LUNES 9 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Elba Esther Gordillo Ť

Yugoslavia: el mandato de la sociedad

Las imágenes de Belgrado nos conducen a recuerdos no muy lejanos y aun menos gratos. Nos hacen recordar con aflicción aquel diciembre de 1989 en Bucarest, donde Ceausescu fue derrocado y ejecutado; incluso aquel remoto noviembre de 1956, cuando las tropas soviéticas entraron a sangre y fuego a Budapest.

Como en aquellas ocasiones, en este octubre de Belgrado el autoritarismo y los excesos de poder han precipitado la revuelta popular; han encendido un fuego difícil de controlar.

En esta ocasión la errática decisión del Supremo Tribunal Constitucional de anular las elecciones del pasado 24 de septiembre, ganadas por más de diez puntos por Vojislav Kostunica, prolongando el mandato del presidente Slodoban Milosevic, detonó la irritación de una sociedad ya de por sí molesta y cansada frente a los excesos de la dictadura de Milosevic.

La toma de Belgrado nos recuerda también los riesgos de ignorar o desconocer la voluntad general (Rousseau dixit), el mandato de la sociedad civil, que en el caso de Yugoslavia se había expresado de forma pacífica en las urnas y favoreciendo con su voto al doctor en Leyes Vojislav Kostunica, líder de Oposición Democrática de Serbia (DOS), coalición electoral integrada por 18 partidos.

La sociedad yugoslava pone fin así al imperio de sangre que construyó Milosevic a lo largo de 13 años a costa de miles de vidas de croatas, bosnios, albaneses, y que, desde luego, contó con la connivencia de ese pueblo serbio lleno de encono y desprecio por sus vecinos, pero que hoy parece más preocupado por su futuro que por la guerra. A diferencia de cuando el presidente serbio decidió la guerra contra Croacia, o desató una carnicería contra Bosnia, o emprendió una de las más cruentas represiones étnicas de los últimos años contra los albaneses de Kosovo, esta vez Milosevic no podrá refugiarse en el nacionalismo, que no era sino una política salvaje de "limpieza étnica".

Milosevic se ha quedado solo y lo sabe.

Acusado de crímenes de guerra --se dice que ordenó asesinatos colectivos, tortura, violación a mujeres bosnias, desaparición de cientos de prisioneros de guerra--, Slodoban Milosevic fue perdiendo paulatinamente el apoyo de sus aliados internacionales (Rusia, sobre todo) y de los poderes fácticos en la propia Yugoslavia.

Lo que sigue no será sino la cuesta arriba que supone la construcción democrática en una nación que durante casi tres lustros ha padecido autoritarismo y conflictos étnicos.

El doctor Kostunica tendrá que empezar desde abajo en la construcción de una nueva República Federal de Yugoslavia, donde casi 90 por ciento de la población es de origen serbio.

Por principio, el abogado de 56 años, especialista en constitucionalismo y teoría social, tendrá que hacer frente a una economía deshecha, un país con enormes niveles de corrupción e impunidad y con un pasado reciente cargado de rencores y diferencias étnicas.

Kostunica es un hombre honesto, moderado y congruente con los principios democráticos, como apunta el conocido académico de Oxford, Timothy Garton Ash, quien sostiene: "entre Milosevic y él hay una diferencia como entre el día y la noche. No sólo porque Kostunica cuenta con el apoyo de una coalición de demócratas menos nacionalistas, sino porque él, a su manera y con su formación intelectual, está profundamente comprometido con los métodos civilizados, pacíficos y constitucionales".

Cualidades que Kostunica mostró durante la toma de Belgrado, cuando llamó a los manifestantes "a la calma y no violencia", y al afirmar que "Serbia está en el camino de la democracia", y para ella prometió nuevas elecciones en un plazo no mayor de año y medio, en las cuales "todas las fuerzas políticas podrán participar". Sus antecedentes y primeras reacciones le hacen merecer el beneficio de la duda.

Como sea, el primer paso está dado. Es en el pueblo donde reside la soberanía y es la voluntad general la que decide por quién y cómo quiere ser gobernada. Así lo expresó la sociedad yugoslava el 24 de septiembre en las urnas, y durante estos primeros días de octubre, en las calles de Belgrado.

Ni la democracia ni la voluntad de la sociedad civil --lo hemos visto dramáticamente en Yugoslavia-- son asuntos negociables, sino mandatos a cumplir. Vivimos ya en México, en otras condiciones: respeto al voto y a la voluntad ciudadana.

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