SABADO 14 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Ilán Semo Ť
Cuando el pasado no es prólogo
Toda autobiografía parte de un supuesto cuestionable: la idea de que una vida puede ser justificada. Carlyle dice que es un género que pertenece a la comedia o a la parodia. Fingir una vida es un acto natural. Pero hacerlo como un auto de fe supone una dosis de humor involuntario. Las memorias de Carlos Salinas de Gortari abundan en este hecho. La mentalidad de un político conlleva inevitablemente el altruismo de sus dones. La historia soy yo es una máxima universal que se repite a la manera de un sintagma. Sin embargo, hay límites. Convertirla en un reclamo de ingratitud a la nación que no logró comprenderlo implica otras cualidades.
Al libro lo explica la consolidada percepción que el ex mandatario tiene de sí mismo: modernizador del país, adalid de la reforma democrática, visionario de la globalidad, prócer de la solidaridad social, defensor de los derechos humanos, desvelo de la "nomenklatura" (definición en ruso de los dinos) y enemigo de los neoliberales (él profesa el "liberalismo social"), garante intransigente de la soberanía, crítico moderno del populismo... Carlos Salinas aparece ante sí mismo como el ciudadano dotado de todas las cualidades que requería el país para hacer frente a la debacle económica de 1987 y para superar la "pobre herencia" de los regímenes populistas.
Sigue el recuento de logros: la apertura, la democracia, la conciliación entre el mercado y la justicia social, la supresión de los rezagos "morales" (š!)... Todo ello para demostrar que Ernesto Zedillo echó por la borda "el proyecto de modernización más vital que tuvo el país en el siglo XX". Leído como un síntoma cabe preguntarse si el autor del libro es el mismo que dirigió al país entre 1988 y 1994. Y la respuesta consigue ser afirmativa. Son los peligros que contrae la autobiografía.
La historia del salinismo data el último intento de adecuar el régimen corporativo y autoritario a la visible eclosión que sufrió en la década de los ochenta. La elección de 1988, que Salinas cifra como el "triunfo de la democracia", habla abundantemente de esa eclosión. Pero habla de algo más, que merece gradualmente la atención de los historiadores. La incapacidad del régimen que provino de la Revolución Mexicana para propiciar, en los límites de su propia demarcación, un cúmulo de representaciones políticas que afirmarán y conciliarán a esa tradición a través el pluralismo político. Finalmente la eclosión del PRI significó -si se busca un paralelismo se halla en el destino de la Revolución Rusa- la eclosión del hábitat político producido por la Revolución. El fraude de 1988, que Salinas evade en sus memorias, un fraude al que siguió el crimen y la persecución en contra del FDN, liquidó las posibilidades de esa reforma interna de la herencia que provino de las profundidades cataclísmicas del siglo XX mexicano.
Salinas quiere explicar el fracaso del proyecto de modernización autoritario de los años noventa como una suma de "errores", "traiciones" y "deslealtades" de los hombres que él promovió y que acabó llevando al gabinete hasta los días previos a la implosión económica del 20 de diciembre. Es un argumento inútil, pero sobre todo es un argumento que lleva a su autobiógrafo por ese extraño sendero ex presidencial de la compulsión a la autodestrucción.
La paradoja del salinismo consiste en su fracaso como un proyecto para la nación y en su éxito como un proyecto que posibilitó la sobrevivencia de las elites económicas que, más allá de la democratización electoral, continuarán ejerciendo los principales dispositivos del poder nacional. El salinismo devoró a Salinas.
Por ello, las memorias de Salinas hablan en realidad de un pasado que súbitamente dejó de tener una función estructurante, así fuese como un territorio de la impugnación, en la memoria elemental de la política. Un pasado que es prólogo de una caída, la caída final. Ahí donde se gestó una tragedia, aparece hoy en su lugar la parodia. Es decir, un pasado que no es prólogo. Todo lo cercano se aleja, dice Goethe. Las memorias del ex presidente acrecientan este vaticinio.
Hay algo que La difícil modernización quiere capitalizar. La lucha pospresidencial se efectuará ahora entre dos ex presidentes. Es decir, ya no es una lucha por las riendas del Estado sino por esa zona de devastación que los "reformadores" dejaron tras de sí y que si bien no se reduce al PRI, tampoco parece ser mucho mayor.
Lo demás forma parte de ese síntoma melancólico que Hans Magnus Enzesberger definió en un ensayo titulado "Sobre los estragos de la pérdida de poder" como esa extraña conjunción en la que coinciden "la mediocridad y el delirio". La primera parte de esta actuación parecía inatribuible a Carlos Salinas. Después de la autobiografía, ya no lo es.