En realidad este libro es para mí dos libros: uno compuesto de elogios, como lo dice el título, y que correspondería a la primera parte, y otro que es la parte de "Ícaro sueña", una especie de itinerario del alma del poeta encendida e iluminada con las palabras. En lo que yo considero el primer libro, los elogios son acercamientos, aproximaciones a lo que podríamos considerar atmósferas personales y poéticas; atmósferas que han sido memorizadas y filtradas a través del lenguaje, que hace las veces de un velo pudoroso, pero que también pondera lo mejor y lo peor de los momentos, es decir, no los escatima. "Ícaro sueña" es, en cambio, un poema largo, tiene treinta estrofas. Este poema es, parafraseando a López Velarde, "el latido infatigable de nuestras sienes, el roce metódico de nuestra sangre en la almohada". Es un viaje por las ensoñaciones, un mundo subterráneo, subacuático, que, sin embargo, está aquí y es mágicamente invocado en los versos. El poema tiene un tono épico que hace emerger a la superficie, bajo un cielo nocturno, toda una serie de imágenes, evocaciones, recuerdos, sensaciones y reflexiones cercanas a Valéry. Es un poema que pone el universo infinitamente personal del poema y del poeta contra la infinitud del universo, que es el cielo estrellado de la noche, y que relata, en cierta forma, esa lucha del alma por expandirse pese a los límites del propio cuerpo y de la propia vida
Cada personaje es un trabajo de orfebrería fina, es una persona que desde su subjetividad vive lo que la vida le ofrece, lo cotidiano y lo inesperado. La historia surge sólo cuando se rescatan todos esos días y todas esas voces. La cámara salta de uno a otro, mira a través de los distintos ojos y habla con todas las tesituras de voz, incluyendo la de Marco Antonio, que habla en nombre de Marco Antonio, quien es el testigo que camina a la orilla y describe el río; sólo entonces podemos navegarlo, pero además es la nave y es también el personaje que rema entre los demás personajes compañeros de viaje, arrieros que en el camino encontró vive, siente, lo comparte y emerge de la turbulencia de los días que fueron. Dentro y fuera a la vez, la narración es un péndulo que conduce del mundo interno al externo en un suceder simultáneo de todo lo que el tiempo separó cuando la realidad impuso su absurdo.
Al igual que los links en internet, la red heterofónica de voces que Marco Antonio escribe nos conduce de un texto a otro dentro de la antología. También nos remite a otros autores, ya sea por referencia a su obra o porque surgen como personajes en alguno de los relatos, e incluso porque la obra misma de otro escritor se llega a transformar en protagonista o bien en destino del protagonista: Desde el infierno es un cuento inquietante "que nos lleva a lugares psicológicos no imaginados", en el cual un poeta descubre que su vida corresponde a los versos de Rimbaud (quien por cierto fue traducido por el propio Marco Antonio Campos). No he podido dormir desde que leí Que la carne es hierba, específicamente los pasajes que describen los sucesos implicados en el conflicto universitario de finales de los sesenta. Siento el mismo estremecimiento que experimentó el poeta del cuento anterior... empiezo a sospechar que el relato verdaderamente habla de los acontecimientos que vivimos hoy. Quizá sea que la historia es un caleidoscopio: cambia al individuo mientras los individuos repetimos la historia y "los regresos son espejos entre lo antiguo, la sombra y lo presente, lo real"
Reconocernos, pues, en el otro ya lo dijo Sartre, es un infierno. Saber, por el contrario, que nuestra desgracia es todo menos un hecho aislado como una piedra varada en el desierto es, para algunos, motivo de desembarazo y satisfacción. Las ánimas danzan acompasadas al ritmo de un blues que los altavoces de un truculento artefacto vomitan hacia el infinito, mientras la flama de una fogata se extingue sin remedio, precisamente como expira una vida. Este cuadro, que es como el fragmento borroso de una película imaginaria, con todo y sus pululantes y viscosas formas, es el alimento predilecto del cual se nutren todos esos pedacitos de insufrible vida que se reflejan por el espejo grande y oblicuo llamado Una inmensa legión de fantasmas; espejo que, aunque aparentemente lógico y ordenado, asimismo proyecta indistintamente la degeneración y regeneración de una atemporal generación de juventud pasajera, efímera y, en todo caso, extraviada en algún lugar del limbo.
En su afán por evolucionar gustoso y libre de cualquier encasillamiento, el libro no requiere de la ortodoxia para hacer las veces de mecenas, ni de la solemnidad para erigirse en su propia guía: en el instante en que las páginas encuentran correspondencia, complicidad con el lector, el cariz camaleónico del conjunto se pone a salvo podría decirse que apartado de la inutilidad explicativa; porque si hay algo único que exige para sí este compendio de cuentos es el proceso que vuelve posible la identificación con uno mismo: prontitud mental, reflexión y capacidad de aprehensión.
Los cuentos de Efrén Minero evocan las dichas luminosas de los paraísos perdidos. Para hablar, los narradores (las voces narrativas) hallan el pretexto idóneo en su propia condición: apartados de sus certezas infantiles o de sus convicciones juveniles, ya sea por saberse sumidos en la inutilidad de una amarga vejez o en la decrepitud de esos trabajos sin alegría propios del espacio ensimismado del mundo adulto, los personajes siempre rematan lo que tienen que decir con un suspiro de vaga melancolía. Esta característica de inmersión introspectiva es lo que dota al autor de posibilidades para la creación de una atmósfera cotidiana muy viva, que termina por amalgamar las pasiones juveniles de cualquier época amor, amistad, locura, utopía, arte en una fórmula, bálsamo consistente, dosis exacta que funge como catalizador inmediato de Una inmensa legión de fantasmas.
Tendría que vivirse en un mundo carente de juventud y de vejez para no advertir la revelación de los juicios inmisericordes que se bifurcan en estas páginas. Y precisamente por ser vida y muerte "peculiaridades" infinitas lo mismo que renovables a cada instante en la especie humana, las narraciones que convergen aquí no desconocen en absoluto los alcances de su insoslayable actualidad ni el compromiso con su tiempo indefinido.
"La escuela", por ejemplo, es una sátira lanzada en contra de ese "abominable lugar" en donde los padres "dicen que [...] aprenderé a ser un hombre de provecho y me labraré un futuro próspero". Este cuento breve evoca el ambiente de una escuela pública de nivel básico (tal vez la misma a la que asistió Minero) y describe a todos esos personajes insustituibles, "buenos o malos", "bonitos o feos", que proporcionan buena parte de su colorido al de por sí lúdico mundo infantil. En esta escuela imaginaria (que después de pensarlo un instante ya no resulta serlo del todo), las aulas se convierten en jaulas en donde encerrar a los perros-pequeños-demonios; los maestros más reacios e intransigentes terminan sus días "oyendo rock y leyendo novelas de Faulkner", y en las paredes del recinto se leen pintas como éstas: "Nietzsche no existe: Dios." "Y tú que esperabas al hombre que nunca seré." "Zappa para director." "Los profesores castran, protege tus genitales: vete de pinta." "Perdí la imaginación en el salón de clases, gratificaré a quien la devuelva." Esencialmente, lo que se impone es la concepción particular que sobre el asunto tiene Efrén Minero; no obstante, ello no le resta en nada los méritos a su ingenio y a su cáustico humor.
En el cuento que sigue, "La muchacha que leía a William Blake", queda clara la manera en que la pasión puede utilizarse como objeto al servicio de la aniquilación del otro, del amor, cediendo su lugar, después del deslumbramiento inicial, a la ternura, al afecto. Este proceso termina por convertirse en un círculo vicioso sin fin. En cualquier caso, se trata aquí de una historia de soledad interna, de comodidades superfluas, ausencias, y de infidelidad, con todo y su riguroso cuarto de hotel incluido.
El mundo desgastante de la burocracia se encuentra metafóricamente retratado en Una inmensa legión de fantasmas por el cuento intitulado "El Capitán Fantastic", cuyo protagonista es miembro del Club Intergaláctico de Superhéroes Beneméritos, siempre dispuesto a interceder a favor de sus "amiguitos" en nombre de la justicia. Sin embargo, como tantas otras venganzas de individuos acomplejados, "apocados", ésta es también un contraataque imaginario, un paliativo cruel y desesperanzador de los espíritus resignados, lastimosamente disminuidos (en su vida cotidiana: el hogar y la oficina) hasta la mínima parte de su ser.
"Juanico murió por el rock" es un relato absurdo y, en última instancia, cruel. Cuenta la historia de un chavo rocanrolero de hueso colorado: Juanico, que abandona el "desmadre organizado" (entiéndase la escuela) para dedicarse de tiempo completo al "desmadre desorganizado", previa conformación de una banda propia. Pero he aquí que el indómito joven muere a consecuencia del propio objeto de su deseo: el rock. Entonces, un periodista el narrador de la historia amigo del difunto, indignado, desea escribir un artículo para fustigar al sistema que "permite que sus artistas mueran de hambre ante sus ojos", en honor al músico... el desenlace, empero, no es tan obvio, sino, por el contrario, exquisitamente ridículo e inesperado.
Juan García Ponce sentenció alguna vez: "Para ser escritor no hay que ser uno, hay que ser todos." Pero ¿de qué extraña manera se consolida el genio creador? Juan Hernández es un personaje de cuento al que las exigencias e imposiciones de la vida lo llevaron (¿orillaron?) a transmutar del cuerpo de un modesto burócrata al de un escritor anónimo. La pesadez del tiempo de toda una existencia transcurrida en la claustrofóbica y asfixiante monotonía de una oficina (ahora, como para restaurarle un nauseabundo encanto que nunca ha tenido, la llaman cubículo) derivó, se diría que fortuitamente, en la elucubración de un talento narrativo, principalmente a consecuencia de una autodisciplina y de una filosofía de la soledad puesta en lo inmediato. En "Al día siguiente" se devela la esencia de una vida que expirará justo cuando vuelva a salir el sol.
En una ocasión Antoine de Saint-Exupéry mencionó que más valía ser un buen burgués y no vivir como un falso bohemio. Aparentemente de acuerdo con este pensamiento, Efrén Minero esboza en "Salvajes, psicópatas y encantadoramente caprichosos" la quimera de una pandilla de jóvenes emparentados por sus locuras y sus excesos. Es así como lo inconcebible se materializa por un instante en este cuento largo: la edificación de una nueva catedral cuya deidad principal sea Frank Zappa; un concierto de rock en un pueblito mexicano, tal vez inventado Cazula, que tenga por atracción principal al enigmático Lou Reed; y lo que es más, la construcción de una nueva República Independiente amparada por un régimen muy parecido al comunismo sólo que no se menciona dicho ismo. Estos muchachos terribles, hombres y mujeres sin una moral aparente, se consideran a sí mismos "una molestia para el enorme armatoste social porque le provocamos comezón, pero difícilmente sabe dónde estamos exactamente, cómo somos y qué tenemos". La imaginación se impone porque ellos saben que ésta es libre. Pero si pensaron en alguna ocasión que ellos también lo eran, al final se llevarán una desencantadora sorpresa y una amarga lección de vida (una moraleja, pues). Desparpajados, dispuestos a atragantarse con el mundo, su destino (suponiendo que tal cosa exista) es sólo uno: su ímpetu es una burbuja idealizada, vulnerable, recubierta por el ensueño y condenada al exilio o, más aún, al exterminio. Y sí, disfrutan su felicidad mientras dura. Aunque a medida que se aproxima el desenlace, toda su juventud, todo su arrobo, tendrá, como certeramente lo reveló en su momento el poeta y dramaturgo irlandés William B. Yeats, que marchitarse en la verdad.
Una inmensa legión de fantasmas es una remembranza de vida que el escritor tlaxcalteca realiza sin desdeñar su contenido, y muy a pesar de la trágica carga de años que eso cuesta... Pero el dulce olor a tragedia que se respira durante todo el trayecto es cortesía del dolor, porque gracias a éste el más espeluznante de los relatos conserva un vínculo con lo humano
Reyes de Maine, príncipes de Nueva Inglaterra es el título con el que apareció la versión española de la novela de John Irving Las reglas de la casa de la sidra. Y el destino, que a veces se aparece bajo la forma de una distribuidora, bautizó a la cinta de Lasse Hällstrom basada en esta historia como Las reglas de la vida. El guión de la película fue escrito por el propio autor y con ello ganó un Oscar. Sin embargo, tuvieron que pasar trece años para que la historia fuera trasladada a la pantalla.
Y esta historia, la que nunca llega a la pantalla, es precisamente lo que Irving cuenta en Mis líos con el cine, uno de esos invaluables testimonios en torno a la relación de un escritor con este arte pero también con la obstetricia y el aborto ya que, en determinado momento, tanto la cinta como la novela son abiertamente proabortistas. Irving, autor de El mundo según Garp, Hotel New Hampshire y Oración por Owen, es un escritor de gran popularidad pero no creemos que sea un autor de bestsellers. Sus obras no sólo muestran obsesiones temáticas sino que también recrean un mundo sobre el que se ha informado e investigado a profundidad: así ocurre con El mundo..., novela donde queda reflejada su afición por la lucha grecorromana, que lo ha llevado a ser entrenador y a convertir a sus hijos en campeones de esta disciplina tal y como lo cuenta en "La novia imaginaria". De hecho, en la película de George Roy Hill basada en la obra, con Robin Williams en el papel de Garp, Irving hizo una breve aparición como árbitro en un combate. Y en Las reglas de la vida también se le puede ver como el malhumorado y reprobador jefe de la estación de St. Clouds, donde se encuentra el orfanato que dirige el doctor Larch y donde también se practican abortos.
A lo largo de casi doscientas páginas, el libro de Irving nos habla de la manera como el aborto fue considerado ilegal en Estados Unidos, a partir de un problema económico y de la vida de su abuelo que, en buena medida, inspiró al doctor Larch, el Dios Irving. Pero también plantea esa compleja relación con el mundo de la imagen cuando el escritor ya no es dueño del destino de los personajes y poco a poco los borra, acorta el tiempo, refunde escenas para que el producto resulte atractivo y rentable. Para los lectores de la novela, Las reglas de la vida se parece y no al original pero, en todo caso, ha sido su propio autor quien la ha recreado a su arbitrio en un guión que, para él, no es un ejercicio de escritura.
Al publicar sus Cuentos morales, Eric Romher director de La rodilla de Clara y Cuento de primavera ofreció una disculpa a sus lectores por la imperfección de los cuentos y señaló que era cineasta precisamente porque no podía crear un universo propio sólo con un pedazo de papel y un lápiz. El viaje de Irving es exactamente al revés: de un mundo propio, particular, en el que sólo necesita su imaginación, pasó a universo público, regido por sus propias reglas y donde tienen cabida infinidad de opiniones. Gracias a su trabajo y a su fama, Irving pudo mantener el control sobre la adaptación de su novela y aun así su historia pasó por las manos de cuatro directores y su guión fue trabajado una y otra vez desde una versión fría hasta el resultado final.
Todo esto nos lo cuenta en el breve pero muy ilustrativo volumen editado por Tusquets. Aquí podemos apreciar de cerca la relación establecida entre un escritor y el cine cuando está en juego su propia obra: el estira y afloja con los directores, los diversos puntos de vista, la síntesis de los personajes y de las acciones, la búsqueda de un final adecuado. Todo ello crea una suerte de trampa que el autor tiene que sortear para llegar a su destino: hacer que la película sea lo más cercana posible a su obra. Pero la decisión final es siempre la del público
Esto es lo que sucede con cada narración de Cuentos completos de Arturo Uslar Pietri, escritor venezolano que nació en Caracas en 1906 y que como escritor, diplomático, político y periodista, tendría parangón con figuras de la talla de Alfonso Reyes en México y Germán Arciniegas en Colombia, personajes que se convierten en estandartes por su capacidad para vislumbrar, como mensajeros supremos, los destinos de cada idiosincrasia, con sólo pronunciar unas cuantas frases acertadas y tajantes.
En este sentido, no es excepcional que la biografía de Uslar Pietri posea elementos clave, como el hecho de que en 1928 fundó una nueva corriente literaria a la que llamó "realismo mágico", misma que sería bastante absurdo pasar por alto. Por lo demás, Uslar Pietri desarrolló una carrera repleta de cargos: fundador de diversas publicaciones, maestro, doctor en Ciencias Políticas, Ministro de Educación, de Hacienda, de Relaciones Interiores, Secretario de la Presidencia en el gobierno de Isaías Medina Angarita en 1945; obtuvo premios como el Príncipe de Asturias y, tristemente lógico, fue encarcelado y expulsado del país a la caída de este presidente. Años después, al regresar a su país, aunque es puesto preso de nuevo por redactar un manifiesto en contra de la dictadura de Pérez Jiménez, funda el Frente Nacional Democrático y consigue el segundo lugar en 1963 como candidato a la presidencia.
La vida de Uslar Pietri está salpicada tanto de actividades diplomáticas y políticas, como de la publicación extensa de colecciones de poesía (El hombre que voy siendo), novela (El camino de El Dorado, Las lanzas coloradas, La isla de Robinson y Oficio de difuntos), ensayo (Letras y hombres de Venezuela, Pizarrón, Un retrato en la geografía) y crónica, entre las que destacan El globo de colores y La vuelta al mundo en diez trancos.
Dentro de la colección "La otra orilla", Cuentos completos integra en dos volúmenes toda la narrativa corta de Uslar Pietri. Se reúnen los cuentos de Barrabás (1928), Red (1936) y Treinta hombres y sus sombras (1949), en el primer ejemplar; y en el segundo, Pasos y pasajeros (1966) y Los ganadores (1980).
Historias como "Lluvia", "Gavilán colorao", "No sé" y "El gallo", que pertenecen al primer tomo, traen recuerdos de Steinbeck, Faulkner y Rulfo, pero también revelan no sólo esas instantáneas de un país, sino la trayectoria narrativa de los escritores latinoamericanos, que al buscar un lenguaje propio para contar sus historias llenaron las páginas de la memoria literaria con anécdotas de puertos, pueblos abandonados, brujos, leyendas y sobrevivencias. De igual manera surgen narradores-personajes que se deleitan contando historias: "Yo he sentido terror... Y durante un tiempo largo, largo como una culebra"; figuras entrañables como José Gabino, que "sonríe con sus dientes desportillados y oscuros, para ser el ladrón del camino"; y esas frases que atrapan y no permiten cerrar un libro, como: "Era su primer cadáver", o: "Una vez el mundo se acabó por la sequía, acaso el último testigo fue un bibliotecario."
Valdría la pena destacar varias narraciones del segundo libro, como "Otra cara, otro nombre", "La pluma del arcángel", "Los ganadores" y "La segunda muerte de don Emilio y Simeón Calamaris", que son ejemplo del paso a las sorpresivas vueltas de tuerca con las que Uslar Pietri, como dijera Julio Cortázar, uno de los más grandes representantes de la perfección en el género, "derriba por knock-out" y, de "sangre a sangre", hace cómplices a los lectores
Artes plásticas
El ojo del fulgor. La pintura de Arturo Rivera, Ernesto Lumbreras Círculo de Arte, México, 2000, 63 pp.
Arquitectura
Fernando González Cortázar. Sí, aún, Carlos Ashida, Círculo de Arte, México, 2000, 31 pp.
Ensayo
La vida en México en el periodo presidencial de Luis Echeverría, Salvador Novo, Col. Memorias mexicanas, Conaculta, México, 2000, 521 pp.
Vuelta a la ciudad lacustre. Memorias del Congreso, Teodoro González de León, Javier Beristaín Iturbide, Teresa Rojas Rabiela, et al., Instituto de Cultura de la Ciudad de México, México, 2000, 286 pp.
Narrativa
Cuentos y poemas en prosa, Oscar Wilde, traducción de Julio Gómez de la Serna, Col. Clásicos para hoy, Conaculta, México, 2000, 137 pp.
Feminus, Dante Medina, Col. El guardagujas, Conaculta, México, 2000, 268 pp.
Poesía
El primer animal, Thelma Nava, Col. Lecturas mexicanas, Conaculta, México, 2000, 170 pp.
Pienso en el poema, Rafael Vargas, Col. Práctica mortal, Conaculta, México, 2000, 87 pp.
Sol el primero, Odysseas Elytis, edición bilingüe, versión de Natalia Moreleón, prólogo de Hugo Gutiérrez Vega, ilustraciones de Juan Manuel de la Rosa, Ácrono Producciones, México, 2000, 81 pp.
Revistas
Istor, número 2, otoño del 2000, año 1, textos de Michael Bourdeaux, Jean-Claude Eslin, Olivier Mongin, Rafael Rojas, Jean Meyer, entre otros, División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas/Lindero Ediciones, México, 157 pp.
Mala vida. Mester de Junglaria, núm. 22, otoño de 2000, nueva época, año V, textos de Claudia Hernández de Valle-Arizpe, Nuria Morfín, Gerardo Horacio Porcayo, Mario Bojórquez, entre otros, Revistas Independientes del País/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Morelos, México, 25 pp.
Navegaciones Zur, núm. 29, febrero del 2000, textos de Brenda Alcocer, patricia Garma, Elina Romero, Reyna Echeverría, entre otros, Revista del Centro Yucateco de Escritores, Yucatán, México, 48 pp.
Nexos, núm. 274, octubre 2000, textos de Ángeles Mastretta, Patricia Quesada Lastri, Francisco Javier Molina Ruiz, Ana Cristina Covarrubias, entre otros, Nexos, Sociedad, Ciencia y Literatura, México, 112 pp.
Pasto Verde, núm. 43, junio-septiembre del 2000, año 7, textos de Blanca Aurora Mondragón, Mauricia Moreno, Dionicio Munguía J., Mario Ríos Reyes, entre otros, Tun Astral/Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 52 pp.
Ventana interior, número 20, septiembre-octubre
del 2000, vol. II, año 2, textos de Quetzal Rieder, Socorro Perea
Sánchez, Arturo Chamorro Escalante, Mariela Gil Sánchez,
entre otros, Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Centro Occidente,
México, 64 pp.