MARTES 3 DE OCTUBRE DE 2000

Jazz africano, sus orígenes y vaivenes

sound of motownErnesto Márquez Ť La historia nos indica que las raíces del jazz están en el Africa profunda. La historia nos cuenta que ya en la diáspora africana estaba latente la célula jazzística que más tarde detonaría en los campos de algodón del sur estadunidense y se desarrollaría en los malholientes bares del Nueva Orleans multirracial.

Eso nos dice la historia, pero poco se sabe sobre qué fue lo que pasó con la música africana, es que se quedó tras la tragedia esclavista. Si bien los negros esclavos fueron el reactor del jazz, blues y cuanta música se escucha en la América mestiza ¿qué hicieron los que se quedaron?, ¿a qué experiencias sometieron sus formas musicales?

Remontándonos al siglo XV veremos como los primeros europeos que pisaron la costa africana encontraron una hospitalidad acompañada, inevitablemente, de música: al portugués Vasco de Gama le dio la bienvenida un conjunto de cinco flautistas cuando arribó al cabo de Buena Esperanza, en 1497, y a los españoles que se adentraron en la antigua Nigeria por esa época les sorprendió escuchar música politonal en "xilófonos de madera".

Los portugueses no tardaron en introducir su propia música como símbolo de las futuras relaciones entre los dos continentes. En 1505 la flotilla del almirante D'Almeida entró en el pueblo swahili de Kilwa, en la costa oriental. "Unos padres franciscanos desembarcaron llevando dos cruces en procesión y cantando el Te Deum. Fueron al palacio para colocar las cruces y el almirante rezó. Luego, todo el mundo empezó a saquear la ciudad de todas sus mercancías y bienes al tiempo que se escuchaban unos tristísimos cantos", cita una crónica de la época.

La incursiones colonizadoras

Hasta el siglo XIX las incursiones colonizadoras, quedaron limitadas a las zonas costeras; el interior había tenido poco trato directo con los europeos, pero no pudo escapar de su influencia cuando el Tratado de Berlín estableció la división de Africa por las potencias coloniales, en 1885.

En ese año llegó una enorme oleada de misioneros, apologistas del nuevo orden, a todas luces incompatible con la monotonía inexplicable y pasiones súbitas de la música tradicional, que, en algunos casos, llegó a prohibirse. Los misioneros formaron coros y bandas con pretensiones de introducir en los niños el concepto de tiempo musical, sólo que sus "lecciones" llegaron a incorporarse en formas seculares.

Los misioneros sustituyeron el órgano por el acordeón que les resultaba mucho más manejable en sus desplazamientos por aquellas zonas. Con este instrumento el africano aprendió música y también los himnos cristianos, a veces con los textos traducidos a sus propias lenguas, aunque, dado que muchos idiomas de ese continente son tonales, los resultados solían ser incomprensibles. De todas formas, la influencia de las melodías y progresiones armónicas fueron absorbidos por toda la música popular. En Suráfrica, particularmente, el encuentro del himno cristiano con una sólida tradición coral contribuyó al desarrollo del mbube, un estilo vocal popularizado por Ladysmith Black Mambazo.

La presencia de militares europeos marcó también la música africana. En el siglo XVIII los británicos y holandeses construyeron más de 200 fortalezas en la costa occidental para alojar a los esclavos antes de iniciar su viaje a las Américas. Los soldados supieron utilizar el talento local para formar charangas que interpretaban música marcial. En Ghana, este tipo de instrucción musical continuó hasta la Segunda Guerra Mundial.

En 1940, el saxofonista E.T. Mensah aprendió de un sargento técnicas de entonación, vibrato, boquilla y control de respiración, para integrarlo a su banda con la que tocaba swing y jazz en los cuarteles de las tropas aliadas. Después de la guerra, Mensah aplicó su experiencia al enriquecimiento del género con su grupo los Tempos.

Muchos reconocen a Mensah como el principal promotor del jazz en Africa, aunque ya en los años veinte los músicos sudafricanos se enorgullecían por saber reproducir los últimos éxitos de Harlem, a grado tal que un pianista perfeccionó tanto su imitación de Fats Waller que incluso consiguió morir el mismo día que su ídolo.

Lo cierto es que para mediados de la década florecía esta devoción, tal y como ilustra la siguiente efusión de un aficionado en 1956: "¡Música tribal! ¡Historia tribal! ¡Jefes! ¡No nos importan los jefes, dadnos jazz y estrellas de cine! ¡Queremos a Duke Ellington, Satchmo y mujeres calientes, cualquier cosa que sea norteamericana! Dejad toda esa mierda de kraals, fábulas y sábatos con mantas, ¡olvidaos de todo eso! ¡queremos esa cosa que quema y emociona!".