DOMINGO 15 DE OCTUBRE DE 2000

MAR DE HISTORIAS

Muy señor mío

Ť Cristina Pacheco Ť

-ƑPuedo pasar?

Catalina espera la respuesta de su hermano Daniel. Sabe que cuando se encierra en su habitación está absorto, escribiendo una carta parecida a las muchas que le ha enviado al titular de la Agencia de Viajes Atlanti's. Una vez que se hartó de no recibir respuesta le mandó copias a un amigo ortopedista a fin de que le extendiera una constancia médica. Mireles accedió y le dirigió al titular de Atlanti's un informe precisando las nefastas consecuencias de que Daniel, o cualquier otro empleado, permaneciera tanto tiempo en el aeropuerto de pie y enarbolando, como si fuesen estandartes, cartulinas con nombres extranjeros, larguísimos e impronunciables.

-Daniel, Ƒestás allí?

Catalina pega el oído a la puerta, que de inmediato cede y le permite ver una escena más que familiar: Daniel inclinado sobre su escritorio. Lo baña un chorro de luz infame. "Sigue escribiendo así y verás cómo al rato se te van a echar a perder los ojos". Daniel no toma en cuenta las reiteradas advertencias de su hermana. Ni siquiera ha querido cubrir el foco de 100 vatios con la pantalla que sigue empolvándose colgada de un clavito.

-Daniel, ya es muy tarde. ƑNo puedes dejar eso para mañana?

Catalina ve a Daniel levantar la mano derecha y sostenerla en el aire mientras murmura una frase que evidentemente lo satisface porque sonríe y truena los dedos de la mano izquierda. Eso no significa que Daniel haya terminado de escribir, pero sí que encontró la clave para conmover al destinatario.

II

Daniel cumplió en abril 40 años. Su cabello abundante y su piel rojiza lo hacen parecer mucho menor. Le gusta reconocerlo cuando se estaciona frente al espejito del baño para afeitarse la barba rala. Se la dejará crecer, como si fuera un capitán de barco, el día que lo despidan de la agencia de viajes. Su instinto, y las miradas que le lanza el gerente cada que encuentra sobre su escritorio una de sus cartas, le indican que ese momento no está muy lejano.

-Si de veras crees que no tardan en despedirte, Ƒqué caso tiene que sigas escribiendo esas cartas?

Es la pregunta que Catalina le hace cada que él se siente torturado por los dolores de pies y de espalda que se derivan de estar una hora, y a veces mucho más, inmóvil y con una cartulina en alto mientras procura adivinar cuál de los viajeros que van apareciendo en la zona de maleteros es el suyo.

-ƑNo puedes conseguir una credencial para que te permitan entrar hasta la aduana?

Cada vez que Catalina le propone esa alternativa él sonríe condescendiente, como lo haría frente a un niño que le propusiera una hazaña imposible. Ella qué va a saber de las complicaciones que hay ahora en el aeropuerto y que ya no se parece en nada al que conocieron de niños. Entonces su padre los llevaba al mirador para que presenciaran los despegues y aterrizajes.

-ƑRecuerdas lo que papá nos decía mientras veíamos alejarse los aviones?

Basta que Catalina le haga esa pregunta para que Daniel recupere la imagen de su padre y también la emoción que sentía al oírlo decirles que a fin de año, con lo que le dieran de gratificación en su trabajo, iba a comprar boletos de avión para los tres. La promesa jamás se realizó. Quizá por eso mucho tiempo después, cuando Daniel leyó en el periódico el anuncio de la agencia de viajes -"Se solicita empleado..."-, sintió que estaba a punto de colmar su anhelo y el de su hermana.

-ƑY ya preguntaste si por trabajar allí podrás conseguir boletos con descuento?

Frecuentemente, mientras se afeita malhumorado, Daniel recuerda esa pregunta. Catalina se la formuló el día que él regresó a la casa después de haber firmado su contrato en la Agencia de Viajes Atlanti's. De inmediato le dio una respuesta afirmativa. Ahora se considera un estúpido por haberlo hecho. Antes de alentar las esperanzas de su hermana debió hacer una investigación entre sus compañeros de trabajo. Pero no lo hizo, un poco por falta de tiempo y otro tanto por miedo a desmoralizarse enterándose de lo que supo más tarde: en esa maldita agencia no le daban ni agua al gallo de la pasión.

III

Catalina siente curiosidad por saber a quién va dirigida esta vez la carta que su hermano escribe con tanto entusiasmo -lo advierte en la energía con que Daniel pone tildes y acentos- y para no interrumpirlo se aproxima y lee sobre el hombro de Daniel:

"Señor director: Me permito distraer unos minutos de su valioso tiempo con el fin de plantearle cuál es la situación en que se encuentran un servidor -Daniel Servín Padilla- y muchos otros trabajadores adscritos, de manera anónima pero muy importante, al ramo turístico".

Un gesto de satisfacción ilumina el rostro de Catalina. Le agrada que Daniel se haya decidido a enviarle una carta al director del aeropuerto en vez de seguir perdiendo el tiempo con su gerentito porque no las lee. Si lo hiciera sabría el infierno en que vive su hermano. Lo tienen esclavizado: a cualquier hora del día o de la noche tiene que correr al aeropuerto para recibir a un viajero -o a una excursión- completamente desconocido que no le agradece su esfuerzo por conseguirle maletero, taxi y luego llevarlo al hotel.

Catalina se tapa la boca para contener la risa cuando lee el párrafo donde su hermano alude precisamente a la incomodidad de permanecer largo tiempo inmóvil, con la mano en alto, y tratando de saber cuál de los viajeros es al que debe recibir con una gran sonrisa y como si fueran amigos de toda la vida.

Después de releer el párrafo Catalina llega a la conclusión de que es el sitio ideal para incluir el tema de las rosas embalsamadas en papel celofán. Está segura de que la mención del tema no sólo es oportuna sino graciosa, y por eso se atreve a sugerirle a Daniel:

-No se te olvide lo de las señoras que llegan al aeropuerto con flores.

Daniel levanta la cabeza y mira a su hermana con expresión de agradecimiento. Hubiera sido una falla terrible omitir el capítulo de las esposas, hermanas, tías y vecinas de los viajeros que compran rosas en el aeropuerto para darles la bienvenida a los recién llegados. Daniel aclara que ese gesto tan exquisito le resulta muy nocivo porque las mujeres -sin importarles que en esa incómoda sala de espera se está como dentro de una lata de sardinas- en cuanto ven a su viajero agitan las flores y lo golpean en la nuca, en el cuello y a veces también en la mejilla derecha, donde aún tiene una pequeña cicatriz causada por una espina.

-Y tú Ƒno le reclamaste a la estúpida esa que te pegó?

Catalina se lo preguntó mientras le ponía mertiolate en la herida. Daniel primero la fulminó con la mirada y después le recordó que él, como representante de la Agencia de Viajes Atlanti's no puede ser agresivo con nadie, así lo empujen, lo pisen, lo golpeen; sea cual fuere la circunstancia él tiene que mantenerse tenso, como un cazador en espera de su presa, a fin de reconocer al viajero -casi siempre investigadores y hombres de negocios- por el que lo mandó el gerente.

Catalina sigue atenta el resumen que Daniel hace de su pliego petitorio. Lo que más le gusta es la conclusión: "No hablo a título personal sino en nombre de todos los trabajadores que, como yo, enfrentan muchas adversidades para desempeñarse en un sector de nuestra industria sin chimeneas". Suspira cuando ve a Daniel escribir la despedida: "Sin más por el momento y en espera de sus noticias, se despide de usted su amigo...". Daniel está orgulloso de su rúbrica, llena de garigoleos, pero esta vez no parece satisfacerlo y opta por sumarle una línea: "Trabajador adscrito, de manera anónima, pero muy importante, al ramo turístico".