LA NUEVA INTIFADA
La violencia atroz que se desarrolla por estos días
en Medio Oriente es, sin duda, la circunstancia más peligrosa para
el proceso de paz iniciado tras la Guerra del Golfo y concretado en los
acuerdos de 1994. Aunque en estos seis años no habían faltado
tensiones y escaramuzas entre israelíes y palestinos, los enfrentamientos
actuales representan una nueva sublevación de los árabes
de Palestina contra el Estado hebreo y acaso también contra la autoridad
misma de Yasser Arafat. En esta ocasión la violencia no sólo
tiene lugar en los territorios de Cisjordania, Gaza y Jerusalén
oriental, sino que afectan a zonas de Israel propiamente dicho como Galilea
y Haifa.
La exasperación de los habitantes de las áreas
ocupadas o parcialmente controladas por la Autoridad Nacional Palestina
(ANP) es secundada por los llamados "árabes israelíes", es
decir, los palestinos que pudieron optar por la nacionalidad israelí
y que reciben trato de ciudadanos de segunda.
Al mismo tiempo, las confrontaciones actuales muestran
claramente los riesgos que entraña la actitud de rigidez y regateo
con que el gobierno de Ehud Barak ha pretendido encarar el proceso de paz.
Tras haber perdido su país en 1948, después de casi cuatro
décadas de ocupación militar de Gaza y Cisjordania, con agravios
innumerables a cuestas, en una situación económica y social
desesperada y luego de haber cedido en casi todas sus reivindicaciones
con tal de lograr la paz y un Estado propio, la población palestina
no encuentra ya motivos para la paciencia. Para colmo, los años
de negociaciones con resultados insignificantes han erosionado el factor
de contención y moderación que Arafat y la OLP representan
entre los palestinos. En esa circunstancia, cualquier provocación
?como lo fue la prepotente incursión de Ariel Sharon a la Explanada
de las Mezquitas, en Jerusalén Oriental o Al Qods? puede generar
una ola de violencia como la actual.
En el entorno político del mundo contemporáneo
se ha minimizado el riesgo de una nueva guerra entre árabes e israelíes,
pero la ausencia de guerra no necesariamente conduce a la paz, como lo
muestran los enfrentamientos actuales. Y, en tanto persista la enorme injusticia
de la privación de Estado y territorio a los palestinos, el Estado
hebreo tendrá que seguir gastando una buena parte de su dinero,
de sus energías nacionales y de su moral en matar a balazos, y a
la vista de todo mundo, niños palestinos.
La clase política israelí debiera darse
cuenta que la bárbara represión contra los palestinos sólo
consigue atizar la hoguera; que la proclamación del Estado palestino
en Cisjordania, Gaza y Jerusalén oriental no debe demorarse más
y que el desgaste de la ANP no reporta ventaja alguna para Israel. De hecho,
hoy en día el mayor peligro para la seguridad de ese país
no es un Estado palestino, sino la falta de él. |