SABADO 14 DE OCTUBRE DE 2000

Ť Alí Triana dirigió Crónica de una muerte anunciada 


El realismo mágico reside en lo absurdo de las situaciones

Ť Escenificación a cargo de Teatro Nacional de Colombia

Mónica Mateos, enviada, Guanajuato, Gto., 13 de octubre Ť El director de la compañía Teatro Nacional de Colombia, Jorge Alí Triana, explica que para acercarse a su reciente montaje Crónica de una muerte anunciada, basado en la novela homónima de Gabriel García Márquez, hay que olvidarse del texto original pues el problema de esa obra es que ''aquí hay personajes vivos y hay que hacerlos verosímiles".

No obstante, es difícil apartarse del universo del Nobel colombiano. Estrenada hace un año en Nueva York ?representada por el Teatro de Repertorio Español?, la obra se presentó anoche en el Auditorio del Estado, en el contexto de la versión 28 del Festival Internacional Cervantino, con todo y los simbolismos de realismo mágico. El tiempo, desdoblado, circuló por una espiral de contradicciones y estupor de los personajes ante la única certeza: la muerte de Santiago Nasar, con interpretación de Julián Román.

No hubo mariposas amarillas ni bellas mujeres elevándose al cielo, pero otros de los clichés garciamarquesianos estuvieron presentes en la trama, ya sea a la hora de escenificar la llegada del obispo, en la lluvia perenne (en sonido o cayendo fina sobre los actores), en el desenfado del alcalde, en el fantasmal ladrido de los perros o en el carácter de los habitantes de un Macondo instalado en una plaza de toros.

Alí Triana ha dicho varias veces que no es su intención evitar los lugares comunes en las historias de García Márquez: ''No hay una manera específica de montar una obra de él, pero el realismo mágico no está en las mariposas amarillas, sino en lo absurdo de las situaciones".

El indefenso Santiago Nasar

Algunos especialistas señalan que Crónica de una muerte anunciada replanteó el género policiaco y superarla será tan difícil como atrevido. En esta versión dramatúrgica tiene a su favor el tono en que se cuenta el asesinato del único hombre del pueblo que nunca conoció las razones de su muerte.

Por eso aparece un Santiago Nasar indefenso, desnudo, en medio de un ruedo, observado desde la tribuna por espectadores que saborean, cada uno a su manera, el muy próximo derramamiento de su sangre.

Es inevitable pensar que las escenas son una ilustración de la novela que inicia con el párrafo que devino un clásico: ''El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar al obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros".

La atmósfera revive los años cincuenta y plantea una reflexión acerca de los diversos mecanismos de la memoria y la crónica. Con los recuerdos deshilachados de cada habitante de Macondo, se reconstruye, recrea y mira desde diversos ángulos, lo acontecido aquel día en el pueblo, luego de la boda de Angela Vicario (interpretada por Andrea Guzmán) con Bayardo San Román (el actor Juan Pablo Raba).

Los chispazos de música y la comunión coral entre los personajes, a la manera del teatro griego, recalcan la intención del director de escena: alejar del imaginario del público el mundo de Gabriel García Márquez, es decir, no ponerle imagen al texto del escritor, pues ''cada espectador es un director y construye sus propias atmósferas. En este sentido, lo único en lo que uno piensa es en cómo resolver cada escena".

Al final de la obra, un personaje encara al público: ''Y ustedes, ¿qué hicieron por evitar la muerte de Santiago Nasar?"