DOMINGO 8 DE OCTUBRE DE 2000

Ť Con la presentación de Sangare en Guanajuato comienza el Cervantino


Suavizad la música: el canto del ruiseñor malí fluye

Mónica Mateos y Yanireth Israde, enviadas, Guanajuato, Gto., 7 de octubre Ť Oumou Sangare no es una guerrera, es una conciliadora. Eso quiere dejar claro para que su canto no se interprete como grito de batalla contra los hombres, sino como poderosa y firme invitación a acariciar el alma, de igual a igual. A compartir.

Sus ojos, siempre a punto de desbordar un río cristalino, sonríen cuando llega al escenario colocado frente a las escalinatas de una repleta Alhóndiga de Granaditas. Los tambores, los cascabeles de caracol y la voz de la llamada sirena de Madina Dyassa se confunden entonces con el viento fresco de la noche, como si los dioses estuvieran siendo convocados para provocar pequeñas y bienhechoras descargas eléctricas en el pecho.

Así comenzó ayer la versión 28 del Festival Internacional Cervantino, con la música que envuelve un preciado regalo que Oumou trae desde su tierra africana, Malí, y que viene a ofrecer al público mexicano, en particular a las mujeres: la certeza de que la libertad y el amor son bienes que pertenecen a la pareja, sin injusticias.

De su garganta brota fortaleza, seguridad, por eso juega y baila, aunque las frases de su canción Tièbaw (Señores) adviertan: "Oh, mujeres, no permitan que el comportamiento de los hombres las inquiete, Dios es testigo de todas nosotras. Oh, mujeres, si ustedes tienen niños dentro de un matrimonio polígamo, concéntrense en la educación de sus niños y no en el comportamiento de sus esposos. Un hombre polígamo es como un árbol, aquellos que están muy cerca no se benefician de su sombra. Mujeres de Malí, mujeres de Africa, mujeres, luchémos juntas por nuestra independencia."

"ƑQuieren cantar conmigo?", pregunta, en francés, a los cientos de jóvenes que desde las 16 horas esperaban su llegada. Recibe aplausos. Se despoja de su turbante blanco, y otra vez el aire se cuela entre su túnica azul y blanca cuando interpreta Djama kaissoumou (Gocemos juntos), Woula bara diagna (Migrantes no dejen de regresar a sus orígenes) y Ko sira (En el camino al río las mujeres se cuentan sus problemas).

Bajo la luna en cuarto creciente que, luminosísima, corona la primera noche Cervantina, Oumou invita al escenario a dos juglares, Kassemady y Lafia Diabate, hermanos, cronistas de su pueblo de cazadores y pescadores que, de la cadencia inicial de su interpretación, pasan, poco a poco, al intenso ritmo de las percusiones.

Son pulsaciones de puro goce de los tambores, a los que se suman una guitarra eléctrica, una flauta e instrumentos tradicionales africanos que para algunos suenan a folk o jazz. Pero Oumou no sabe qué son esos ritmos. Recuerda cuando llegó por vez primera a Estados Unidos y le comentaron que a "eso" sonaba su canto.

"Pero tal vez el jazz y el folk son ritmos que vienen de mi tierra", expresa.

Su voz ronca y maciza se desliza con ternura entre proverbios, moralejas, parábolas y críticas sociales. O en estremecimiento, aunque gran parte del público no comprenda lo dicho en la canción Fantan no mônè (El sufrimiento del pobre):

"Los pobres siempre son infelices en la vida. La pobreza siempre trae enfermedad. Todo tiene su momento. Los pobres están sufriendo. El pobre no goza de la vida, pero Dios es grande. Todo tiene un fin. Buenas tardes, artistas. Suavicen un poco su música. Sangare, el pájaro cantor, está haciendo lo que sabe."

Tras las canciones, el ruiseñor de Wassoulou da las gracias en español; cuerpos variopintos se apretujan en la Alhóndiga y aplauden a la diva.

No faltó quien decidiera irse a mitad de la función. Fueron los menos. Oumou seguía sobre el escenario, toda de negro en la segunda parte del concierto. Su voz resonaba estremecedora, porque suave y entera, toda ella sin injusticias, generosa, llevó su caricia más allá del oído: hasta el centro del pecho, del alma. El ondulado canto de Oumou en las onduladas calles de Cuévano. Oumou en Guanajuato: el FIC ya comenzó.