DOMINGO 15 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Edward W. SaidŤ Ť

Octubre 30 del 2000: el final de Oslo

Resquebrajado desde su inicio, y muy mal cubierto por los medios, el proceso de paz de Oslo ha entrado en su fase terminal de confrontación violenta: una represión israelí desproporcionada y masiva, una rebelión palestina en toda su extensión y gran pérdida de vidas, principalmente palestinos.

La visita que Ariel Sharon hiciera a Haram al Sharif el 28 de septiembre no habría ocurrido sin los oficios de Ehud Barak. ƑDe que otra manera habría sido posible que apareciera ahí sin que por lo menos unos mil soldados lo resguardaran? El índice de aceptación de Barak aumentó de 20 a 50 por ciento después de la visita y el momento político parece encaminarse hacia un gobierno de unidad nacional preparado para ser todavía más violento y represivo.

No obstante, los presagios de este desarreglo generalizado se sentían desde que comenzó a tomar forma en 1993, como lo hice notar en The Nation (20 de septiembre de 1993). Ya entonces los líderes laboristas y del partido Likud no ocultaban el hecho de que el proceso de paz en Oslo estaba diseñado para segregar a los palestinos en enclaves discontinuos y económicamente inviables, cercados por fronteras controladas por israelíes, y por asentamientos y caminos que interrumpen y esencialmente violan la integridad de los territorios. Las expropiaciones y las demoliciones de casas prosiguieron inexorablemente a lo largo de los gobiernos de Rabin, Peres, Netanyahu y Barak, junto con la expansión y la multiplicación de los asentamientos (200 mil israelíes judíos más en Jerusalén y 200 mil en Gaza y en la Franja Occidental). Entre tanto continuaba la ocupación militar y se empantanaba, se demoraba o se cancelaba --a voluntad de los israelíes-- cualquier paso emprendido hacia la soberanía palestina, por pequeño que fuera, incluidos los acuerdos para que los israelíes se retiraran en fases minúsculas previamente pactadas.

El método seguido fue absurdo política y estratégicamente. Una belicosa campaña israelí decretó que el dividido y arisco sector ocupado de Jerusalén, toda la parte oriental, fuera zona restringida para los palestinos de Gaza y de la Franja Occidental para luego proclamar Jerusalén como la "eterna y unida capital" de Is-rael. A los 4 millones de refugiados palestinos --hoy la población más grande y más antigua del mundo en dichas condiciones--se les recalcó que se olvidaran de compensaciones y que no pensaran en el retorno. Yasser Arafat, con su propio régimen corrupto y represivo apoyado por el Mossad israelí y la CIA, continuó confiando en la mediación de Estados Unidos, pese a que el equipo de negociadores estadunidenses estaba bajo el dominio de antiguos funcionarios israelíes y de un presidente cuyas ideas no muestran entendimiento alguno del Medio Oriente ni del mundo islámico-árabe. Los dóciles pero aislados e impopulares jefes árabes (especialmente Hosni Mubarak, de Egipto) fueron empujados con gran humillación a conformarse a la línea estadunidense, lo que les minó aún más su credibilidad. Siempre se situaron en primer lugar las prioridades de Is- rael. No existió intento alguno por reconocer o enmendar la injusticia cometida contra los palestinos cuando se les desposeyó en 1948.

En el corazón de este proceso de paz yacen dos posturas inamovibles de israelíes y estadunidenses, ambas derivadas de una incomprensión sorprendente de la realidad. La primera fue suponer que después de propinarles castigos y palizas suficientes, los palestinos se rendirían y aceptarían los compromisos que Arafat de hecho aceptó, abortando toda la causa palestina para de ahí en adelante exonerar a Israel de todo lo que ha hecho. Como tal, el "proceso de paz" no tuvo consideración alguna por las inmensas pérdidas de tierra y bienes palestinos, ni de los vínculos que atan la dislocación sufrida en el pasado y la falta de un Estado y un territorio en el presente. Y mientras con un formidable ejército y un poder nuclear Israel continúa reclamando el estatus de víctima y sigue en su demanda de indemnización por el antisemitismo genocida sufrido en Europa, no hay aún un reconocimiento oficial por parte de Israel por su responsabilidad en la tragedia de 1948 (hoy documentada en amplitud). Pero no es posible forzar a la gente a olvidar, especialmente cuando la realidad cotidiana que viven los árabes reproduce la injusticia original.

La segunda postura inamovible es que después de siete años de empeorar consistentemente las condiciones sociales y económicas de los palestinos en todas partes, Israel y los planificadores estadunidenses persisten en proclamar sus éxitos con trompetas, excluyen a la Organización de Naciones Unidas (ONU) y a otras partes interesadas, moldean sus adeptos medios de información a su antojo y proclaman efímeras victorias en pos de la "paz" que son una distorsión de lo que en realidad ocurre.

El hecho es que todo el mundo árabe se levanta en armas contra los helicópteros artillados y los tanques israelíes que destruyen edificios civiles palestinos, la cifra de muertos asciende a cien y los heridos suman más de 2 mil --incluyendo muchos niños-- y los israelíes palestinos se levantan contra el trato de ciudadanos de tercera clase que reciben. En conclusión, el sesgado y desigual status quo se hace añicos.

Estados Unidos --y su inepto presidente Bill Clinton, pronto a ser reemplazado-- puede contribuir poco, aislado como está en la ONU y desquerido en todo el mundo árabe por su papel de cam- peón incondicional de Israel.

Tampoco pueden hacer mucho los liderazgos árabes e israelíes, pese a que ya adoquinan algún otro arreglo de mientras. Extraordinario ha sido el virtual silencio del campo sionista pro paz en Estados Unidos, Europa e Israel. La ma- tanza de jóvenes palestinos continúa mientras se respalda la brutalidad israelí o se expresa desencanto por la ingratitud palestina. Los peores son los medios de información estadunidenses y sus comentaristas --frenados por la temerosa camarilla israelí-- con sus reportes distorsionados que hablan de "fuego cruzado" y de "violencia palestina", y que eliminan el dato de que Israel ejerce una ocupación militar y que los palestinos no luchan "para ponerle un estado de sitio a Israel", como lo expresó la secretaria de Estado estadunidense, Madeleine Albright. Mientras Estados Unidos celebra la victoria del pueblo serbio sobre Slobodan Milosevic, Clinton y sus asistentes se rehúsan a considerar la insurgencia palestina como una lucha del mismo calibre contra la injusticia.

Supongo que en alguna medida la nueva intifada palestina va dirigida contra Arafat, que engañó a su pueblo con falsas promesas y que mantiene una batería de funcionarios corruptos en la conducción de monopolios comerciales mientras negocian de parte suya en forma tan incompetente como débil. Sesenta por ciento del gasto público invierte Arafat en burocracia y seguridad, y sólo 2 por ciento en infraestructura. Hace tres años sus propios contadores admitieron un monto de 400 millones de dólares anuales de fondos que no aparecen. Sus patrocinadores internacionales aceptan esta situación en nombre del "proceso de paz", ciertamente la frase más odiada en el léxico palestino de hoy.

Un plan alternativo de paz y un nuevo liderazgo emerge lentamente entre los dirigentes palestinos de Israel, entre los de la Franja Occidental, los de Gaza y los de la diáspora, mil de los cuales han firmado una serie de declaraciones que están logrando un respaldo popular importante: no retornar al marco de nego- ciaciones de Oslo; no comprometerse con las Resoluciones originales de la ONU (242, 338 y 194) sobre las que se convino la conferencia de Madrid en 1991; retiro israelí de todos los asentamientos y rechazo a los caminos militares; evacuación de todos los territorios anexados u ocupados en 1967; boicot a todos los bienes y servicios israelíes.

Crece también la sensación, nueva, de que sólo funcionará un movimiento masivo en contra del apartheid israelí (semejante al de Sudáfrica). Ciertamente está mal que Barak y Albright hagan a Arafat responsable por algo que ya no controla. Sería muy sensato que en lugar de menospreciar el nuevo marco que se propone, quienes respaldan a Israel recordaran que la cuestión de Palestina le concierne a todo un pueblo, no sólo a un dirigente envejecido y desacreditado. Además, la paz en Palestina-Israel será posible sólo entre iguales, una vez que se decrete terminada la ocupación militar. Ningún palestino, ni siquiera Arafat, puede aceptar realmente nada menos.

ŤEscritor palestino, profesor de la estadunidense Universidad de Columbia. Su último libro se llama El final de un proceso de paz.

Traducción: Ramón Vera Herrera.