VIERNES 6 DE OCTUBRE DE 2000

 


Ť Leonardo García Tsao Ť

San Sebastián, un festival de canes

Comentábamos al inicio del festival sobre la importante participación del cine mexicano en el 48 Festival de San Sebastián. El triunfo contundente de La perdición de los hombres, de Arturo Ripstein, lo confirmó. Esta graciosa y negra comedia del absurdo obtuvo la Concha de Oro y el premio del jurado para su guionista, Paz Alicia Garciadiego. El reglamento del festival impidió se llevara otro reconocimiento pues, según declaró Stephen Frears, el presidente del jurado, en el primer conteo de los votos había ganado Patricia Reyes Spíndola como mejor actriz. Dado que una sola película no puede obtener más de dos premios oficiales, la ganona fue Carmen Maura, por su papel en La comunidad de Alex de la Iglesia.

Si bien la crítica española, por lo general elogiosa de la obra de Ripstein, no fue favorable a La perdición de los hombres, sí estuvo de acuerdo con los premios porque en esta ocasión no había una favorita en los pronósticos. De hecho, esta fue una de las raras ocasiones en que el anuncio de los premios no fue recibido con abucheos. Y el premio Fipresci de la crítica internacional a la cinta mexicana como que sirvió para cerrar la discusión.

Lo cierto es que Ripstein no tenía mucha competencia. El 2000 no será recordado como un año particularmente afortunado para la cosecha cinematográfica y, después de las flojas ediciones de Venecia y Toronto, San Sebastián no pudo mejorar la oferta. De hecho, ha sido una de las competencias más débiles en su historia. Los premios se repartieron entre lo meritorio con la posible excepción de Sous le sable, la inquietante realización de Francois Ozon, sostenida en una matizada interpretación de Charlotte Rampling, mucho más merecedora de una Concha de Plata que el habitual número pizpireto de Maura, a mi parecer.

Ante esa limitación casi inevitable por asegurar una competencia sólida, la organización del festival siempre se ha esmerado por reforzar las secciones paralelas. Dentro de lo que se bautizó "Perlas de otros festivales", Amores perros siguió provocando el entusiasmo internacional. Fue tal el interés suscitado entre periodistas y público que, aprovechando una función cancelada, se añadió otra exhibición de la impresionante ópera prima de Alejandro González Iñárritu. Hasta los últimos días, la película parecía asegurar el premio "Perla del Público", pero un par de títulos más complacientes -la francesa Nationale 7 y la inglesa Purely Belter- la superaron finalmente en la votación popular.

Por otra parte, fue curiosa la frecuencia con que la raza canina aparecía en las diversas cintas del festival. El título coreano en competencia era Perro que ladra no muerde, y trataba sobre un tipo apocado que, ante los incesantes ladridos de un perro vecino, decide matarlo (mientras un conserje se especializa en comerlos). En la concursante francesa, Les rivières pourpres, de Mathieu Kassovitz, un personaje se dedicaba a hacer experimentos con el supuesto mejor amigo del hombre (provocando un subtítulo tan extraño como "Al tío le molan los chuchos", cuya traducción a nuestro castellano sería "A este tipo le fascinan los perros"). En Shiner, de John Irvin, la cinta proyectada en el homenaje a Michael Caine, hay una alusión a perros de pelea, mientras que en Sangue vivo, del italiano Edoardo Winspeare -ganadora del premio a nuevos directores- un personaje demostraba su carácter desalmado atropellando con su auto a un perro ladrador. En pocas palabras, este fue el verdadero festival de canes.