JUEVES 5 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Adolfo Sánchez Rebolledo Ť
Dos tipos de cuidado
Fuera de bromas, Ƒalguien cree que la alternativa para modernizar el mundo laboral mexicano pueda surgir de la combinación de los talentos de Carlos Abascal y Leonardo Rodríguez Alcaine? Ambos, cada cual a su manera, son figuras emblemáticas del pasado, personificaciones de la simulación corporativa que hizo de patrones y obreros simples caricaturas de sí mismos. El señor Abascal, antiguo dirigente empresarial, es el promotor en México de la llamada "nueva cultura laboral", que no es más que el intento de erradicar los últimos vestigios de la conciencia obrera en el mundo productivo, como si deveras eso fuera indispensable para plegar activamente las exigencias del trabajador a las urgencias de la competitividad empresarial.
Rodríguez Alcaine, no hace falta repetirlo, es un líder impresentable, incapaz de masticar una sola idea medianamente compleja. Su permanencia en el cargo se explica, justamente, por los servicios que presta al gobierno tanto en el sindicato de electricistas (en el que fue impuesto por Fidel Velázquez) como en la misma CTM, cuya crisis contiene el gobierno para impedir la desbandada definitiva de su último coto de poder casi único.
Abascal prohijó desde el alto cargo patronal que ocupaba un proyecto de reformas a la Ley Federal del Trabajo que reducía sensiblemente los derechos de los trabajadores y clausuraba el papel tutelar del Estado en esta materia, pero tuvo que retirarlo dada la oposición que despertó en amplios sectores temerosos de que pudiera tener efectos negativos sobre la estabilidad. Era, pues, una propuesta inmadura. Fracasado el primer intento, se propuso entonces desarrollar, junto con Fidel Velázquez --al que muy poco importaban tales cambios "culturales"-- y la venia presidencial, sus ideas sobre la naturaleza del mundo laboral, que no son ni podrían ser distintas de su propia visión empresarial ni se contraponen a las nociones puestas en curso por la derecha para asegurarse la "victoria cultural" antes de lograr el poder político.
Rodríguez Alcaine, por su parte, defiende con acento folclórico y analfabeta los viejos privilegios de la burocracia sindical a la que sirve, pero es totalmente incapaz de ofrecer una opción, una propuesta al menos, que pueda influir positivamente en el debate sobre el trabajo que ya se viene encima. Su papel, por desgracia, es otro y está muy claro: apoyar al gobierno en lo que se le ofrezca, incluyendo la reforma eléctrica y, por qué no, las políticas del nuevo "señor Presidente". Los derechos de los trabajadores tal y como los entiende son entelequias que están para negociar canonjías, algunas muy lesivas para sindicatos e injustas, según puede constatarse con el caso del fondo de pensiones que misteriosamente desapareció de las arcas del SUTERM.
El señor Abascal tiene el encargo del presidente electo de presentar a su equipo de transición, una serie de propuestas para reformar tanto la Secretaría del Trabajo como la ley que ha sido objeto de tantas discusiones. Puede ser que el empresario Abascal sea una especie de Morones al revés, un patrón que dicta la norma y vela por que se cumpla. Para ello, sin duda, es indispensable el viejo "Periquín", tan sabio en componendas y chicanas contra los trabajadores. Si ésos son los vientos del cambio, es mejor amarrarse los cinturones porque habrá mucho movimiento.
Mientras son peras o manzanas, el mundo del trabajo sigue sometido a la nueva ola de privatizaciones y desregulaciones "preventivas" que la imaginación económica de nuestros gobernantes ha incluido en la agenda de la transición. La obligada venta de las compañías de aviación, con la consiguiente reacción de los sindicatos, da cuenta del estado real de nuestra visión del futuro en esta delicada materia.