Ť La mujer de Malí no ofreció un concierto, sino una función social
Oumou Sangare, en la primera estación de la cultura mandinga
Ť Aunque algunas piezas las interpretó en su lengua natal, el público sintió su alma
Pablo Espinosa Ť Raigambre y luz.
Sobre el escenario, los cuerpos dictan la palabra. Al relámpago del tambor se amarida ?zigzagueantes maneras que ondulan? el relámpago de la danza.
Oumou Sangare oficia un ritual tan antiguo como vivo. Junto a ella, instrumentos de palo y cuerda y vegetal antiguos se entrecruzan con gargantas que escancian melopeas. El ritmo, ¡ah!, el ritmo, la forma más antigua de poesía carnal.
La noche del jueves comenzó una jornada que habrá de durar larga gira. La divinidad pagana, la mujer de carne y hueso, negra la piel, blanco el cartílago acantilado en su propio canto, está al centro de la palabra y alrededor de ella todo gira, suda, exulta, canta y danza. El teatro Metropólitan es la primera estación de una serie de veladas que nos dejan luz sobre una cultura soberana, superior. Quien muestre la humildad mayor frente a esta epifanía obtendrá en recompensa las mayores sumas de placer. Sabiduría.
Durante dos horas ?que se habrán de repetir, diferentes, únicas cada una de ellas, en la Alhóndiga de Granaditas, en el Zócalo capitalino, en foros de varias ciudades mexicanas? Oumou Sangare trajo el regocijo de la cultura mandinga, la luz que anima el canto de la tierra y que celebra todo, es decir, la vida.
Oumou canta en su lengua natal palabras que el público no entiende de manera literal, pero que capta si su alma está de par en par. Dice en francés, al anunciar una nueva serie de palabras, lo que los occidentales denominan canción: ''Esta está dedicada a los hombres, pero no a todos los hombres. Yo adoro a los hombres pero estoy por la causa de las mujeres. ¡Bravo por los hombres!, ¡vivan las mujeres!". El tambor, el kora, la flauta traversa heredera de las viejas cañas, la danza de Oumou y de dos gacelas y de los hombres que la veneran acompañándolas con sus viejos-nuevos instrumentos, completan ceremonia de iniciación suprema.
Lograr la concordia, misión de juglares
A manera de intermedio, más concordia: Oumou Sangare invitó, para sus conciertos en México, a los hermanos Kassemady y Lafia Diabate, el primero de ellos es un griot descendiente de alto linaje que sube desde el siglo XII. Los griot son los detentadores de la palabra, valor supremo. Su misión, juglares, es lograr la concordia cuando existen problemas en la sociedad, en la pareja humana. También y en consecuencia representan los valores culturales de ancestros, es decir, la parte de dominación machista contra la que lucha Sangare. He aquí de nuevo la concordia: Oumou Sangare, combatiente, baila, canta, exulta, convoca a la concordia con los griots.
En nuestra cultura occidental, tan atrasada, se trata de un ''concierto", cuando en realidad es una vivencia cotidiana, de una función social, de un ascenso humano. Muchos de quienes presenciamos tal prodigio, la noche del jueves, concordamos: en la vida habíamos vivido algo tan hermoso, tan supremamente bello, de una belleza cuasi metafísica de la misma calidad de una lágrima que no representa ni el dolor solo ni la alegría sola sino los conjunta, los concordia, los captura en un globito transparente. ¡Qué danza! Oumou Sangare en México. Bendito privilegio.