JUEVES 12 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Olga Harmony Ť
Orinoco y paréntesis
Hace unos 20 años, cuando Orinoco de Emilio Carballido tuvo su estreno en México -tras el llevado a cabo en Venezuela- se quiso ver como una metáfora de la situación latinoamericana. A muchos nos violentó esa lectura, porque entonces existían crudelísimas dictaduras en varios de esos países y la actitud de dejarse llevar de la optimista Fifí no nos parecía una rebeldía consistente. Ahora que los torturadores de esa época están en la picota, la comedia de Carballido se puede ver de otra manera y las transgresiones de las viajeras del Stella Maris resultan individuales, propias de dos caracteres contrastantes, más de género su grito libertario ante los prejuicios machistas de una sociedad pacata -que no ha cambiado tanto, antes bien se acentúa en nuestro país en estas épocas- que definitivamente políticas. El tiempo transcurrido ofrece nuevas interpretaciones y es muy interesante que se revisen algunos textos de nuestros dramaturgos, sobre todo los de la llamada generación de los 50, porque algunos pueden ya no sostenerse ante una realidad cambiante, pero otros cobran nuevos significados.
(Es interesante, sobre todo, por algo que apunta David Olguín en su ensayo acerca de Jorge Ibargüengoitia publicado en La Jornada Semanal y que consiste en la minimalización que se hace a los autores de esta generación para hacer resaltar la obra del guanajuatense, a lo que algunos podemos responder que qué bueno que existiera Ibargüengoitia y qué bueno que tengamos la obra de Carballido o Magaña: las diferencias en éste, como en todos los casos, enriquecen a nuestra dramaturgia. Y a propósito del excelente ensayo de Olguín, me atrevo a ampliar este primer paréntesis para sugerir que los directores pudieran darnos sus puntos de arranque para escenificar a los autores mexicanos, es decir, si todos tuvieran la capacidad de este dramaturgo y director para la claridad ensayística.)
El texto se sostiene por sí mismo gracias a la originalidad de la situación, sus diálogos chispeantes y esos dos caracteres entrañables que son la constante de Carballido. Fuera ya de las forzadas interpretaciones ideológicas que en su momento lo opacaron, se pone de relieve un importante subtexto. Si bien las dos mujeres, sobre todo Fifí, son promiscuas y se acuestan con quien se les da la gana, porque para eso son libres, nunca se han prostituido y su vagancia por el río, en el final abierto de la obra, es una manera de deslindarse de ese último peldaño de miseria al que su ruta hacia el campo petrolero Pío XII parecía llevarlas. El Pirecua Theatre francés realiza esta nueva escenificación traída en el marco del homenaje al autor por sus 75 años de vida, por el Instituto Veracruzano de Cultura y que tuvo único fin de semana en nuestra ciudad en el Teatro Helénico.
La directora Esther André González se limitó a ilustrar el texto, dándole buen ritmo y apoyando su gracia, aunque su poco creativa propuesta fue excesivamente frontal, con un diseño muy anticuado. En cambio, las actrices que encarnan a Fifí y a Mina -el programa no específica reparto y se limita a dar los nombres de Isabelle Graznois, Margarita Juanpera y Juliette Plumecoq-Mech- son muy graciosas e intencionadas, plenas de vitalidad y encanto.
(El texto es riquísimo, por lo que la inteligente interpretación de las actrices salvan una dirección lineal. No siempre una actriz puede rescatar texto y montaje. Que lo diga el espléndido final que Zaide Silvia Gutiérrez da a una obra tan chata como es El cuchara de oro, de Jorge Galván, dirigida por él mismo y que no mejora por ese momento de teatralidad.)
La directora André González crea un nuevo personaje mudo, Oshú, el supuesto espíritu del Amazonas, que no añade algo al texto -ni siquiera como contraste de la brutal situación de ambas mujeres- y que más bien aparece como esa idea eurocentrista de que los habitantes de Latinoamérica vivimos en un mundo de realismo mágico.
(Y presentar seres irreales es bien complicado, como puede atestiguarse con la rolliza Musa que Miguel Angel Tenorio le dio a un mediocre escritor en Rebambaramba en la obra de homenaje a Silvestre Revueltas, en la que dicho escritor, gracias al músico y a su musa entiende que para escribir hay que ser libre y sacudirse a la ''injusta" esposa que pide alimento y techo seguro para su hija.)
A pesar de las deficiencias que se puedan encontrar en la dirección, hay que subrayar como acierto de Esther André González la inteligente comprensión del texto, que supo transmitir a sus actrices, y el dinámico ritmo impuesto a la escenificación de esta obra de Carballido que a 20 años de estrenada el público pudo volver a disfrutar.