LUNES 9 DE OCTUBRE DE 2000

Ť Concierto sin el protocolo de los anteriores


Oumou convocó a miles de mujeres en la Plaza Mayor

Jaime Whaley Ť El viejerío, dicho sea sin ofensa ni dejo machista, se prendió en un Zócalo que hasta el mediodía estuvo barrido por el vientecillo frío que ya advierte al otoño en esta capital. Miles se dieron cita en la gran plancha del Centro Histórico, pero hubo mayoría femenina al honrar la convocatoria que hace la Marcha Mundial de las Mujeres, que en unos días más ya andará por aquí. Y Oumou Sangare, cantante y también luchadora en su natal Malí, fue más que excusa para mecerse con la contagiosa cadencia de los ritmos que emanaron de aquellos ocho personajes africanos, y por si ello no bastara, Los Van Van, cubanos pero desde luego que con su procedencia de africanidad pusieron fin a una sesión de bailongo continuo que se alargó por horas.

Worotan, tema que hace alusión a las 10 nueces de kola que los padres de la novia pagan cuando se está a las puertas del matrimonio; L'guatu, que habla sobre la migración de los jóvenes, principalmente los del desértico norte; Baba, canción con tintes de la paternidad, y Dnew, casi un himno para las mujeres malezas que son mal vistas por no tener hijos en ese hiperpoblado país, fueron apenas algunas de las sugerentes canciones con las que Oumou calentó a los paseantes dominicales.

Seis músicos que ejecutan, desde luego, instrumentos de su tierra: el tumdum, tamborcito que se golpea lateralmente; el yembé, un tambor que se toca con las manos; la guitarra de Malí, arcaico instrumento primitivo de seis cuerdas sujetadas a una brazo que es la flaca ramita de un árbol y cuya caja de resonancia es un guaje, y las vasijas de calabazas huecas, que mueven las dos chicas del coro y que están envueltas con hilos que sujetan conchitas marinas para hacer el ruido del palmoteo que acompaña todo baile. El toque de modernidad está a cargo del bajo eléctrico y la guitarra del tipo valenciano.

''Esto fue mucho mejor que las anteriores actuaciones'', sentenció la cantante al requerírsele un comentario sobre la multitud. ''Estuve más en contacto con la gente y comprobé la fuerza de la mujer mexicana''.

El antes fue referencia a sus presentaciones en el Metropólitan y durante la inauguración del Cervantino en Guanajuato, donde, a diferencia del Zócalo -que es de todos-, privó más la rigidez oficial.

Alta y esbelta, ataviada con un chemise amarillo canario por sobre su vestido negro y del que prenden dos botones, uno con la efigie de Zapata y el otro alusivo a la marcha de sus congéneres, Oumou dijo desconocer en parte la cultura mexicana, pero hizo un símil entre la música y las tradiciones y lo bailable de los ritmos de ambos países, ejemplo del que dio fe amplia Perla Flores, a quien Oumou subió al escenario cuando la vio agitarse abajito de la tarima. La invitada respondió con creces y cómo no, si la estudiante de la ENAP tomó clases de bailes africanos, pero más que nada es porque nació en Veracruz, y allí, cerca del puerto, está la isla de Mandinga, nombrada así por los mandingos, que fueron pobladores de Malí.

Ya Oumou se mueve al compás de su canción lamento y una de las chicas del coro, envuelta de la cintura para abajo con un toallón con motivos africanos, se para de cabeza, el tronco casi diagonal y sus raquíticas piernas llegándole a su cara en posición que sería la envidia de la olímpica Raducan.

Los aplausos obligan al encore, que desde luego se da, y luego en el claustro del cobertizo de lona, que hace las veces de camerino, satisfecha Oumou avienta un vive la femme mexique.