JUEVES 5 DE OCTUBRE DE 2000

Ť D'Etienne y Merchand, un dueto virtuoso cuando interpretaron El ajedrez


Magistral estreno del cuarteto de Cristóbal López

Cristobal Lopez. okEl cuarteto de Cristóbal López, que como tal, como cuarteto, debutó en el comienzo de la tercera etapa del ciclo Jazz Martes, ratificó la amplitud y sencillez de su líder, uno de los mejores guitarristas del país, en concierto de casi dos horas de vértigo y elegancia.

Las particularidades, las curiosidades de este martes empezaron a manifestarse con un teatro que no terminaba de llenarse cuando se daba la tercera llamada. Era inconcebible que un artista con esta calidad se enfrentara al vacío de medio centenar de butacas. Las deformaciones profesionales de quien esto escribe se pusieron entonces a buscar alguna razón y llegaron, sin estar seguras de haberla hallado, al desencanto que produjo en varios jazzófilos, hace uno o dos años, World Class, un disco donde el guitarrista se muestra tibio y autocomplaciente.

Pero el secreto estaba en saber que Cristóbal López en vivo es un viaje al infinito, un paseo alegre y sin tropiezos por los diferentes hemisferios de la música y la creatividad; es descubrirte atrapado, sin remedio, entre los excesos de la emoción. Pero las particularidades continuaban.

A partir de la segunda pieza, La barracuda, todos los asistentes fuimos incondicionales confesos de un curioso cuarteto. Los aires del bebop, el funk, el blues... el jazz sin adjetivos estallaban con enorme fuerza. Cristóbal recorría con maestría todas las posibilidades de la guitarra; Aarón Cruz se desataba ''tempranamente'' con un solo de bajo que nos mostraba por enésima vez su pleno dominio del instrumento; Salvador Merchand parecía atorarse en la batería, pero esta noche estaba realmente inspirado, y con toda la garra volvía a integrarse a la estampida del momento; Joe D'Etienne brillaba en la frialdad de su trompeta...

Cuando la disparidad es una virtud

El cuarteto se notaba disparejo en sensibilidades e intenciones, pero, otra vez curiosamente, el resultado era estupendo. La disparidad se acentuaba con Joe D'Etienne en el piano; definitivamente, este buen trompetista texano no tenía nada que hacer en ese instrumento, pues se limitaba a dibujar con timidez algunos acordes que iba leyendo con acuciosidad de escolapio. Esto contrastaba de golpe con un Cristóbal que acudía con regularidad a la pastilla midi de su guitarra y hacía que esta sonara como órgano, como flauta o como elefante, ya fuera con líneas melódicas de cristal o intrincados y portentosos disminuidos de antología.

Fue así que llegamos a un clímax que ya se anunciaba, pero que no dejó de sorprendernos: El ajedrez. D'Etienne y Merchand salieron para que bajo y guitarra hicieran un dueto de verdaderos virtuosos. Esta pieza es sumamente rápida y de altísimo nivel, construida con ocho compases, nada más, pero se multiplican en dieciseisavos y treintaidosavos hasta llegar a las sesenta y cuatro casillas del tablero de ajedrez. Fue una micro pieza del tamaño de una catedral; no duró más de un minuto, pero estamos seguros que con ella se ha llegado a uno de los puntos más altos de la música contemporánea. Así de sencillo. Esta fue la primera ocasión que la tocaron en público.

Todavía no nos recuperamos de la impresión. ¡Y no se llenó el teatro, carajo!

(Antonio Malacara)