DOMINGO 15 DE OCTUBRE DE 2000

Ť Interpreta con flauta de pico creaciones del alemán


Horacio Franco da aliento a música para cuerdas de Bach

Ť Concierto en el Templo de la Valenciana, dentro del Cervantino

Renato Ravelo, enviado, Guanajuato, Gto., 14 de octubre Ť Horacio Franco hace que Bach sea aliento cuando las instrucciones del músico alemán eran que su Sonata tres fuera en cuerdas.

Se justifica: "Lo que pasa es que Bach nunca conoció un buen flautista, por lo que dejó ese instrumento con elementos por explotar".

En el contexto del 28 Festival Internacional Cervantino, al público del Templo de la Valencia eso no le importó y estalló en un aplauso celebratorio del virtuoso descaro de Franco, en complicidad con el clavecinista japonés Yusuru Hiranaka.

El repertorio para flauta es muy limitado, comentó Franco, por eso es que quienes optan por este instrumento deben a veces piratearse trazos de vuelo.

"Los conciertos de Brandeburgo cuatro y dos, así como las trisonatas dos y seis no explotan la cuestión medular de la flauta de pico", declara Franco.

Efectivamente, la Sonata de Giovanni Battista Fontana sonó bien, así como la Trisonata dos, de Bach. Esta última demostraba el hermanazgo sonoro entre el clavecín y la flauta, que vienen a ser como el ying y el yang, el hilo y la aguja, la mano y la boca. Es decir, suficientes.

No pasó lo mismo con el Concierto cinco de Diego da Coceiçao para órgano solo, que quedó con fallas, las cuales, evidentemente, respondían a la falta de uso del órgano del Templo de la Valenciana, lugar de una mística extraña e innegable.

"Nunca había tocado en un lugar como este", confió Yuzuru Hiranaka, quien se desempeña habitualmente como organista de una catedral en Dinamarca.

Relatan que Horacio Franco conoció a Hiranaka justamente en una catedral de Suecia. El japonés llegó descalzo y con el pelo pintado de azul.

Por supuesto que a partir de ahí se hizo amigo del flautista, a quien describe: "He is a genious, he knows all secrets".

La Trisonata seis para flauta y clavecín volvió a dejar en claro que, entre ambos instrumentos, existió una forma tersa en que Bach desalojaba esa fuerza de contrapunto que lo acechaba, adentro, como un demonio demandante y lúcido.

Pero, ciertamente, en esa especie de tesis reflexiva que fue el concierto de Franco, queda claro que el músico alemán no veía razón alguna para exigirle mayores piruetas técnicas, sino formales, a ambos instrumentos, a los que parecía preferible tener "bien templados".

Prolegómenos de la última hazaña

Se tocó además, la Sonata en do mayor de Carl Phillip Emanuel Bach, que fue como una distracción suave y nítida, previa a la hazaña final.

Y no engaña la palabra. Porque hazaña es ponerle, a las exigencias que demandaba Bach para el músculo (este no bien templado, sino bien exprimido) del brazo del violinista, los alientos de la flauta.

Es sacar del vacío aparente que es el aire de la flauta, el brío que simule el violín, quizá tan solo por un leve momento en el Allegro, que es el segundo movimiento; pareciera develarse el engaño.

Es difícil la adaptación, comentó Franco después del concierto, "porque se corre el riesgo de privilegiar el instrumento y que se demerite la cuestión musical.

"Aunque, pensándolo bien, no hay en el sentido estricto una adaptación, porque se siguen los lineamientos de la partitura para violín."

Y así fue, las exigencias de velocidad, sonoridad, agudeza, fueran perseguidas por el intenso aliento de Franco.

Donde había esquinas, se doblaba; donde se levantaban catedrales instantáneas, se elevaba, donde los pozos lo exigían, sumergía los matices de ese instrumento extrañamente sencillo.

Franco adaptó la Sonata tres en 1989. Es parte de lo que la música es para él: "tener las orejas grandes y la mente abierta".

También es parte de ese primermundismo que se revela, por ejemplo, en el clavecín que construyó Alejandro Velez, y que Hiranaka celebró por su claridad y sonoridad.

De la sencillez de la flauta, de la hermandad con el clavecín, de la avidez heterodoxa de no limitarse a circular por donde marca la línea, de la sincera admiración de muchos guanajuatenses y asiduos al festival, Horacio Franco extrajo, el mediodía de este sábado, una huella estética y lúdica, a la que solamente le faltaría imaginarse a Bach, muerto de la risa, aplaudiendo.