JUEVES 12 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Adolfo Sánchez Rebolledo Ť

Nada personal

Carlos Salinas de Gortari se tomó la molestia de escribir mil 400 páginas para explicarnos su obra de gobierno y rebatir las críticas que en todos los tonos se le han hecho durante los últimos años, pero en la entrevista a dos voces que le hicieron Héctor Aguilar Camín y Joaquín López Dóriga, los argumentos se evaporaron y, en vez de marcar distancias y diferencias sustantivas con Ernesto Zedillo, cayó en el juego personal que, según su dicho, él se había propuesto superar.

El público reconoció en esa comparecencia al polemista agudo e inteligente que siempre fue Salinas, capaz de imponer su presencia, seguro de sí mismo, si se quiere tramposo e impermeable a los ataques y al juicio ajeno, pero no vio nunca en la pantalla al político de Estado que alguna vez pretendió ser, dispuesto a evitar la hoguera del revanchismo que tanto daño ha hecho a la nación entera. Todo lo contrario.

Más preocupado por ajustar en tiempo y hora las cuentas pendientes con el presidente saliente, se dejó llevar por la nostalgia del presidencialismo que fue su timbre de gloria, sin preocuparse por traducir, y elevar, el alegato televisivo a una discusión sobre la modernización de México y sus perspectivas, que es, por cierto, la única manera de hacer un balance en profundidad de su gobierno, toda vez que, más allá de las palabras dulces de Vicente Fox, el proyecto que él ayudó a construir proseguirá deslizándose sobre la lógica inaugurada con las grandes reformas realizadas durante su mandato. Esa crítica en profundidad del "modelo" puesto en marcha bajo el sexenio salinista, que algunos consideran de obvia resolución y otros absolutamente innecesaria, es hoy de nuevo indispensable para reflexionar sobre el futuro inmediato de México en la globalización. Pero ése no fue el acento dominante en este affaire al borde del pantano de un régimen en plena descomposición.

Concentrado en desmontar la "verdad oficial" en torno al "error de diciembre", el contenido del libro milenario en cuartillas se redujo a tratar de probar que la detención de su hermano se entiende sobre todo como parte de una ofensiva lanzada por la Presidencia para ocultar sus propios fracasos en la conducción del país a raíz del desastre de 1994-95. Y ése es el asunto. Sin menospreciar la gravedad de las denuncias expuestas, éstas remiten a una idea fija: hay un responsable único y una sola causa de la crisis de diciembre, el Presidente de la República, conspirador omnipotente, gran manipulador de la opinión pública... y pésimo economista. Pero el dicho, o es tautológico o es más bien aterrador, pues sencillamente comprueba la fragilidad de una economía que no parece estar regida por acuerdos institucionales sino por decisiones que se toman en la sombra por un pequeño grupo de individuos, los cuales, a pesar de las formas jurídicas y los procedimientos democráticos a los que dicen atenerse, no rinden cuentas a nadie de sus actos secretos.

Su relato sobre las horas que condujeron a la devaluación y luego a la catástrofe económica y luego al pánico moral, a las osamentas y las brujas, parece sacado de una página de horror, de espeso horror político, se entiende, como las que nos ofreció magistralmente Sciacia en sus textos deslumbrantes sobre el mundo interior del poder bajo la Italia mafiosa y democristiana. Sin quererlo, Salinas aporta, por si hiciera falta, la prueba moral de que el priísmo ya era un cadáver moral mucho antes de la derrota política en las urnas y la elite en el poder un grupo irresponsable de voraces negociantes a espaldas a la nación. šResulta ahora que unos cuantos empresarios a los que se les había confiado el Secreto Mayor, en un abrir y cerrar de ojos dejaron al país sin reservas monetarias y todavía hoy siguen en el limbo del anonimato gozando de sus fortunas millonarias! Esa sí que es una desoladora historia en un país, cuyos gobernantes ya entonces se preciaban de vivir bajo el imperio de la democracia y el derecho en el reino del mercado.

El alegato de Salinas puede ser verídico, pero en este punto flaquea completamente al no reconocer que la situación que él hereda a los hombres de la nueva administración, todos ellos colaboradores muy cercanos de su entorno, estaba sostenida por alfileres, como ya lo habían advertido numerosos analistas en su momento, a pesar del triunfalismo final del sexenio y los volátiles resultados de encuestas y elecciones.

En el capítulo de las "traiciones", Salinas consigna como un agravio no menor el abandono del llamado "liberalismo social" que se propuso como marco ideológico de la reforma mexicana hacia la modernidad, pero el espectador que vio el programa o leyó las entrevistas en los diarios se quedó sin saber si la ruptura con el presidente saliente abarca o no otros temas fuertes de la ortodoxia económica, que los dos parecen compartir, o se limita al inevitable conflicto de intereses creado por el cambio sexenal bajo el presidencialismo en crisis.

Por último, al hacer el recuento de los daños --en los que sin duda hubo y hay "fabricaciones" judiciales y mediáticas intolerables, mentiras y afanes de linchamiento documentables--, Salinas tiene razón al exigir que la justicia cumpla ciegamente su cometido, pero procede con soberbia al desconocer entre las causas que hicieron posible la animadversión popular, los conflictos, la desazón y el malestar de amplios sectores que desde el comienzo impugnaron su gestión, sin por ello identificarse necesariamente con la "nomenclatura", cuya resistencia fue más bien exigua, acomodaticia o francamente claudicante.

Mal que les pese a quienes que ya lo saben todo y no necesitan pruebas para lanzar sus dardos, habrá que leer el libro. Ť

P.D. La grabación de la conversación entre Raúl Salinas y su hermana Adriana dada a conocer por Televisa la noche del martes es, ciertamente, un golpe seco a la última línea de flotación del ex presidente, pero la difusión ilegal de su contenido, cuando está en curso un proceso judicial, es un peligroso síntoma de la degradación a la que pueden llegar los responsables del Estado cuando se hacen a un lado las leyes y los derechos humanos.