Al tesón de Emilio Carballido, conjuntado con el apoyo de la Universidad Veracruzana, se deben los 25 años de la imprescindible revista Tramoya que se cumplen con la publicación de las obras premiadas en el Concurso Internacional de Obra Dramática Tramoya 2000 y en el que un jurado de mucha calidad ?la mexicana Luisa Josefina Hernández, el cubano Senel Paz y el catalán Ricard Salvat i Ferré? eligieron La construcción de la catedral del conocido autor español Luis Araújo como triunfadora. El texto se acaba de estrenar en Xalapa de manera simultánea a su publicación escenificada por la Compañía Titular de Teatro de la Universidad Veracruzana (ORTEUV) bajo la dirección de Rodolfo Obregón.
La obra de Luis Araújo es muy española por su ambiente y su lenguaje, pero de manera muy aguda nos toca a los mexicanos al mostrar un caso de corrupción institucional, de crímenes ''de Estado" y de insensibilidad de los gobernantes hacia las carencias del pueblo, amén de un racismo que hoy se vuelve a mostrar contra gitanos e inmigrantes árabes y que en México se equipararía al brutal desamparo de nuestras etnias. El autor construye una apretada trama de intereses creados a partir de un puñado de personajes que resultan simbólicos sin caer en estereotipos porque todos están dotados de dimensiones humanas. La metáfora de la España imperial y de la España contemporánea en la que se mantienen muchas sordideces se transparenta con los juegos de ambos tiempos en elementos escenográficos, vestuario ?sobre todo del rey/ presidente y del Duque/ vicepresidente? y aun en algunos parlamentos (''¿Ya existe el Escorial? ¿En qué época estamos?") que marcan intemporalidad. La grúa pluma que debe aparecer al final del primer acto marcan el tránsito de una época a otra.
Por desgracia, el excelente texto no tuvo una afortunada traducción escénica. Rodolfo Obregón, con una bien ganada fama como director de grupos universitarios queretanos, durante un tiempo estuvo alejado de los escenarios dedicado a labores administrativas y en la actualidad como crítico teatral en conocida revista nacional. Su regreso como director invitado de la ORTEUV me produjo mucho desconcierto por variadas razones. Una de ellas, la más visible, se refiere a los cortes que hizo a un texto muy complejo y al mismo tiempo de trama perfectamente urdida en que una situación lleva a otra inmediata o mediata, con lo que la historia se convierte en confusa. Pueden ser válidas las adaptaciones ?aunque resultan discutibles ante el estreno de una obra premiada? pero en este caso la edición invalida mucho de la propuesta. De haber tenido que sufrir algún corte, hubiera sido mejor eliminar los zapateados de Gema Muñoz, como Maricarmen, en verdad muy poco lucidores.
Un desconcierto más me produjo que no se dieran los juegos temporales, a excepción de los cuadros que se dan en la escenografía de Oscar Almeida. Los tránsitos marcados más que nada por el vestuario no se dan, siempre en un muy poco imaginativo contemporáneo debido a Sandra Ramos, que incluso viste a la gitana, en un tablao, con unos extraños pantalones de playa: en cualquier lugar, el flamenco se baila y se canta hasta la fecha con la ropa tradicional de la gitanería.
El desconcierto mayor lo tuve por esa especie de desgano con que fue encarada la dirección. Es verdad que la compañía es bastante deficiente y las actuaciones en este caso dejaron mucho que desear. Pero Rodolfo Obregón es un hombre conocedor y algunas escenificaciones suyas quedan en la memoria de quienes las vieron por audaces e imaginativas. Nada de esto se evidenció aquí. El ritmo lento impuesto a los actores, a veces en penumbra plena, no eran lo más adecuado para un elenco que no lo podía sostener, con voces sin matices, monocordes, que de pronto saltan al grito. La idea de la actoralidad del director poco se adecuó a los elementos con que contaba y esta fue una de las grandes fallas de la escenificación. Además de ello, el uso de trampas en el suelo no siempre dio la imagen buscada, como es la escena de Antonio y Jacinto sacando apenas la cabeza del suelo en lugar de trabajar en un andamio, o el robo del oro con todo el ruido del mundo producido por las tapas de las trampas, cuando se espera sigilo y mientras el árabe dice un largo parlamento que deja de ser el foco de atención. Resultó un muy fallido montaje de una obra excelente, ganadora de un concurso internacional al que llegaron 206 obras de diferentes países, tanto de Latinoamérica como de lugares distantes como Alemania, Italia, Suiza, Portugal o Rusia.