JUEVES 12 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Margo Glantz Ť
Los dientes de los tiranos
Una noticia periodística reciente me ha llamado la atención: el ex dictador chileno Augusto Pinochet llegó con su escolta y sus automóviles blindados al Hospital Militar de Santiago de Chile para someterse a una intervención dental, visita aprovechada, además, para que al susodicho le practicaran exámenes neurológicos. Los médicos recomendaron medidas específicas adicionales a su tratamiento habitual y se habló de un control médico y dental multidisciplinario y ambulatorio.
Curiosos adjetivos, multidisciplinario y ambulatorio, hacen pensar en las medidas de seguridad desplegadas para atender a un hombre sin fuero y, por tanto, retirado de la política de su país que se hace examinar en ese nosocomio por un dolor de dientes y produce una alteración inusitada: recae sobre los pacientes ordinarios que deben soportar las extraordinarias medidas de seguridad desplegadas cada vez que el tirano se desplaza.
Y lo que más me extraña es que al tirano le duelan los dientes, ese tirano cuyas enfermedades han dado pábulo a discusiones fundamentales en torno a las reciente manifestaciones de fascismo en el mundo y, específicamente, a las dictaduras del Cono Sur que desarrollaron prácticas quirúrgicas aberrantes para torturar a los disidentes, antes de hacer desaparecer sus cuerpos.
Y hablando de dientes, quiero referirme de nuevo a una tragedia de Calderón de la Barca que comenté en este espacio hace dos semanas, El médico de su honra, en verdad, una metáfora de la tiranía escrita por un dramaturgo muchas veces acusado de defensor de la monarquía, y aunque efectivamente fue un dramaturgo adscrito a la corte de los Austrias, una de las lecturas que admiten sus obras es una crítica del poder.
Efectivamente, en esta tragedia destacan dos personajes, ambos tiránicos, don Gutierre, el noble que cura sus celos haciendo que un barbero sangre a su esposa doña Mencía y el rey don Pedro Cruel llamado también el justiciero, en realidad, promotor del crimen y cómplice de Gutierre, el tirano de su casa, el emblema de un código de honor cuyas víctimas más idóneas son la mujer y los miembros de las razas perseguidas y expulsadas, judíos y moros, sujetos a la ley de la limpieza de sangre vigente en esta tragedia que lava con sangre -limpia- el honor. Y sería bueno recordar aquí que el barbero es el antepasado más cercano del dentista.
En una tragedia cuyo tema es la enfermedad del honor y su cura, el cuerpo tiene predominancia. En el largo diálogo entablado entre dos personajes arquetípicos de la comedia, el rey y el gracioso, la risa se localiza en la corporeidad, justamente en esa parte del cuerpo donde se produce el rostro y, en él, sobre todo la boca, los dientes y los ojos. El Rey reprueba la función tradicional del gracioso, muchas veces un judío converso, como el famoso Don Francesillo de Zúñiga, bufón de Carlos V, esos bufones, presentes en las cortes europeas desde la temprana Edad Media por lo menos: El Rey, como si no supiera cuál es el oficio del bufón. pregunta a Coquín:
''ƑHacer reír profesáis?"/ Coquín: ''Es verdad". Rey: ''Pues cada vez/ que me hiciéredes reír,/ cien escudos os daré;/ y si no me hubiéreis hecho/ reír en término de un mes,/ os han de sacar los dientes".
Añado otra cita, en ella convergen lágrimas y risas, que ayuda a dibujar la figura del tirano: Coquín protesta ante la amenaza: ''Testigo falso me hacéis,/ y es ilícito contrato/ de enorme lesión''./ Rey: "ƑPor qué"?/ Coquín: ''Porque quedaré lisiado/ si le aceto, Ƒno se ve? Dicen que cuando uno se ríe,/ que enseña los dientes; pues /enseñarlos yo llorando,/ será reírme al revés./ Dicen que sois tan severo,/ que a todos dientes hacéis;/ Ƒqué os hice yo, que a mi solo/ deshacérmelos queréis?".
Oficio metafórico y metonómico del dictador: arrancar los dientes de sus súbditos, mutilarlos, anularlos, hacer de sus cuerpos, cuerpos para la muerte. Terminaré con unas palabras de Diamela Eltit, que hablan de otro traslado hospitalario de Pinochet, viaje que de alguna forma lo enfrentó a un juicio público que no se hizo efectivo por la connivencia de equívocos poderes y que, de refilón, ocasionó su desafuero, pero no el juicio definitivo que debería hacérseles a los criminales de guerra, los que han cometido crímenes contra la humanidad, figura jurídica un tanto imprecisa.
''Intento esbozar -dice la escritora chilena- una lectura acotada en torno a los efectos de su internación médica. Aludir a los signos del cuerpo del dictador y los síntomas que lo llevaron a Londres, ajeno a la emboscada que le iba a tender la precariedad de su propia anatomía. Ya tullido y al borde de la invalidez, la operación clínica se convirtió en un escenario político para cumplir con una espectacular operación de captura internacional. Quiero señalar que, a nivel simbólico, es el cuerpo quien le juega ahora una mala pasada."
Y otra vez el cuerpo entero del dictador es sometido a un examen hospitalario, y es su rostro desdentado -esa mueca flagrante de la vejez y de la muerte-, el símbolo de la ambigüedad del derecho, cuyo último objetivo es enjuiciar pero no garantizar que la justicia se cumpla.