UNA COTIDIANA REALIDAD INCONSTITUCIONAL
La Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público
prohíbe a los ministros trasmitir por cualquier tipo de medio electrónico
y de telecomunicación ritos, ceremonias o propaganda, pero en la
vida cotidiana la realidad es muy diferente.
En efecto, la subsecretaría de Asuntos Religiosos
de la Secretaría de Gobernación está autorizada para
permitir, "con carácter extraordinario", la trasmisión por
radio o televisión de actos de culto. Pues bien, durante los últimos
tres años se ha autorizado diariamente la trasmisión de 21
actos de este tipo; desde 1998 no se ha negado ni una sola solicitud, y
se calcula que en los últimos meses de la presente administración
el promedio de peticiones llegará a mil mensuales, lo cual es demasiado,
incluso para quienes tienen una visión muy laxa de lo que puede
considerarse "extraordinario". Además, los medios electrónicos
?principalmente la radio? incluyen en sus emisiones una gran cantidad de
programas "educacionales y difusores de valores", cuya conducción
está a cargo de religiosos, sobre todo católicos, aunque
no sólo. Una televisora privada mexiquense trasmite cada día
misas y rosarios a sus catolicísimos televidentes de Querétaro
y Guanajuato, y muchos obispos tienen programas semanales en las radios
o televisoras locales.
Por su parte, el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo
de la ciudad de México, trasmite, siempre "con carácter excepcional",
su misa dominical sin perder una semana, y en las ciudades fronterizas
del norte del país, así como en diferentes estados de la
República, proliferan los programas evangélicos a cargo de
diferentes iglesias, que compran el espacio a las emisoras, las cuales
así se aseguran de tener un público cautivo.
De este modo, a la gran concentración del poder
informativo (más bien, deformativo o formativo, como se prefiera)
de los medios televisivos, en los cuales el Estado está prácticamente
ausente, se agrega la presencia de otros grandes poderes económicos
y culturales que "americanizan" la vida nacional, de un modo similar a
lo que sucede en Estados Unidos, donde los predicadores televisivos e incluso
los charlatanes seudorreligiosos son la base esencial del poder de la nueva
derecha, del neoconservadorismo.
Si se tiene en cuenta que los medios electrónicos
llegan a un público mucho más vasto que el que concurre a
los templos y cursos de catecismo, esta difusión masiva de valores
y conceptos religiosos equivale a una particular educación diaria
de millones de mexicanos con una orientación diferente a la laica,
presente en los libros de texto y en los centros de enseñanza del
Estado. Esta violación de la ley para favorecer este tipo de educación
religiosa, ¿prepara acaso la apertura total de la enseñanza
estatal a la misma, aunque sea en forma subrepticia y gradual?
El dejar hacer, dejar pasar, se ha convertido en la norma
gubernamental ante los abusos de las iglesias en los medios, y esto, ante
todo, pone en riesgo de simulación y desaparición el carácter
laico del Estado mexicano.
El laicismo ha sido un elemento cohesionador con base
en el respeto y la libertad de culto, pero también sirvió
durante más de un siglo como obligada línea divisoria entre
la Iglesia y el Estado, como muro de contención a las presiones,
existentes siempre, insaciables conforme obtienen logros, de un poder real
nunca resignado a actuar sólo en los templos. El laicismo es un
valor que impide la contaminación progresiva que las diferencias
y pugnas religiosas pueden ocasionar y que nuestro país, como tantos
otros, ya conoce.
Al César lo que es del César, y a Dios lo
que es de Dios. |