SABADO 14 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Luis González Souza Ť
Grito, luego existo
Suave si se quiere, pero ahora hay que gritar para probar que seguimos vivos. Ya no opera la divisa del filósofo Descartes en el siglo XVII: "Pienso, luego existo". Ahora, hasta para probar que todavía pensamos, es preciso gritar. No necesariamente groserías, pero sí todos aquellos reclamos de los cuales depende nuestra condición de seres humanos. Nada más, pero nada menos.
Y es que la famosa globalización en curso ya se pasó de tueste. Encandilada por la diosa "Mercado", ya no respeta salvo a quienes pueden comprar o vender algo. Todos los demás, es decir, los crecientes sectores que van quedando fuera de este mundo-mercado, no cuentan. Están clínicamente muertos, o son "económicamente inviables", según rezan los correspondientes diagnósticos de los mercaderes y sus tecnócratas.
Casi igual ocurre con los sobrevivientes. Idiotizados o cosificados por las artes de la mercadotecnia, su existencia es más bien vegetativa. Hasta los más encumbrados en la actual globalización mercantilista tienden a perder su capacidad para pensar. Más y más, sus capacidades se reducen a la de automatizar actos de oferta y demanda bajo los consiguientes instintos de producción y consumo.
Por eso, enhorabuena, nuestro continente ya es recorrido por el Grito de los Excluidos. Sin hacer mucho ruido, este movimiento nació en Brasil arropado por los campesinos Sin Tierra, poco después del "šYa basta!" zapatista de enero de 1994. El año pasado este grito ya se expandió por Argentina, Paraguay, Ecuador, Colombia, Honduras, Nicaragua y México, ligándose estrechamente a nuestros respectivos gritos de independencia. Y este año avanzó por Chile, El Salvador, Costa Rica, Cuba y la República Dominicana, para culminar el pasado 12 de octubre en una amplia, diversa movilización ni más ni menos que ante la Organización de Naciones Unidas, en Nueva York.
La proclama ahí presentada, "Grito de las excluidas y los excluidos de las Américas, por un milenio sin exclusiones", no tiene desperdicio. Se trata de una protesta "contra la desigualdad y la injusticia del mundo", reflejadas en la propia "nave" que transporta a la humanidad. Los que viajan en primera clase son una minoría con todos los privilegios del consumismo, lo mismo que de la impune depredación del medio ambiente y de los valores sociales. En cambio, la inmensa mayoría de la población mundial se amontona en las "insalubres bodegas" de la nave, además carcomidas "por el hambre, las enfer-medades, la violencia y la explotación".
De ahí el grito de protesta "contra la economía capitalista neoliberal". Economía que "globaliza la pobreza y no el progreso; la dependencia y no la soberanía: la competitividad y no la solidaridad". Y que, por lo mismo, no hace sino reproducir los lastres colonialistas, ahora bajo el manto de una verdadera "globocolonización".
Nace de la "indignación" este grito, pero no se queda ahí. Al mismo tiempo es "un grito de esperanza". Y esta esperanza, realimentada por las movilizaciones de Seattle, Praga y demás, alcanza un alto grado propositivo. Entre otras cosas, se propone el remplazo del actual andamiaje internacional -FMI, Banco Mundial, OMC- por "instituciones efectivamente democráticas, donde las naciones tengan igual poder de voz y voto". Asimismo se propone la "anulación" de las deudas externas de los países pobres y la reorientación de las políticas económicas de modo que satisfagan los derechos básicos de todos: tierra, trabajo, vivienda digna, educación, salud, medio ambiente salvaguardado.
Se propone, en suma, "abrazar la utopía de un mundo sin desigualdades, sin miseria y sin exclusiones" de ningún tipo. Un mundo "fundado en la justicia y en la libertad". Lo que en nuestro continente por lo pronto exige acciones como el "retiro de EU de Colombia" y el fin del "cruel bloqueo" contra Cuba.
Así gritan los excluidos en la América de nuestros días. Su gritar significa que todavía piensan y luchan. Piensan, gritan, luchan... luego viven. Lástima por los que ya ni siquiera gritan.