SABADO 7 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Vilma Fuentes Ť

Un collage imprevisto

Todo mundo sabe hoy día, incluso los niños, lo que es un collage. Se trata de la reunión inesperada, en un mismo espacio, de elementos que en principio no era previsible que se encontraran. Desde las experiencias de Picasso y de Braque, a principios del siglo pasado, sus creaciones han sido tantas veces reproducidas e imitadas que es dudoso esperar gozar de una gran sorpresa si una exposición propone descubrirnos nuevos collages. La novedad, en efecto, tuvo lugar, pero hace ya 80 años. Y más todavía, si se recuerda que el verdadero inventor del collage es sin duda Isidore Ducasse, Lautréamont, con su célébre frase: ''Bello como el encuentro, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y de un paraguas''.

Reflexionaba en esto mientras me dirigía a la inauguración de la exposición Figures et Figurations -cajas-collages de Marie-José y poemas de Octavio Paz- y De la parole au regard -libros de Paz ilustrados por pintores-, notablemente organizada por Lucía García Noriega y la Maison de l'Amérique Latine. Lo que no me esperaba era que iba a descubrir un nuevo collage imprevisto y magnífico a su manera, incluso si pone en juego otros encuentros distintos a los de la imaginación artística. Para decir francamente la verdad, mi sorpresa no la provocaron las obras de Marie José Paz, colgadas en la galería subterránea y que ya había tenido la oportunidad de apreciar un una exposición precedente. Piezas pobladas de sueños, a veces de humor, muy bien enmarcadas, a cada una de las cuales acompaña un poema corto de Octavio Paz. No, fue en el piso superior, en los suntuosos salones de la planta baja y en los jardines, donde un acontecimiento de otro orden debía asombrarme y llamar la atención de los muy numerosos invitados que se e PIEZAS mpujaban unos a otros para tratar de escuchar y, de ser posible, percibir el verdadero collage inaugurado esa tarde.

La apertura había sido prevista para el 19 de septiembre. Ahora bien, tuvo lugar el 2 de octubre. Este cambio de fecha no se debió al azar: había una razón. La más legítima de todas, desde luego, puesto que, entre el proyecto de la exposición y su realización, nuestro nuevo presidente fue electo, lo que decentemente no puede quedar sin consecuencias. Vicente Fox venía a París. Nadie mejor que él para honrar con su presencia una inauguración que, de golpe, tomó un sentido casi histórico. El gentío de invitados parecía olvidar que, en el origen, se trataba de una bella exposición de obras de arte. No había miradas más que para el presidente. Los más atrevidos empujaban a codazos a los otros para tratar de llegar cerca de él, beneficiarse del privilegio de recibir una palabra, una sonrisa, tocar su traje, darle la mano. Vicente Fox no se considera para nada una obra de arte: es evidente que no posee su fragilidad -y menos aún sus guardaespaldas-. De naturaleza cordial, se deja aproximar de manera voluntaria y no rehúsa a los otros sus sonrisas o una palabra amable. Es un hombre de experiencia. El mismo reconoce, riendo, haber dado la mano a alrededor de cien mil personas durante la última campaña electoral. Horrible detalle: el gentío era tan denso que los meseron renunciaron a abrirse paso para distribuir las charolas de bebidas. Y quienes no pierden ninguna ocasión de beber gratis se veían bastante decepcionados.

Pensé en Octavio Paz, ofuscado por el gentío, desconfiante de los fotógrafos. Me acuerdo de una cena de Año Nuevo, en pequeño comité, en casa de Julieta Campos y de Enrique González Pedrero, donde, cuando alguien sugirió a Paulina Lavista tomar algunas fotografías, el poeta amenazó con emprender la huida ante la aparición de la primera cámara de fotos. Este tipo de actitud ya no le es posible ahora. Está condenado, por invisible que se haya vuelto, a posar ahí donde los otros decidirán que su presencia es bienvenida. Los muertos no pueden ausentarse tan fácilmente como los vivos.

Es necesario reconocerlo, el gentío de invitados no parecía interesarse mayormente en las obras de arte expuestas en la galería subterránea, pues tenía ante los ojos, en una especie de hazaña en directo, en vivo, un collage asombroso, donde la fecha del 2 de octubre resonaba como un eco trágico.