MARTES 3 DE OCTUBRE DE 2000
Ť Teresa del Conde Ť
Cinco continentes y una ciudad
Esta es la tercera versión que se presenta en el Museo de la Ciudad de México de un salón, sin duda importante, cuyas directrices han estado a cargo de la conocida artista y promotora cultural Marta Palau. Ella se mueve, sólo aparentemente, en las periferias del arte. Los resultados hasta la fecha han sido buenos (con algunas fallas explicables, pues no todos los artistas convocados mediante las respectivas curadurías responden de la misma manera). En lo personal, lo único que me parece objetable es que se le considere ''salón de pintura", cuando se trata de un salón multidisciplinario en el que la pintura casi brilla por su ausencia, o bien, no alcanza niveles aceptables. En este aspecto hay en la versión original una excepción notable: el conjunto de Odili Donald Odita, de Nigeria, con acrílicos sobre tela y plexiglas, procedente de galerías neoyorquinas. Todo el conjunto funciona, pero igualmente cada pieza se sostiene por sí misma, con especial mención a Present Tense, de 1999.
La selección africana estuvo a cargo de Olu Oguibe, quien en su texto cita a King James en relación con el Génesis (a King James se le debe una extraordinaria traducción al inglés de las Sagradas Escrituras, muy vigente aún hoy día). En esta misma sección, que a mi juicio es destacada, se encuentra Filter, un laberinto de papel picado de Mary Evans que debe recordarse para calibrarlo. Uno no puede dejar de recordar a Humberto Spíndola, con todo y que aquí el papel picado obedece a muy distinta condición sígnica. De la misma Mary Evans hay un emblema mural pintado en el descanso de la escalera, haciendo eje con una Venus académica de bronce, colección del museo, acompañada de su indispensable Eros. La combinación de la escultura con el emblema pudo, a mi parecer, explicitarse mejor si eso era de lo que se trataba.
Los dibujos en tinta y polímero sobre tela de Julie Mehretu, muy atractivos, también están entre lo mejor de la muestra: hablan de átomos, de circuitos, hasta de fuegos de artificio.
Otra presencia afortunada es la de Bélgica a cargo de Chirs Dercon, quien decidió rendir un homenaje al pintor Stephan Mandelbaum, a quien analoga (exageradamente, creo) con Rimbaud, debido a que Mandelbaum dejó de trabajar en los albores de su vida creativa, pero sucedió así no por las razones que llevaron a Rimbaud a clausurar su poesía, sino a que fue asesinado. Además de rendirle homenaje a Buñuel, Mandelbaum tomó una frase de Milan Kundera para homenajear al poeta de las Iluminaciones mediante un retrato. En ese espacio hay acierto museográfico: las obras del malogrado artista se complementaron con un espléndido anónimo jalisciense del siglo XIX que representa un niño muerto.
Me resultó intrigante la participación de Sumi Maro, artista que vive y trabaja en Yokkaichi, Japón. Presenta 11 cuadros idénticos, que corresponden al mismo retrato de la niña Aoki, pintados ''sin estilo", cercanos al hiperrealismo, pero sin minucias excesivas. Aoki es hermosa, puede ser el equivalente a Lolita de Nabokov, está vestida con lo que pudiera ser su uniforme escolar, con cuello marinero y falda azul. Está vista de frente y a sus espaldas hay tronco de un árbol bifurcado y tupida vegetación. Inicialmente pensé que habría ligeras variaciones en cada cuadro y que se trataba de una prueba perceptiva, pero no es así: Sumi Maru se las arregló para hacerlos idénticos, me tomó como media hora comprobarlo. Sólo el cuadro que abre la exposición, Like a Virgin, es distinto a los demás. El conjunto se complementa con una copia de Invierno, de Arcimboldo (pintor manierista del siglo XVI que trabajó en la corte de Rodolfo II de Praga) flanqueado por otro pequeño retrato de Aoki. Las dos piezas integran una sola obra, de modo que se trata de pintura conceptual hasta sus últimas consecuencias.
La participación mexicana, a cargo de Víctor Zamudio Taylor, es nutrida, pero salvo Thomas Glassford con Seven Slat Mirrors (acrílico y aluminio anodizado) y Puertas (no tanto las fachadas) que son fotografías en impresiones digitales de Claudia Fernández, me pareció que la elección carecía de hilo conductor, de algunos ejes. Eso además de que ciertas participaciones me parecieron en extremo flacas y entre ellas, siento decirlo, están la de Abraham Cruzvillegas y la de otro artista de origen argentino al que también he apreciado: Miguel Angel Ríos. Nada que ver sus acordeones con las fotografías de Muybridge ni con experiencias alucinógenas. En este caso, el protagonista principal es un floripondio ''cronométrico" visto cabeza abajo. La cédula allí colocada habla de una experiencia ''sublime". Bueno, admitamos que si de experiencias sublimes se trata, cada quien tiene las suyas. Es mucho más inquietante el díptico en caja de luz de Luis Felipe Ortega, Grado cero.