SABADO 7 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Luis González Souza Ť
Legislador: šlevántate y anda!
Cuentan que, en su tiempo, Jesucristo resucitó a Lázaro. Le bastó decir: "Levántate y anda". Tal vez por eso, en espera de otro milagro, le pusieron "San Lázaro" a nuestro palacio legislativo. Pero esta vez la sociedad es la que deberá hacer el milagrito: lograr que todos nuestros legisladores se comporten de una vez por todas como lo que constitucionalmente son, es decir, representantes del pueblo.
El asunto es crucial si deseamos que el incendio democratizador del 2 de julio no termine en una llamarada de petate. Pero la tarea no será sencilla. Dicho incendio se llevó lejos al PRI, mas no a la subcultura política del priísmo. Subcultura que, para empeorar las cosas, no se limita a los miembros del tricolor. De una u otra manera, todos la traemos dentro.
Sin duda es el caso de los legisladores. De hecho, urge un código de ética legislativa. Así como el proteccionismo a ultranza nos dejó sin cultura empresarial, el presidencialismo a la mexicana y la consiguiente sumisión del Poder Legislativo han impedido el desarrollo de una cultura parlamentaria. Los vicios a superar son incontables, aun sin desestimar los avances logrados en la pasada Legislatura.
A reserva de analizarlos en un largo artículo que nunca escribiremos, baste recordar aquí el vicio del mayoriteo o votación cual manada de siervos que a cualquiera aplanan. O el desparpajado turismo parlamentario, gracias al cual muchos legisladores (a veces hasta con familiares) ya conocen casi todo el mundo, y no necesariamente el mundo de las leyes y sus fabricantes, que es su trabajo. O lo que podría llamarse el complejo del Cicerón-caníbal: peleas a muerte por subir a la tribuna, aunque no se sepa mucho del debate en turno. O, lo que es peor, el síndrome del legislador-monarca: una vez elegidos (los plurinominales ni eso), toda su relación con el electorado es reducida al "ahi se ven".
ƑPor dónde empezar a superar tamaños vicios? Quizá por donde ya empezó un variado grupo de organizaciones de la sociedad: Equipo Pueblo, Evaluación Ciudadana del Ajuste Estructural, Autodesarrollo Integral de San Miguel Teotongo, Frente Democrático Campesino de Chihuahua, UPREZ Sierra Santa Catarina, Desarrollo Autogestionario de Morelos, RMALC, Causa Ciudadana, entre muchas otras. Su propósito de fondo atina al blanco: contribuir a la forja de "una cultura republicana de rendición de cuentas de nuestros legisladores hacia la ciudadanía".
Lejos de la autoexculpación, ese propósito supone en primer término la elaboración o el redondeo de "una agenda legislativa ciudadana". Al parecer se tiene claro que, si de expandir el mandar obedeciendo se trata, lo primero a aclarar es el mandato de la sociedad. Ya no sólo el mandato para el Ƒex? todopoderoso presidente de la República, sino también el mandato para el ninguneado y ninguneante Poder Legislativo.
Y lejos del pontificalismo abstracto, la propuesta de este grupo incluye el remedio y el trapito. Entre las acciones concretas que se proponen, sobresale la creación de un espacio u oficina de organismos sociales y civiles en todas las cámaras legislativas del país: de diputados y senadores, tanto federales como estatales. Y no sólo es una demanda de infraestructura ni de cercanía física entre la sociedad y sus legisladores. Sobre todo es un reclamo de respeto mutuo y de interlocución permanente. De ahí también la exigencia de un "estatus de observador" para las organizaciones de la sociedad, en las sesiones tanto plenarias como por comisiones de los legisladores.
Como pocas cosas, ello ayudaría a la redignificación integral del Poder Legislativo, que es lo que a final de cuentas necesitamos en esta materia. Una redignificación no sólo ante el Poder Ejecutivo, ése del presidencialismo ya tan asfixiante como caduco. También, y sobre todo, una redignificación ante la sociedad, que es a la que se deben todos los poderes públicos.
Urge resucitar a todos nuestros legisladores. Urge que, levantados de su largo ostracismo, anden con la dignidad alta, misma que sólo otorga la cercanía con el pueblo, máxime si se pretende representarlo.
Tal vez por esa resurrección tan urgente, las propuestas aquí reseñadas se inscriben en algo que se llama la Declaración de San Lázaro.