VIERNES 13 DE OCTUBRE DE 2000
ANDANZAS
Antígona y Africa, en el Cervantino
Colombia Moya Ť La obra Pour Antigone, de la coreógrafa francesa Mathilde Monnier, multipremiada y de sólido prestigio entre los coreógrafos de ruptura en Europa, fue presentada inicialmente el 11 de este mes en el Centro Nacional de las Artes, con una fuerte concurrencia del mundo de la danza, atraídos, sin duda alguna, por la resonancia de la trayectoria de la coreógrafa, y por la curiosidad de esa extraña mezcla de bailarines africanos y europeos, o simplemente, en el caso de los más enterados, por ver la investigación de la Monnier en Africa y la consistencia del dichoso ''rompimiento'' de la interminable serie de atavismos, formalidades y hasta vicios, estéticos, conceptuales, emocionales y académicos, que cientos de creadores padecen y que finalmente los lleva a la copia, la repetición, el vacío, y por sí misma, la intrascendencia, a pesar de toda clase de montajes y ruido en la mitología de la publicidad.
La obra, realizada en 1993, de cualquier forma es muy interesante y con grandes aciertos, pues al no ser convencional, lineal, clara o narrativa, es de difícil lectura. En realidad es como una pintura cubista, en la que los personajes quebrados en diversas viñetas o etapas del ballet muestran el precario equilibrio en el único caudal, logros indiscutibles, de la violenta emoción de la tragedia, las personas y los pueblos ofendidos, marcados con la sangre del destino aciago; la rabia contenida, la ofensa, la desesperación y la búsqueda ilimitada de la restitución de la conciencia que nos ubica en el centro de nuestra realidad y pertenencia.
Mathilde Monnier es valerosa y ha dado el gran salto en el caldo oscuro de los convencionalismos y se lanza por medio de las venas de los bailarines africanos, hacia el origen del movimiento, libre de ataduras y esteticismo gratuitos, hurgando en la tragedia del continente africano esa emoción desembocada y vertiginosa en que, con el formidable lenguaje sonoro del percusionista africano Zani Diabaté, los bailarines, africanos sobre todo, con algunos movimientos tradicionales de las danzas de Malí, nos muestran la fuerza prodigiosa de la danza en estado puro, uniéndose así a la ya larga lista de creadores que cada día abandonan las muletas de la danza para sumergirse de cabeza en el torbellino ancestral de su pureza, pues algo está sucediendo en el mundo que nos pone los pelos de punta y nos obliga a retomar, buscar, indagar, quizás rastrear, como Antígona, en el corazón de la tragedia, el respiro de la legitimidad en lo más profundo de la razón de vivir.
Las láminas que a manera de escenografía colocó magistralmente Annie Tolleter, la luz, el vestuario y la música, sintetizan la degradación de la otrora selva húmeda gradualmente convertida en casuchas de metal o cartón donde se hacinan en luchas fraticidas los hombres y mujeres, que igual pueden estar en cualquier otro país instalados en el absurdo y la locura. Antígona se presenta, aún hoy, en el Teatro de las Artes, antes de continuar su viaje hacia el Cervantino, en Guanajuato. Hay que verla.