SABADO 14 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Bernardo Barranco V. Ť

La Iglesia católica según Salinas

Me provocó decepción e inquietud la lectura de México, un paso difícil a la modernidad, escrito por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. En especial, los apartados sobre las Iglesias. En el capítulo 9, segunda parte, titulado ''Libertades Religiosas Plenas y Restablecimiento de las Relaciones Diplomáticas con la Santa Sede'', hay un conjunto de apreciaciones controvertidas que merecen ser analizadas y por supuesto, matizadas. Uno de sus argumentos centrales es que la modernización de las relaciones entre el Estado y las Iglesias, fue respuesta a una cuestión de derechos humanos y de libertades religiosas, cuando en realidad sabemos que el eje articulador fue el político. Abusa de una afirmación del historiador Jean Meyer, que relativiza las incursiones políticas de las Iglesias. Al final del día, el salinismo propició que la jerarquía católica se convirtiera en un actor político central sobredeterminado. La modernización salinista catalizó la politización de la Iglesia católica. Una segunda impresión es el notable opacamiento con el que Salinas enfoca la figura de Girolamo Prigione. Sabiendo de su desprestigio, deliberadamente el ex presidente lo sitúa en un plano secundario y minimiza la función protagónica del nuncio Prigione, que se convirtió, en los hechos, en un hombre de Salinas al interior de la Iglesia y un hombre de Iglesia al interior del salinismo. Por el contrario, y de manera hasta sospechosa, exalta la figura del cardenal Posadas, que si bien tuvo activa participación en las negociaciones, dista mucho de la centralidad y preponderancia que le otorga mañosamente en el texto. Carlos Salinas de Gortari le da un tratamiento equivalente al que le asigna a Luis Donaldo Colosio en lo político a lo largo del libro.

Salinas oculta la forma de los arreglos cupulares y de conveniencia que sostuvo con un sector de la Iglesia católica al transformar los artículos constitucionales. No es explícito del apoyo político que buscó de los obispos durante su campaña, jamás hace referencia a la legitimidad que éstos le ofrecen ante su dudoso triunfo electoral de 1988, olvida la campaña de los prelados durante los procesos electorales de 1991 para combatir el alto grado de abstencionismo, cuya lema simbólico se resume así: ''Es pecado no votar''. Disfraza también el problema de fondo que no fueron en sí los cambios, sino la forma; incluso buena parte de los obispos que simpatizaban con la reforma del artículo 130 no vieron con agrado ni a los interlocutores, ni la forma de negociar los cambios. Aquí centramos un factor de la fractura entre el cardenal Ernesto Corripio, entonces arzobispo primado, y Prigione, delegado apostólico.

Resulta inquietante, la paradoja en la que él mismo se sitúa en el texto: Ƒcómo es posible que realice los cambios en diciembre de 1991, cuando tenía pleno control político del país?, Ƒpara qué, si ya no se justificaba la legitimidad del clero?. Efectivamente, en 1991 Salinas vivía la plenitud de la presidencia imperial, sin embargo su mira ya no se dirige tanto a las exigencias domésticas, sino a las internacionales en función del TLC. El lector recordará que la visita del Papa a México en 1990 movilizó a más de 20 millones de mexicanos; que Juan Pablo II estaba en el zenit de su pontificado; era el atleta de Dios, triunfador de la caída del sistema socialista y su influencia internacional estaba fuera de toda duda. Salinas de Gortari apura el establecimiento de las relaciones con la Santa Sede con fines mercadotécnicos y enaltecer su imagen como estadista moderno, posicionándose como aliado de una importante potencia internacional como es el Vaticano. Sin embargo, para llegar a consumar esta relación, tenía que pasar por los reacomodos internos que dieron lugar a los cambios constitucionales de 1991. No era posible tener relaciones con la Santa Sede si no reconocía jurídicamente a la Iglesia. Eso jamás lo menciona en su texto.

Finalmente, Carlos Salinas no desaprovecha la oportunidad de golpear a un sector de la Iglesia que lo combatió frontalmente, el sector de cristianos de izquierda, vinculados a la Teología de la Liberación. Los deja ver como ese pequeño grupo de obispos que no tiene nombre pero que con enfado surge en las conversaciones privadas con el Papa y los identifica en torno a las "Comunidades Eclesiásticas de Base" (sic). Extrañamemnte no responsabliza a Zedillo del deterioro posterior de las relaciones del estado con las Iglesias, habría tenido tela de donde cortar. Sin embargo a la luz de lo anterior, quizá lo único positivo es que la relativa indiferencia del presidente Zedillo aceleró la desalinización, el olvido y hasta la crítica abierta a un sistema político que agoniza.

 

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