MEDIO ORIENTE: ¿HACIA UNA NUEVA GUERRA?
Los más recientes acontecimientos en Medio Oriente
hacen parecer inevitable un nuevo viraje bélico en el conflicto
palestino-israelí. Así lo indican el ataque contra posiciones
de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Gaza y Ramalah por parte de
helicópteros artillados de Tel Aviv, así como las declaraciones
de uno y otro bando en el sentido de que el proceso de paz ''está
muerto'' y que el bombardeo israelí es una ''declaración
de guerra''. Para colmo, el terrorismo de inspiración islámica
se ha vuelto a expresar, al parecer, en el atentado dinamitero contra un
buque de guerra estadunidense anclado en el puerto yemenita de Adén,
acción que causó cinco muertos, 36 heridos y 12 desaparecidos
entre la tripulación.
En la crisis actual --generada por la provocación
del ultraderechista israelí Ariel Sharon de hacerse presente en
la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén, un lugar sagrado para
los musulmanes-- el único actor internacional con peso e influencia
suficientes como para detener las crecientes hostilidades es Estados Unidos,
pero el gobierno de Washington actúa como si hubiera perdido el
rumbo y como si no tuviera la menor idea de la situación real entre
israelíes y palestinos. Sólo así se explica que la
diplomacia encabezada por Madeleine Albright busque poner en el mismo plano
y dar el mismo trato a las expresiones de la ira popular palestina contra
las tropas que ocupan su territorio y a actos de terrorismo de Estado como
los perpetrados por Tel Aviv contra Ramalah y Gaza.
La pretensión de tratar en forma simétrica
a expresiones de violencia radicalmente distintas --la venganza de los
ocupantes ante muestras de exasperación popular por casi cuatro
décadas de ocupación, marginación, abusos sistemáticos,
violaciones masivas a los derechos humanos, discriminación y saqueo--
no puede devolver el conflicto al deseable cauce del proceso de paz, no
contribuye a resolver el drama palestino ni ayuda en nada al legítimo
anhelo israelí de seguridad. No puede exigirse la misma responsabilidad
en el control de sus respectivas poblaciones a un Estado constituido ?como
lo es el Hebreo? y a una forma apenas embrionaria de autoridad nacional,
como la que preside Yasser Arafat. Por eso, los llamados equidistantes
a la moderación y a la serenidad formulados por Washington no han
tenido ningún efecto en la presente coyuntura.
En otro sentido, las circunstancias mundiales actuales
hacen impensable un escenario de nuevas confrontaciones bélicas
en gran escala entre árabes e israelíes. En la medida en
que la rivalidad bipolar Este-Oeste ha dejado de expresarse en Medio Oriente,
la guerra formal, allí, no tiene perspectivas. Pero la ausencia
de guerra no se traduce automática ni necesariamente en un estatuto
de paz; éste, de hecho, no será posible en tanto no se corrija
la injusticia histórica padecida por los palestinos.
Lo que parece claro, a estas alturas, es que el ciclo
de negociaciones bilaterales auspiciadas por Washington ha llegado a un
punto muerto, y que la comunidad internacional --incluido Estados Unidos--
debe desempeñar un papel más enérgico y activo en
la conformación del Estado palestino, punto de partida necesario
para resolver las dramáticas condiciones de vida de los habitantes
árabes de Ramalah, Gaza y la Jerusalén Oriental. De ello
depende, a fin de cuentas, la pacificación definitiva de la región
y la estabilidad y viabilidad del propio Israel en el entorno. |