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México, D.F. viernes 13 de octubre de 2000 
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Editorial
MEDIO ORIENTE: ¿HACIA UNA NUEVA GUERRA? 

SOL Los más recientes acontecimientos en Medio Oriente hacen parecer inevitable un nuevo viraje bélico en el conflicto palestino-israelí. Así lo indican el ataque contra posiciones de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Gaza y Ramalah por parte de helicópteros artillados de Tel Aviv, así como las declaraciones de uno y otro bando en el sentido de que el proceso de paz ''está muerto'' y que el bombardeo israelí es una ''declaración de guerra''. Para colmo, el terrorismo de inspiración islámica se ha vuelto a expresar, al parecer, en el atentado dinamitero contra un buque de guerra estadunidense anclado en el puerto yemenita de Adén, acción que causó cinco muertos, 36 heridos y 12 desaparecidos entre la tripulación. 

En la crisis actual --generada por la provocación del ultraderechista israelí Ariel Sharon de hacerse presente en la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén, un lugar sagrado para los musulmanes-- el único actor internacional con peso e influencia suficientes como para detener las crecientes hostilidades es Estados Unidos, pero el gobierno de Washington actúa como si hubiera perdido el rumbo y como si no tuviera la menor idea de la situación real entre israelíes y palestinos. Sólo así se explica que la diplomacia encabezada por Madeleine Albright busque poner en el mismo plano y dar el mismo trato a las expresiones de la ira popular palestina contra las tropas que ocupan su territorio y a actos de terrorismo de Estado como los perpetrados por Tel Aviv contra Ramalah y Gaza. 

La pretensión de tratar en forma simétrica a expresiones de violencia radicalmente distintas --la venganza de los ocupantes ante muestras de exasperación popular por casi cuatro décadas de ocupación, marginación, abusos sistemáticos, violaciones masivas a los derechos humanos, discriminación y saqueo-- no puede devolver el conflicto al deseable cauce del proceso de paz, no contribuye a resolver el drama palestino ni ayuda en nada al legítimo anhelo israelí de seguridad. No puede exigirse la misma responsabilidad en el control de sus respectivas poblaciones a un Estado constituido ?como lo es el Hebreo? y a una forma apenas embrionaria de autoridad nacional, como la que preside Yasser Arafat. Por eso, los llamados equidistantes a la moderación y a la serenidad formulados por Washington no han tenido ningún efecto en la presente coyuntura. 

En otro sentido, las circunstancias mundiales actuales hacen impensable un escenario de nuevas confrontaciones bélicas en gran escala entre árabes e israelíes. En la medida en que la rivalidad bipolar Este-Oeste ha dejado de expresarse en Medio Oriente, la guerra formal, allí, no tiene perspectivas. Pero la ausencia de guerra no se traduce automática ni necesariamente en un estatuto de paz; éste, de hecho, no será posible en tanto no se corrija la injusticia histórica padecida por los palestinos. 

Lo que parece claro, a estas alturas, es que el ciclo de negociaciones bilaterales auspiciadas por Washington ha llegado a un punto muerto, y que la comunidad internacional --incluido Estados Unidos-- debe desempeñar un papel más enérgico y activo en la conformación del Estado palestino, punto de partida necesario para resolver las dramáticas condiciones de vida de los habitantes árabes de Ramalah, Gaza y la Jerusalén Oriental. De ello depende, a fin de cuentas, la pacificación definitiva de la región y la estabilidad y viabilidad del propio Israel en el entorno.

 

 

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