SABADO 14 DE OCTUBRE DE 2000
Ť La alta tecnología, un freno: Grupo Beta
Casi imposible, la entrada ilegal a Estados Unidos desde Tijuana
Ť En la frontera, los centroamericanos se dicen mexicanos
Roberto Bardini, enviado, Tijuana, 13 de octubre Ť El Cañón Zapata, Las Vías y el canal Río Tijuana son tres puntos geográficos del lado mexicano, a pocos metros de la frontera con Estados Unidos, que para algunos hombres constituyen la antesala de un posible paraíso económico.
Pero desde 1994 esa antesala está rigurosamente vigilada y la espera puede prolongarse varios días y largas noches, en un real descenso a los infiernos, donde el hambre duele y el frío cala los huesos.
La propaganda turística de Tijuana asegura que es "la ciudad más visitada del mundo". Habría que agregar que también es la línea internacional donde más personas pierden la vida al año. Las víctimas, en su abrumadora mayoría, son de nacionalidad mexicana.
"Hace 10 años, más de mil personas esperaban aquí cada noche para cruzar al otro lado, pero ahora es imposible, por la tecnología que han desplegado las fuerzas de seguridad de Estados Unidos", dice José María Salazar, jefe del Grupo Beta en Tijuana.
Son las 8 de la noche y estamos con Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos de esta ciudad, en el famoso Cañón Zapata, en la colonia Libertad. Es un conglomerado precario de casas de chapa, madera y tela, con retorcidas calles de tierra y sin iluminación, y está ubicado en una loma donde pasa la línea fronteriza.
Se cuenta que los primeros habitantes de esta colonia fueron patriotas mexicanos que a principios de siglo estaban exiliados en Estados Unidos y que regresaron al triunfar la Revolución de 1910.
Hoy nadie regresa a Libertad. Por el contrario, ahora es un lugar de vigilia para pasar furtivamente a territorio vecino, como lo atestigua la presencia de una docena de hombres de diversas edades que esperan en la oscuridad, fuman en silencio y nos observan con desconfianza.
"Esta noche cruzamos o, a más tardar, mañana: los mexicanos somos buenos para correr", nos dice al rato un joven con acento guatemalteco o, quizá, hondureño.
Y es que en la frontera, ha explicado Salazar antes de venir a este paraje en penumbras, nadie se identifica como centroamericano: todos dicen que son de Tabasco, Chiapas o Veracruz.
Diez o 15 años atrás, los niños de la colonia Libertad arrojaban desde lo alto llantas encendidas, piedras y palos a la Patrulla Fronteriza, mientras oleadas de 100 o 200 hombres y mujeres se lanzaban a toda carrera cuesta abajo al grito de "šViva Zapata, cabrones!", y se perdían en la noche.
Ahora no es tan fácil, porque hay un muro metálico de tres metros de alto, construido con planchas que fueron usadas por el ejército estadunidense en la operación Tormenta del Desierto, durante la Guerra del Golfo, en 1991.
Las láminas de metal se utilizaban en Irak, Kuwait y Arabia Saudita como pista de aterrizaje de aviones de transporte de tropas y para que las orugas de los tanques pudieran desplazarse por la arena.
Nueve años después, esas planchas tan efectivas en aquella región fueron recicladas y se utilizan en un conflicto de baja intensidad con un país vecino al que se supone amigo y socio comercial.
El muro tiene una extensión de 27 kilómetros desde la playa, en el océano Pacífico, hasta la zona de Tecate y Mexicali, hacia el este, donde ya no es necesario: ahí sólo hay desierto, piedras y alimañas, y no se encuentra ni una sola gota de agua. Durante el día, además, la temperatura sube a 50 grados, y en la noche desciende a bajo cero.
Del otro lado de la barda, la Guardia Nacional estadunidense construyó una hondonada de 50 metros de profundidad y, más atrás, un terraplén en el que hay reflectores de 10 metros de alto, potentes como los de un estadio de futbol o un aeropuerto.
Más o menos cada 100 metros se encuentran estacionadas camionetas de la Patrulla Fronteriza con las luces de posición encendidas y, un poco más lejos, ocultas en las sombras de los cañones, están las veloces motos de cuatro ruedas aptas para todo terreno.
Todas las corporaciones de seguridad están desplegadas en la frontera, no sólo los oficiales de la Aduana, la Patrulla Fronteriza y el Servicio de Inmigración y Naturalización, explica Salazar. También están la policía de San Diego, la Patrulla de Caminos y los alguaciles del sheriff.
El jefe del Grupo Beta dice que de los 10 mil agentes que la Patrulla Fronteriza tiene en todo el país, 2 mil 200 están en la línea divisoria con Tijuana.
"Todos a la caza del indocumentado", agrega Clark Alfaro, quien además es profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Estatal de San Diego y acostumbra traer a sus alumnos en este recorrido, con la intención de sensibilizarlos en relación con sus vecinos del sur.
De ahí nos vamos, custodiados por dos agentes del Grupo Beta con pistolas calibre 45 al cinto, hacia el canal Río Tijuana, otro viejo lugar de paso por el cual hoy es muy difícil cruzar a Estados Unidos.
Actualmente el canal está seco: en la mitad mexicana, el lecho está asfaltado; la mitad estadunidense es un pestilente depósito de fango y aguas negras, iluminado por reflectores como de campo de concentración que se levantan detrás del muro metálico.
"Aunque parezca mentira, hay gente que se baña ahí", comenta Salazar.
El recorrido concluye en un paraje conocido como Las Vías o El Bordo, una elevación frente a la colonia Cuauhtémoc: los rieles, oxidados y en desuso desde hace varios años, mueren en la barda levantada por el país vecino.
En la oscuridad, apoyados en el muro o sentados sobre periódicos y cartón, hay 10 hombres sin rasurar y con la misma ropa de hace varios días, que se sobresaltan al vernos llegar. El lugar huele a excrementos y orines.
Clark Alfaro les pregunta de dónde vienen y si esperan desde hace mucho tiempo; algunos nos piden cigarrillos y, al rato, vencida la desconfianza, uno de ellos hace la misma afirmación que escuchamos antes: "A la madrugada cruzamos".
Una grieta entre las planchas de metal deja ver, 100 metros más abajo, las luces del puesto fronterizo de varios carriles para vehículos, con sus casetas que permanecen abiertas las 24 horas del día.
Sobre la garita de control, un cartel luminoso con letras verdes parpadea en inglés y español: "Los perros están trabajando. No los acaricie ni les dé alimentos".
El aviso se refiere, desde luego, a los canes entrenados para detectar droga oculta en compartimientos secretos de los automotores.