MIERCOLES 11 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Bernardo Bátiz Vázquez Ť
Las turbulencias de Salinas
Carlos Salinas, ex presidente de México, con un historial negativo y una opinión pública contraria a sus pretensiones de intervenir otra vez en los asuntos públicos, intenta usar las mismas truculencias y trucos que empleó cuando tuvo los hilos del poder en las manos.
Genio y figura hasta la sepultura; como los chuanes de la Revolución Francesa no aprendió nada, no olvidó nada. Vuelve con el mismo estilo empalagoso, forzadamente convincente que usó para ablandar a los líderes panistas que lo sostuvieron porque le creyeron el cuento de que estaban cogobernando con él.
Trata otra vez de envolvernos con sus peroratas entre regañonas y quejumbrosas, distribuyendo culpas a otros y llamando en parte a conmiseración pública, en parte exigiendo y en parte usando vagas amenazas, pero sin duda siempre con la idea obsesiva de salirse con la suya.
Afortunadamente para nosotros, y para desgracia de él, los cambios que se han logrado, a pesar suyo, y el despertar del pueblo han hecho desde un principio el efecto contrario al que esperaba al presentar su voluminoso libro de autojustificación.
Es que no hemos perdido la memoria. En su gobierno se entregó la banca, que había sido nacionalizada, a manos de quienes quiso y sin condiciones ni requisitos que dieran seguridad a la reprivatización, como algunos lo exigimos entonces; en su gobierno, para ganarse importantes apoyos, reformó el artículo 130, y para abrir el campo a los grandes inversionistas modificó el artículo 27, que volvió a permitir el latifundio y dejó a los campesinos en calidad de peones mal asalariados o migrantes en busca de trabajos y humillaciones al otro lado de la frontera.
Se rasga las vestiduras porque se "sembró" una osamenta, según él para incriminar a su hermano en el crimen de Ruiz Massieu, y se olvida del cadáver que "sembraron", ése sí, en las afueras de la casa de Joaquín Hernández Galicia La Quina para defenestrarlo del liderazgo del sindicato petrolero. La siembra del cadáver en la finca El Encanto, más que una marrullería de los fiscales, fue una trampa en la que cayeron por crédulos e ingenuos, y a quien sirvió esa trampa fue precisamente a su hermano Raúl.
Afirma en respuesta rápida a una pregunta ad hoc, una de varias que parecían cortadas por la misma tijera, que encomendó a un destacado jurista, Miguel Montes, el esclarecimiento del crimen de Luis Donaldo Colosio, pero oculta que el mismo Miguel Montes había presidido el colegio electoral que calificó su discutida y objetada elección como presidente de la República y que luego fue uno de "sus diputados" de confianza para sacar adelante sus proyectos legislativos.
No dudo del prestigio del ex diputado, solamente complemento la información; es cierto que Salinas puso en sus manos el asunto de Colosio, sólo que no era el primer caso que el presidente le encomendaba.
Las mismas truculencias que le permitieron sacar adelante el desventajoso Tratado de Libre Comercio, los mismos modos con los que le dio "esquinazo" a su compañero de andanzas Manuel Camacho, el mismo estilo con el que desplazó a Silva Herzog en el gabinete de otro Miguel, vuelven a presentarse ante los ojos de los mexicanos.
Genio y figura hasta la sepultura. Salinas continúa con su misma cachaza, con sus mismos trucos, pero si él no ha cambiado, México sí cambió. De él, ya ni sus máscaras se usan en las esquinas por los cirqueritos pedigüeños. Salinas, como el PRI del que proviene, es historia que se resiste a pasar. El país ya no es como él lo dejó. México cambió y sus antiguos incondicionales ya abordaron otros buques y navegan por otras aguas.
México ya no está para truculencias y explicaciones artificiosas. Por eso, qué bueno que el grueso volumen que lo hizo regresar se presente en España; aquí no es bien visto y de seguro será poco leído.