DOMINGO 15 DE OCTUBRE DE 2000
Ť José Antonio Rojas Nieto Ť
Petróleo y guerra
Este jueves se dispararon los precios del petróleo. El triste y terrible enfrentamiento en Jerusalén realmente representa una circunstancia propicia para que se frenen los suministros de petróleo del Pérsico. Los mercados reaccionaron inmediatamente ante esa posibilidad elevando los precios casi cuatro dólares el jueves.
A pesar de la incertidumbre del conflicto, el viernes las cotizaciones cedieron un poco. En la enorme flota petrolera mundial, todos los días se mueven cerca de 40 millones de barriles de hidrocarburos, de los cuales casi 80 por ciento es crudo. Los países árabes y los del norte de Africa envían más de la mitad de esos millones de barriles. De su total, poco más de 50 por ciento va hacia la región Asia-Pacífico, que en estos momentos vive una fuerte reactivación de su demanda; más de 10 por ciento a Estados Unidos y casi 25 por ciento a la Unión Europea; el 10 por ciento restante se distribuye en otras regiones del mundo.
Sin esos hidrocarburos del Medio Oriente no se mueve el mundo. La tercera parte de ellos transita por el Canal de Suez; ahí se suma el volumen que Egipto también envía a Europa. Pero de esa zona también sale el suministro que va a la región Asia Pacífico a través del Golfo Indico, y la que va a América, dando la vuelta a Africa.
La importancia es incuestionable. El riesgo indudable. Con todo, se acrecienta la volatilidad de los precios. Al menos mientras se da una solución al conflicto y los riesgos del suministro bajan y, con ello, los precios también. Y sin embargo, parece que no viviremos precios muy bajos en los próximos años. Se pronostican tasas de crecimiento de la economía mundial ligeramente superiores al promedio registrado los últimos 30 años (3.6 por ciento).
Y a pesar de la importante disminución en el volumen de hidrocarburos consumidos por unidad de producto -principalmente en las tres grandes regiones consumidores de América del Norte, Europa y Asia-Pacífico que concentran las dos terceras partes del total mundial-, el crudo sigue siendo la clave del abasto energético para el crecimiento mundial. Y la OPEP y otros productores se encuentran en uno de los momentos de mayor fortaleza de su historia, con todo lo complejo y controvertido que puede ser este hecho.
Por eso la determinación estadunidense de trabajar al máximo (presionar, en buen romance) a los productores, tanto al interior de la OPEP como fuera de ella: México y Noruega (Bill Richardson dixit).
Y, sin embargo, es preciso decir que hoy en día el petróleo pesa menos, mucho menos, en el producto mundial que a fines de los setenta o principios de los ochenta: apenas poco más de 2 por ciento en valor, como resultado tanto del incremento de la eficiencia energética como de la baja real -sí, baja real- de los precios respecto a esos años, cuando llegó a representar casi 6 por ciento en valor.
En este contexto hay que reflexionar sobre tres hechos que realmente preocupan para comprender mejor el mercado petrolero:
1. La fortaleza actual de una demanda que se acrecienta por los bajos inventarios; 2. La baja capacidad de ampliación inmediata de la oferta, tanto dentro de la Organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP) como fuera de ella; 3. La significativa baja en el gasto para exploración y desarrollo que condicionan, precisamente, la expansión de la capacidad de producción tanto en el futuro inmediato como a mediano plazo.
Y en este mismo contexto, México puede y debe repensar seriamente su política petrolera -en general energética- y vincularla con una visión de mediano y largo plazos tanto de lo que sucede y puede suceder en el mundo, como de lo que se desea para nuestro país. Y no dejar de rezar y de hacer todos los esfuerzos para que el conflicto entre israelíes y palestinos se supere.