DOMINGO 15 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Carlos Bonfil Ť

Cuarto Tour de cine francés

La cuarta versión del recorrido anual de cine francés en México se presenta desde este viernes y culminará el 26 de octubre en siete salas de la capital del país, y hasta el 12 de abril del 2001 en veinte ciudades más. En poco tiempo, este Tour ha conquistado múltiples plazas de exhibición, en particular las de la Organización Ramírez, asegurado una buena distribución (Cinemas Nueva Era), y una oportuna difusión a cargo de la embajada gala, las Alianzas Francesas y la Cineteca Nacional. Con el Festival de Cine Francés en Acapulco, el Tour representa una buena oportunidad para descubrir una cinematografía ágil, de gran variedad y riqueza (más de 160 películas al año), muy a contracorriente de la producción hollywoodense y su inagotable sucesión de pirotecnias y efectos especiales.

La programación incluye siete cintas de producción reciente, entre las que destaca, por la destreza de su dirección y su soberbio conjunto de actuaciones, En el corazón de la mentira (Au coeur du mensonge), de Claude Chabrol (El infierno, La ceremonia). De cineastas más jóvenes se presentan Quizás (Peut-etre), de Cédric Klapisch (Y Chloé perdió su gato), curiosa fábula de anticipación con fondo de crítica social; Nuestras vidas felices (Nos vies heureuses), de Jacques Maillot, un melodrama urbano que aspira a ser un fresco de comportamientos juveniles a fin de siglo; La diletante (La diletante), de Pascal Thomas, deliciosa comedia enteramente dominada por la presencia de Catherine Frot; y Kirikou y la hechicera, de Michel Ocelot, cinta de dibujos animados que narra de modo muy atractivo, con estupenda composición cromática y música de Youssou N'Dour, la leyenda de un héroe infantil que libera a una aldea africana del yugo de una bruja. Las cintas restantes, Picnic pasional (Le pique-nique de Lulu Kreutz), de Didier Martiny, y Tras los pasos de mi padre (Je regle mon pas sur le pas de mon pere), de Rémi Waterhouse, son propuestas de buen nivel, determinadas ambas por el carisma de sus protagonistas masculinos, Philippe Noiret y Jean Yanne, respectivamente.

En el corazón de la mentira, cuyo título inicial, más sugerente, fue El color de la mentira, es un thriller eficaz y a la vez una reflexión moral sobre el poder corruptor de la simulación en las relaciones amorosas, pero también sobre su innegable utilidad para mantener un tanto firme el tejido social en circunstancias continuamente adversas. Valeria Bruni-Tedeschi y Sandrine Bonnaire están formidables, la primera como agente de policía, la segunda como esposa de un pintor eclipsado por la fama de un escritor sin escrúpulos. De todo el ciclo lo más notable es este retrato de la provincia francesa como cementerio de las ambiciones personales y territorio privilegiado de la hipocresía social.

Esa misma dinámica de la simulación está presente en Picnic pasional, retrato de un grupo de amigos, de edad ya madura, que asisten al drama de un violonchelista (Niels Arestrup), para quien la celebridad representa el pacto fáustico que le priva de toda capacidad de generosidad real y entrega amorosa. Propuesta interesante, cuya temática está sin embargo muy por encima de las actuaciones sin sorpresa y de una realización poco inspirada. El tema de la mentira es también central en Tras los pasos de mi padre, crónica del encuentro de un padre cínico e irresponsable, y el hijo cuya existencia ignoró por más de 20 años. Ambos se reúnen en faenas delictuosas (suplantación de identidades y fraudes a personas ingenuas), donde la complicidad remplaza, favorablemente, una espontaneidad afectiva ya inalcanzable. La paternidad tiene una vertiente delirante en Quizás, el encuentro a varias décadas de distancia entre un joven que por accidente se traslada desde la última noche del milenio hasta el año 2070, y su hijo (Jean Paul Belmondo), al que aún no ha concebido y que sin embargo está casi a punto de morir. Sorprendente recreación de un París devastado por alguna guerra, que sin embargo conserva, en el plano moral y de las costumbres, los mismos convencionalismos, el mismo conformismo social, de una generación ya remota. Esa generación es probablemente la de los jóvenes de 30 años que en Nuestras vidas felices actualizan de los retratos colectivos de Amor y restos humanos, de Denys Arcand, y Toda una noche, de Mike Figgis. Incomunicación afectiva de tres o más parejas, entrecruzamientos altmanianos, homofobia visceral con desenlace de respetabilidad social, cliché cultural de la joven artista neurótica por disfunción familiar, tentativas de suicidio, spleen parisiense que desemboca en un apacible retrato familiar -banal y poco convincente.

Kirikou y la hechicera es en el Tour la pausa refrescante, una muestra de la mejor animación francesa.

Por último, La diletante es una comedia de frescura insólita, con un personaje femenino fuera de serie (''frívola como puede serlo la melancolía; solemne como suele serlo el placer"), y una anécdota mínima que es preferible invitar a descubrir; lo que sí cabe señalar es la libertad de su tono cómico, y de modo especial, su vitalidad -auspicio muy favorable para el cine francés de nuestros días.