DOMINGO 8 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Rolando Cordera Campos Ť

Fox: Ƒexpectativa contra confianza?

Vicente Fox llegó al 2 de julio con más capital simbólico del que le atribuían los observadores, para no hablar de sus adversarios. A partir de esa fecha, ese capital no hizo más que crecer, al calor de la explosión de expectativas que su victoria electoral produjo, dentro y fuera de México.

En su gira por Europa, este clima positivo parece haberse confirmado, a pesar de la liviandad de su discurso, en una latitud donde todavía importa el verbo en la política para algo más que para acuñar frases ocurrentes.

Más allá de la alta frivolidad de las botas y los caballos, por la que optó el primer ministro de Gran Bretaña, Fox ha empezado a percibir los efectos negativos que la creación de expectativas siempre tiende a propiciar. En célebre declaración que resuena a aquel credo cristero de "si retrocedo empújame y si traiciono mátame", el presidente electo reflexionó sobre los efectos que tendría el que él y su gobierno "le fallaran" a la gente que todo el tiempo le pide que no le vaya a quedar mal. Sería, el suyo, el gobierno más odiado, dijo Fox a ese respecto.

La acumulación de capital, simbólico o no, sólo sirve si se le usa y aplica para acumular más. De no ocurrir así, esos recursos se deterioran y al tiempo simplemente se difuminan. Y es esta perspectiva la que empieza a trazarse a mes y medio de la toma de posesión y después de tanto viaje, comisiones y grandilocuencia.

Fox no ganó, como se dice ahora, con la propuesta de un cambio en abstracto, sino con la oferta de un cambio de régimen, pero de eso no hay noticias; lo que sobra es ruido y promesas, iniciativas mil cuyo origen y destino nunca quedan claros y todo ello en medio de pura hojarasca mediática. Puede ser, como algunos lo han sugerido, una táctica de "quemazón" temprana de la fauna de acompañamiento que levantó en su campaña, pero por lo pronto lo que queda es la sensación de poco orden, orgánico o político, pero sobre todo mental. El ambiente más apreciado por los especuladores y el más hostil a la consolidación de un discurso que dé sentido racional a tanta esperanza y gana de cambio.

Con poca suerte han corrido, por cierto, las incursiones en la política económica de corto plazo de los escuderos financieros del presidente Fox, al olvidar que su materia lleva nombre compuesto porque hoy como ayer y en cualquier otro lado del mundo, la política antecede a la economía. Lo peor no es esto, sino que la asignatura mayor, para este gobierno y el país que se asoma al milenio, que es la reforma fiscal, empieza a resentir los conocidos impactos corrosivos del mal manejo informativo, la inconsistencia conceptual y el estilo político indefinido e impreciso, en que ha caído el equipo que se apresta a gobernar a México.

Sería exagerado proponer que Fox empieza a sufrir los rendimientos decrecientes que suelen acompañar triunfos como el suyo. Tiempo tiene y todavía le sobran activos contra los cuales girar, antes y después del primero de diciembre.

Pero sin fórmula política, que supone propuesta y riesgo, así como asumir con claridad el papel de ponente principal que tiene y debe tener el presidente de la República, la magia de la mercadotecnia pronto llega a su nivel de ineficiencia. El papel de "gran comunicador" para el presidente entrante, que tanto parece tentar a algunos de los estrategas del establo que entra, no es mercancía de importación ni cosecha de estación.

Administrar la esperanza y darle un sentido constructivo, no es algo que pueda alcanzarse por decreto. Sin contexto político además la feria de las expectativas puede desembocar sin previo aviso en un aquelarre de la desconfianza. La confusión reinante tendría que ceder espacio claro a la deliberación política concreta a la vez que formal, en la que junto con la del presidente y su equipo es indispensable la presencia de los partidos y, desde luego, la del partido gobernante. Las semanas se alargarán, porque el periplo por el mundo sigue y la ambición nativa no descansa. Sólo nos falta que el músculo de la política se nos eche a dormir.