasadas al ritmo de un blues que los altavoces de un truculento artefacto vomitan hacia el infinito, mientras la flama de una fogata se extingue sin remedio, precisamente como expira una vida. Este cuadro, que es como el fragmento borroso de una película imaginaria, con todo y sus pululantes y viscosas formas, es el alimento predilecto del cual se nutren todos esos pedacitos de insufrible vida que se reflejan por el espejo grande y oblicuo llamado Una inmensa legión de fantasmas; espejo que, aunque aparentemente lógico y ordenado, asimismo proyecta indistintamente la degeneración y regeneración de una atemporal generación de juventud pasajera, efímera y, en todo caso, extraviada en algún lugar del limbo.

En su afán por evolucionar gustoso y libre de cualquier encasillamiento, el libro no requiere de la ortodoxia para hacer las veces de mecenas, ni de la solemnidad para erigirse en su propia guía: en el instante en que las páginas encuentran correspondencia, complicidad con el lector, el cariz camaleónico del conjunto se pone a salvo ­podría decirse que apartado de la inutilidad explicativa; porque si hay algo único que exige para sí este compendio de cuentos es el proceso que vuelve posible la identificación con uno mismo: prontitud mental, reflexión y capacidad de aprehensión.

Los cuentos de Efrén Minero evocan las dichas luminosas de los paraísos perdidos. Para hablar, los narradores (las voces narrativas) hallan el pretexto idóneo en su propia condición: apartados de sus certezas infantiles o de sus convicciones juveniles, ya sea por saberse sumidos en la inutilidad de una amarga vejez o en la decrepitud de esos trabajos sin alegría propios del espacio ensimismado del mundo adulto, los personajes siempre rematan lo que tienen que decir con un suspiro de vaga melancolía. Esta característica de inmersión introspectiva es lo que dota al autor de posibilidades para la creación de una atmósfera cotidiana muy viva, que termina por amalgamar las pasiones juveniles de cualquier época ­amor, amistad, locura, utopía, arte­ en una fórmula, bálsamo consistente, dosis exacta que funge como catalizador inmediato de Una inmensa legión de fantasmas.

Tendría que vivirse en un mundo carente de juventud y de vejez para no advertir la revelación de los juicios inmisericordes que se bifurcan en estas páginas. Y precisamente por ser vida y muerte "peculiaridades" infinitas lo mismo que renovables a cada instante en la especie humana, las narraciones que convergen aquí no desconocen en absoluto los alcances de su insoslayable actualidad ni el compromiso con su tiempo indefinido.

"La escuela", por ejemplo, es una sátira lanzada en contra de ese "abominable lugar" en donde los padres "dicen que [...] aprenderé a ser un hombre de provecho y me labraré un futuro próspero". Este cuento breve evoca el ambiente de una escuela pública de nivel básico (tal vez la misma a la que asistió Minero) y describe a todos esos personajes insustituibles, "buenos o malos", "bonitos o feos", que proporcionan buena parte de su colorido al de por sí lúdico mundo infantil. En esta escuela imaginaria (que después de pensarlo un instante ya no resulta serlo del todo), las aulas se convierten en jaulas en donde encerrar a los perros-pequeños-demonios; los maestros más reacios e intransigentes terminan sus días "oyendo rock y leyendo novelas de Faulkner", y en las paredes del recinto se leen pintas como éstas: "Nietzsche no existe: Dios." "Y tú que esperabas al hombre que nunca seré." "Zappa para director." "Los profesores castran, protege tus genitales: vete de pinta." "Perdí la imaginación en el salón de clases, gratificaré a quien la devuelva." Esencialmente, lo que se impone es la concepción particular que sobre el asunto tiene Efrén Minero; no obstante, ello no le resta en nada los méritos a su ingenio y a su cáustico humor.

En el cuento que sigue, "La muchacha que leía a William Blake", queda clara la manera en que la pasión puede utilizarse como objeto al servicio de la aniquilación del otro, del amor, cediendo su lugar, después del deslumbramiento inicial, a la ternura, al afecto. Este proceso termina por convertirse en un círculo vicioso sin fin. En cualquier caso, se trata aquí de una historia de soledad interna, de comodidades superfluas, ausencias, y de infidelidad, con todo y su riguroso cuarto de hotel incluido.

El mundo desgastante de la burocracia se encuentra metafóricamente retratado en Una inmensa legión de fantasmas por el cuento intitulado "El Capitán Fantastic", cuyo protagonista es miembro del Club Intergaláctico de Superhéroes Beneméritos, siempre dispuesto a interceder a favor de sus "amiguitos" en nombre de la justicia. Sin embargo, como tantas otras venganzas de individuos acomplejados, "apocados", ésta es también un contraataque imaginario, un paliativo cruel y desesperanzador de los espíritus resignados, lastimosamente disminuidos (en su vida cotidiana: el hogar y la oficina) hasta la mínima parte de su ser.

"Juanico murió por el rock" es un relato absurdo y, en última instancia, cruel. Cuenta la historia de un chavo rocanrolero de hueso colorado: Juanico, que abandona el "desmadre organizado" (entiéndase la escuela) para dedicarse de tiempo completo al "desmadre desorganizado", previa conformación de una banda propia. Pero he aquí que el indómito joven muere a consecuencia del propio objeto de su deseo: el rock. Entonces, un periodista ­el narrador de la historia­ amigo del difunto, indignado, desea escribir un artículo para fustigar al sistema que "permite que sus artistas mueran de hambre ante sus ojos", en honor al músico... el desenlace, empero, no es tan obvio, sino, por el contrario, exquisitamente ridículo e inesperado.

Juan García Ponce sentenció alguna vez: "Para ser escritor no hay que ser uno, hay que ser todos." Pero ¿de qué extraña manera se consolida el genio creador? Juan Hernández es un personaje de cuento al que las exigencias e imposiciones de la vida lo llevaron (¿orillaron?) a transmutar del cuerpo de un modesto burócrata al de un escritor anónimo. La pesadez del tiempo de toda una existencia transcurrida en la claustrofóbica y asfixiante monotonía de una oficina (ahora, como para restaurarle un nauseabundo encanto que nunca ha tenido, la llaman cubículo) derivó, se diría que fortuitamente, en la elucubración de un talento narrativo, principalmente a consecuencia de una autodisciplina y de una filosofía de la soledad puesta en lo inmediato. En "Al día siguiente" se devela la esencia de una vida que expirará justo cuando vuelva a salir el sol.

En una ocasión Antoine de Saint-Exupéry mencionó que más valía ser un buen burgués y no vivir como un falso bohemio. Aparentemente de acuerdo con este pensamiento, Efrén Minero esboza en "Salvajes, psicópatas y encantadoramente caprichosos" la quimera de una pandilla de jóvenes emparentados por sus locuras y sus excesos. Es así como lo inconcebible se materializa por un instante en este cuento largo: la edificación de una nueva catedral cuya deidad principal sea Frank Zappa; un concierto de rock en un pueblito mexicano, tal vez inventado ­Cazula­, que tenga por atracción principal al enigmático Lou Reed; y lo que es más, la construcción de una nueva República Independiente amparada por un régimen muy parecido al comunismo ­sólo que no se menciona dicho ismo. Estos muchachos terribles, hombres y mujeres sin una moral aparente, se consideran a sí mismos "una molestia para el enorme armatoste social porque le provocamos comezón, pero difícilmente sabe dónde estamos exactamente, cómo somos y qué tenemos". La imaginación se impone porque ellos saben que ésta es libre. Pero si pensaron en alguna ocasión que ellos también lo eran, al final se llevarán una desencantadora sorpresa y una amarga lección de vida (una moraleja, pues). Desparpajados, dispuestos a atragantarse con el mundo, su destino (suponiendo que tal cosa exista) es sólo uno: su ímpetu es una burbuja idealizada, vulnerable, recubierta por el ensueño y condenada al exilio o, más aún, al exterminio. Y sí, disfrutan su felicidad mientras dura. Aunque a medida que se aproxima el desenlace, toda su juventud, todo su arrobo, tendrá, como certeramente lo reveló en su momento el poeta y dramaturgo irlandés William B. Yeats, que marchitarse en la verdad.

Una inmensa legión de fantasmas es una remembranza de vida que el escritor tlaxcalteca realiza sin desdeñar su contenido, y muy a pesar de la trágica carga de años que eso cuesta... Pero el dulce olor a tragedia que se respira durante todo el trayecto es cortesía del dolor, porque gracias a éste el más espeluznante de los relatos conserva un vínculo con lo humano •

 



 
e n s a y o
 
John Irving y el cine
Leo Mendoza
John Irving,
Mis líos con el cine,
Tusquets,
Barcelona, España, 2000.
Godard dijo alguna vez que sólo las malas novelas se pueden llevar a la pantalla. Con ello se ganó el desprecio de Alberto Moravia. Visconti soñó con filmar A la busca del tiempo perdido y Volker Schonlondorf ­quien adaptó también El ogro de Michel Tournier y El tambor de hojalata de Günter Grass­ realizó la primera parte, "El amor de Swan", de la incomparable narración de Proust. John Huston construyó su carrera a partir de sólidas adaptaciones tanto de novelas negras como de Joyce, Kipling y Melville ­el guión de Moby Dick, por cierto, fue escrito por Ray Bradbury. Casi siempre toda adaptación traiciona la idea que el lector se ha formado acerca de una obra y de los personajes que la habitan. Pero también en muchas ocasiones la cinta cobra valor por sí misma: Bajo el volcán en pantalla no es la obra de Lowry sino la visión de Huston y de su guionista, y aun así es una buena película. Sin embargo, detrás de cada guión, detrás de cada adaptación se encuentran otras historias, que muchas veces nos son absolutamente desconocidas.

Reyes de Maine, príncipes de Nueva Inglaterra es el título con el que apareció la versión española de la novela de John Irving Las reglas de la casa de la sidra. Y el destino, que a veces se aparece bajo la forma de una distribuidora, bautizó a la cinta de Lasse Hällstrom basada en esta historia como Las reglas de la vida. El guión de la película fue escrito por el propio autor y con ello ganó un Oscar. Sin embargo, tuvieron que pasar trece años para que la historia fuera trasladada a la pantalla.

Y esta historia, la que nunca llega a la pantalla, es precisamente lo que Irving cuenta en Mis líos con el cine, uno de esos invaluables testimonios en torno a la relación de un escritor con este arte pero también con la obstetricia y el aborto ya que, en determinado momento, tanto la cinta como la novela son abiertamente proabortistas. Irving, autor de El mundo según Garp, Hotel New Hampshire y Oración por Owen, es un escritor de gran popularidad pero no creemos que sea un autor de bestsellers. Sus obras no sólo muestran obsesiones temáticas sino que también recrean un mundo sobre el que se ha informado e investigado a profundidad: así ocurre con El mundo..., novela donde queda reflejada su afición por la lucha grecorromana, que lo ha llevado a ser entrenador y a convertir a sus hijos en campeones de esta disciplina ­tal y como lo cuenta en "La novia imaginaria". De hecho, en la película de George Roy Hill basada en la obra, con Robin Williams en el papel de Garp, Irving hizo una breve aparición como árbitro en un combate. Y en Las reglas de la vida también se le puede ver como el malhumorado y reprobador jefe de la estación de St. Cloud’s, donde se encuentra el orfanato que dirige el doctor Larch y donde también se practican abortos.

A lo largo de casi doscientas páginas, el libro de Irving nos habla de la manera como el aborto fue considerado ilegal en Estados Unidos, a partir de un problema económico y de la vida de su abuelo que, en buena medida, inspiró al doctor Larch, el Dios Irving. Pero también plantea esa compleja relación con el mundo de la imagen cuando el escritor ya no es dueño del destino de los personajes y poco a poco los borra, acorta el tiempo, refunde escenas para que el producto resulte atractivo y rentable. Para los lectores de la novela, Las reglas de la vida se parece y no al original pero, en todo caso, ha sido su propio autor quien la ha recreado a su arbitrio en un guión que, para él, no es un ejercicio de escritura.

Al publicar sus Cuentos morales, Eric Romher ­director de La rodilla de Clara y Cuento de primavera­ ofreció una disculpa a sus lectores por la imperfección de los cuentos y señaló que era cineasta precisamente porque no podía crear un universo propio sólo con un pedazo de papel y un lápiz. El viaje de Irving es exactamente al revés: de un mundo propio, particular, en el que sólo necesita su imaginación, pasó a universo público, regido por sus propias reglas y donde tienen cabida infinidad de opiniones. Gracias a su trabajo y a su fama, Irving pudo mantener el control sobre la adaptación de su novela y aun así su historia pasó por las manos de cuatro directores y su guión fue trabajado una y otra vez desde una versión fría hasta el resultado final.

Todo esto nos lo cuenta en el breve pero muy ilustrativo volumen editado por Tusquets. Aquí podemos apreciar de cerca la relación establecida entre un escritor y el cine cuando está en juego su propia obra: el estira y afloja con los directores, los diversos puntos de vista, la síntesis de los personajes y de las acciones, la búsqueda de un final adecuado. Todo ello crea una suerte de trampa que el autor tiene que sortear para llegar a su destino: hacer que la película sea lo más cercana posible a su obra. Pero la decisión final es siempre la del público •

 


c u e n t o
Cuentos completos: Viajes redondos
Marlene Gómez
Arturo Uslar Pietri,
Cuentos completos,
Editorial Norma,
Bogotá, Colombia, 2000.
Entre las montañas de libros que se exhiben para viajar sin necesidad de alicientes extravagantes o turbinas sofisticadas, por lo general llaman la atención las antologías porque invitan a adentrarse en el mundo de un autor, de sus historias, de geografías y recovecos inexplorados. Si dicha antología se presenta como "completa", la tentación de devorar páginas se hace mayor, pero lo más grato es que al emprender la aventura se cumplan todas las expectativas de un título y se perciba un minucioso trabajo de selección cronológica.

Esto es lo que sucede con cada narración de Cuentos completos de Arturo Uslar Pietri, escritor venezolano que nació en Caracas en 1906 y que como escritor, diplomático, político y periodista, tendría parangón con figuras de la talla de Alfonso Reyes en México y Germán Arciniegas en Colombia, personajes que se convierten en estandartes por su capacidad para vislumbrar, como mensajeros supremos, los destinos de cada idiosincrasia, con sólo pronunciar unas cuantas frases acertadas y tajantes.

En este sentido, no es excepcional que la biografía de Uslar Pietri posea elementos clave, como el hecho de que en 1928 fundó una nueva corriente literaria a la que llamó "realismo mágico", misma que sería bastante absurdo pasar por alto. Por lo demás, Uslar Pietri desarrolló una carrera repleta de cargos: fundador de diversas publicaciones, maestro, doctor en Ciencias Políticas, Ministro de Educación, de Hacienda, de Relaciones Interiores, Secretario de la Presidencia en el gobierno de Isaías Medina Angarita en 1945; obtuvo premios como el Príncipe de Asturias y, tristemente lógico, fue encarcelado y expulsado del país a la caída de este presidente. Años después, al regresar a su país, aunque es puesto preso de nuevo por redactar un manifiesto en contra de la dictadura de Pérez Jiménez, funda el Frente Nacional Democrático y consigue el segundo lugar en 1963 como candidato a la presidencia.

La vida de Uslar Pietri está salpicada tanto de actividades diplomáticas y políticas, como de la publicación extensa de colecciones de poesía (El hombre que voy siendo), novela (El camino de El Dorado, Las lanzas coloradas, La isla de Robinson y Oficio de difuntos), ensayo (Letras y hombres de Venezuela, Pizarrón, Un retrato en la geografía) y crónica, entre las que destacan El globo de colores y La vuelta al mundo en diez trancos.

Dentro de la colección "La otra orilla", Cuentos completos integra en dos volúmenes toda la narrativa corta de Uslar Pietri. Se reúnen los cuentos de Barrabás (1928), Red (1936) y Treinta hombres y sus sombras (1949), en el primer ejemplar; y en el segundo, Pasos y pasajeros (1966) y Los ganadores (1980).

Historias como "Lluvia", "Gavilán colorao", "No sé" y "El gallo", que pertenecen al primer tomo, traen recuerdos de Steinbeck, Faulkner y Rulfo, pero también revelan no sólo esas instantáneas de un país, sino la trayectoria narrativa de los escritores latinoamericanos, que al buscar un lenguaje propio para contar sus historias llenaron las páginas de la memoria literaria con anécdotas de puertos, pueblos abandonados, brujos, leyendas y sobrevivencias. De igual manera surgen narradores-personajes que se deleitan contando historias: "Yo he sentido terror... Y durante un tiempo largo, largo como una culebra"; figuras entrañables como José Gabino, que "sonríe con sus dientes desportillados y oscuros, para ser el ladrón del camino"; y esas frases que atrapan y no permiten cerrar un libro, como: "Era su primer cadáver", o: "Una vez el mundo se acabó por la sequía, acaso el último testigo fue un bibliotecario."

Valdría la pena destacar varias narraciones del segundo libro, como "Otra cara, otro nombre", "La pluma del arcángel", "Los ganadores" y "La segunda muerte de don Emilio y Simeón Calamaris", que son ejemplo del paso a las sorpresivas vueltas de tuerca con las que Uslar Pietri, como dijera Julio Cortázar, uno de los más grandes representantes de la perfección en el género, "derriba por knock-out" y, de "sangre a sangre", hace cómplices a los lectores •

 



 
FICHERO
Los libros que llegan a nuestra redacción
 

Artes plásticas

•El ojo del fulgor. La pintura de Arturo Rivera, Ernesto Lumbreras‚ Círculo de Arte, México, 2000, 63 pp.

Arquitectura

• Fernando González Cortázar. Sí, aún, Carlos Ashida, Círculo de Arte, México, 2000, 31 pp.

Ensayo

• La vida en México en el periodo presidencial de Luis Echeverría, Salvador Novo, Col. Memorias mexicanas, Conaculta, México, 2000, 521 pp.

• Vuelta a la ciudad lacustre. Memorias del Congreso, Teodoro González de León, Javier Beristaín Iturbide, Teresa Rojas Rabiela, et al., Instituto de Cultura de la Ciudad de México, México, 2000, 286 pp.

Narrativa

• Cuentos y poemas en prosa, Oscar Wilde, traducción de Julio Gómez de la Serna, Col. Clásicos para hoy, Conaculta, México, 2000, 137 pp.

• Feminus, Dante Medina, Col. El guardagujas, Conaculta, México, 2000, 268 pp.

Poesía

• El primer animal, Thelma Nava, Col. Lecturas mexicanas, Conaculta, México, 2000, 170 pp.

• Pienso en el poema, Rafael Vargas, Col. Práctica mortal, Conaculta, México, 2000, 87 pp.

• Sol el primero, Odysseas Elytis, edición bilingüe, versión de Natalia Moreleón, prólogo de Hugo Gutiérrez Vega, ilustraciones de Juan Manuel de la Rosa, Ácrono Producciones, México, 2000, 81 pp.

Revistas

• Istor, número 2, otoño del 2000, año 1, textos de Michael Bourdeaux, Jean-Claude Eslin, Olivier Mongin, Rafael Rojas, Jean Meyer, entre otros, División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas/Lindero Ediciones, México, 157 pp.

• Mala vida. Mester de Junglaria, núm. 22, otoño de 2000, nueva época, año V, textos de Claudia Hernández de Valle-Arizpe, Nuria Morfín, Gerardo Horacio Porcayo, Mario Bojórquez, entre otros, Revistas Independientes del País/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Morelos, México, 25 pp.

• Navegaciones Zur, núm. 29, febrero del 2000, textos de Brenda Alcocer, patricia Garma, Elina Romero, Reyna Echeverría, entre otros, Revista del Centro Yucateco de Escritores, Yucatán, México, 48 pp.

• Nexos, núm. 274, octubre 2000, textos de Ángeles Mastretta, Patricia Quesada Lastri, Francisco Javier Molina Ruiz, Ana Cristina Covarrubias, entre otros, Nexos, Sociedad, Ciencia y Literatura, México, 112 pp.

• Pasto Verde, núm. 43, junio-septiembre del 2000, año 7, textos de Blanca Aurora Mondragón, Mauricia Moreno, Dionicio Munguía J., Mario Ríos Reyes, entre otros, Tun Astral/Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 52 pp.

• Ventana interior, número 20, septiembre-octubre del 2000, vol. II, año 2, textos de Quetzal Rieder, Socorro Perea Sánchez, Arturo Chamorro Escalante, Mariela Gil Sánchez, entre otros, Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Centro Occidente, México, 64 pp.