VIERNES 13 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Adrenalina a mares al compás de Chilanga banda
Café Tacuba, eufórico aquelarre en Granaditas
Ť En el éxtasis del slam se olvidaron del ''volador de Cuévano''
Mónica Mateos, enviada, Guanajuato, Gto., 12 de octubre Ť Algunos sintieron la muerte chiquita, pero muchísimos más se la pasaron a toda madre en el concierto que ofreció el grupo de rock Café Tacuba en la Alhóndiga de Granaditas. Un chidísimo aquelarre para la mayoría de los seguidores de esta banda.
Protección Civil del estado calculó la asistencia en poco más de 13 mil personas, lo cual rebasó las medidas de seguridad y médicas programadas. Los 150 encargados del orden ''la armaron de tos" ante chavos eufóricos e impacientes por empezar con el slam, pues éstos se empujaban, entre cervezas y gritos, en las calles aledañas.
Seis heridos, una decena de detenidos por no ser discretos con el carrujito de mota, una señora pisoteada por la muchedumbre, niños extraviados, ancianos apretujados y el constante nerviosismo porque en algún momento ''ocurriera algo grave" fueron el saldo del toquín programado dentro de las actividades del Cervantino.
Desde mediodía llegaron personas para apartar un buen lugar en las escalinatas de la Alhóndiga. A las ocho de la noche era imposible encontrar un sitio con buena visibilidad o siquiera caminar entre la muchedumbre. Pero lo importante -a eso iban casi todos- era escuchar las rolas y echar desmadre a más no poder.
La adrenalina fluyó a mares, los jóvenes serpenteaban en la multitud, trepándose a las bardas y azoteas, con la impaciencia por escuchar el cuasi himno Chilanga banda.
A las 20:30 horas, solucionados los problemas con la consola de luces y resignados todos a aguantar la tensión del riesgo constante que corrían varios pequeños sentados en la barda principal donde quienes no pudieron ingresar a la explanada formaban torbellinos, se escucharon los primeros acordes de Ingrata.
La pólvora se encendió cuando apareció el vocalista Nrü -antes llamado, Juan, Cosme, Anónimo, en realidad bautizado por sus papás como Rubén Albarrán- y sus compinches Emmanuel del Real (teclados), José Alfredo Rangel (guitarra), Enrique Rangel (bajo) y Alejandro Flores (violín).
Y nadie paró de brincar durante dos horas: agitar los cabellos, repegarse al otro, estrujarse, lanzarse, de cabeza o como fuera, a la música de los tacubos.
Latas de cerveza y los clásicos globitos hechos con condones volaron por los aires. Pero también botellas de vidrio. Una de ellas golpeó en la cabeza a una reportera de la televisora estatal. Los cuatro policías que evitaban que cientos de jóvenes saltaran de la calle hacia dentro de la explanada empuñaron macanas y alistaron sus botes de gases lacrimógenos.
La actitud calmó un poco a los chavos. La verdad es que fue justo cuando empezó la rola María, calmadita, así que todos tomaron un respiro.
Avalancha de canciones
El slam de rigor irrumpió con La locomotora entre risas, sudores, el goce de chavas que treparon a los hombros de sus hombres, y las peculiares alabanzas a los tacubos que lanzaban sus fans: ''špinchi Juan!, una, dos, tres: špinchi Juan!".
Esta es la tercera ocasión que Café Tacuba se presenta en el Cervantino, pero la primera que desata ''un desmadre chido" en las ''hordas juveniles", como son llamados los muchachos que sólo quieren divertirse, por quienes no toleran tales despliegues de entusiasmo.
La avalancha de canciones tacubas transformó en minutos hasta al más tranquilito en un tizón que coreaba ya sea Ojalá que llueva café, No controles, Rarotonga, Las flores, Negro santo; o encadenaba sus movimientos a las piezas instrumentales, definidas por el grupo como ''rock progresivo latinoamericano".
Uno de los lesionados fue un joven que la hizo de ''volador de Cuévano", y fue lanzado al aire por los que se encontraban en el éxtasis del slam y que se olvidaron de cacharlo de regreso. Luego de recibir atención médica y ser vendado del hombro, el chavo regresó al reven, como manda la chilanga banda y muy quitado de la pena.
''ƑQuién se quiere salir de este infierno?", grito Nrü y la respuesta fue el aullido de mil gargantas: ''šculero, culero!", porque hasta la Luna, casi llena y regordota, quería seguir la pachanga. Y gritar, hasta estremecer al mismísimo Pípila: ''chin chin si me la recuerdas... carcacha y se te retacha".