JUEVES 5 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Ricardo Robles O. Ť
De hormigas y abejas
En estos tiempos de abejas y de hormigas que marchan desde el santuario de Acteal hasta el de Guadalupe, como ejecutando la gran obertura de las historias mejores que todos ellos luchan, vale quizás la pena desentrañar sentidos expresados en el lenguaje mítico de los pueblos indios.
En los relatos de orígenes del pueblo rarámuri -tarahumara- aparecen del lado del bien las abejas y las hormigas, los "pequeños" en su simbología mítica. Ayudan al "pequeño", al hermano menor, en su lucha contra el "fuerte", el hermano mayor. Del lado del mal, de la envidia, están las fieras, los animales mayores. El mayor arrebata la esposa al menor y es entonces cuando el menor, despojado, se convirtió en el que vive arriba, en el Dios, mientras el mayor se transforma en el que vive abajo. Gana el menor con ayuda de las abejas, las hormigas y las aves.
Las hormigas juegan el papel de mensajeras del menor. Tienen que cruzar hasta el otro lado de las aguas -el espacio del mal-, donde se refugia el mayor después del despojo. Allá descubren al mayor, de allá traen el mensaje que susurran al oído del hermano menor. Hacen posible así la batalla final que definirá la historia.
Las abejas, con astucia, invitan al león, tras el que se oculta el hermano mayor, a comer de su miel. Le abren el hueco del viejo encino donde tienen su miel. Ahí capturan al león apresando su garra, y lo derrotan aguijoneándolo unidas. Llega entonces el menor y viene el turno de las aves.
Las aves montan guardia para que el corazón del león, que va a ser incinerado en la hoguera, no escape hasta el cielo y lo arrebate al menor. Cada ave se aposta a la altura de vuelo que le es propia. Al fin, después de mucho esquivar a las aves, casi a las puertas del cielo, el león es atrapado, regresado a tierra y arrojado al fuego.
Como en todas las fábulas rarámuri y de otros pueblos indios, vencen al fin los pequeños. Vencen más con astuta inteligencia que con la fuerza bruta de los grandes. La historia es así determinada por los pequeños que la vuelven cobijo para los seres humanos, para la bondad, el bien, la justicia y la paz.
Vienen por dos meses marchando abejas y hormigas chiapanecas. Son expresión de antiguas y comunes utopías. Son estrategias ancestrales puestas al día. Son símbolo de todos los vivientes que luchan por vivir en dignidad, justicia y paz.
Las aves pudieran ser todos los que decidan ser solidarios, los que de diversos modos pueden descubrir y frustrar las mañas escapatorias de los grandes, las argucias, los sofismas, las imposiciones. Pueden todos luchar a su nivel de altura y lograr el momento decisivo de atrapar a la fiera antes de que arrebate la vida que es de todos.
Otra vez, invitados por los indios, convocados por la vida de los todos verdaderos, tenemos al alcance vivir tiempos y tareas de esperanzas y de dignidades. La antigua y nueva convocatoria abre muchos espacios, muchas alturas de lucha, muchas oportunidades de ser mejores humanos. Ellos caminan para pedirle a Guadalupe un corazón fuerte en la perpetua lucha de los pequeños contra los grandes, lucha entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal, entre la vida de todos o la de sólo los poderosos. Y por aquello de sus modos indios no nos dejan salida. No hay terrenos neutrales. Hoy la vida nos obliga a optar.