VIERNES 13 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Leonardo García Tsao Ť

De poca sustancia

En un documental hecho por Alex Cox sobre la carrera de Akira Kurosawa, el director Paul Verhoeven afirmaba revisar sus películas favoritas con frecuencia, ''para recordarme que el cine puede ser arte, pues fue la razón por la cual quise ser director. Ahora sólo hago películas sobre efectos especiales''. No le acreditamos a Verhoeven un talento para ponerse a la altura de Kurosawa, aun fuera de las restricciones del cine hollywoodense, pero sin duda ha desaprovechado sus aptitudes en un producto como El hombre sin sombra.

La cinta es en esencia un remake no oficial de El hombre invisible (1933). Como en ese clásico de James Whale, un hombre da rienda suelta a su megalomanía y sus bajos instintos cuando descubre el suero que lo vuelve invisible. En este caso, se trata de un arrogante científico llamado Sebastián Caine (Kevin Bacon), quien, trabajando en un proyecto secreto para el Pentágono, ya ha logrado hacer invisibles a varios animales y se esmera por desarrollar la fórmula para volver reversible el proceso.

En la primera parte de la cinta, Verhoeven consigue despertar nuestra capacidad de asombro haciendo uso ideal de la tecnología computarizada en efectos especiales. Los experimentos realizados por Caine con una gorila son descritos como una mezcla de instructivo anatómico y película de horror, en lo que el animal se materializa como una sucesión de arterias, músculos y tejidos orgánicos en pleno funcionamiento. Sin hacer caso de las objeciones de sus colaboradores, su ex amante Linda McKay (Elisabeth Shue) y Matthew Kensington (Josh Brolin), con quien ella sostiene una relación furtiva, Caine decide hacer las veces de conejillo de Indias. Sin embargo, el nuevo antídoto no funciona y el hombre parece condenado a la invisibilidad.

Ahí es donde empiezan los problemas del personaje -y de la película. Como todo científico que juega a ser Dios según las reglas del género, Caine se empieza a portar mal. El aprovechar su estado para molestar a la vecina chichona podría ser la reacción de cualquier machín frustrado. Pero aquí el guionista Andrew W. Marlowe desperdicia el potencial de la situación: en lugar de enfrentar a esta nueva amenaza a toda la sociedad -como lo hizo Whale-, la encierra en el centro de experimentación, donde intentará liquidar uno por uno a sus colaboradores. O sea, es otro ejercicio de la sobada premisa de víctimas amenazadas por un asesino/monstruo en un sitio aislado.

Las actuaciones de tira cómica y el desempeño de una científica cuyo único atributo es lucir ropa entallada, dejan ver que no se ha tomado en serio el asunto. Verhoeven es quizás el único cineasta actual que mantiene vivo el espíritu de la serie B con presupuestos A. Su postura cínica lo llevó a hacer una maliciosa burla del militarismo gringo en Invasión, el inspirado enfrentamiento entre terrícolas plásticos e insectos extraterrestres. En El hombre sin sombra, el cineasta asume desde el título original que no está trabajando con un material muy profundo o complejo. El hombre hueco o vacío podría ser una especie de autocrítica. Lo que salva a Verhoeven es su notable capacidad técnica.

Es común entre los realizadores actuales el ensayar el ejercicio hitchcockiano. Verhoeven es de los pocos que pueden presumir de haber aprendido del maestro lo menos obvio: la habilidad para integrar a sus personajes a su entorno, crear una sensación de amenaza con la simple puesta en escena, o encontrar un elocuente detalle visual. Otra cualidad compartida es la misantropía. Como Hitchcock, el cineasta holandés ve al ser humano con disimulada sorna y no pierde la ocasión para manifestar una crueldad muy mal vista por críticos bienpensantes.

Si Verhoeven se reconoce reducido a mero "director de películas de efectos especiales", en El hombre sin sombra evidencia su resignación. Si bien una obra a la altura de Los siete samurai no se antoja entre sus posibilidades, no debe perder el inspirado cinismo que lo llevó a hacer RoboCop o Invasión.

 

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