MARTES 3 DE OCTUBRE DE 2000
Ť José Blanco Ť
La hora de los salarios
El crecimiento económico de los últimos años, y las condiciones especiales de ese crecimiento, aunados a la erosión profunda del sindicalismo corporativo, están creando una circunstancia propicia para la renovación sindical y para la formulación de una nueva política salarial sindical. Estamos ante la posibilidad de una espiral positiva para los asalariados.
Carlos Abascal, uno de los probables responsables de la Secretaría del Trabajo del gobierno de Fox, ha anunciado una política salarial basada en aumentos de productividad. Es probable que surjan (miopes) defensas de las "conquistas históricas" corporativas del viejo sindicalismo, negándose a discutir siquiera la propuesta.
Uno de los indicadores más profundos de la marcha de una economía es justamente la evolución de sus índices de productividad. Cuando la productividad aumenta (es decir, se produce más con las mismas horas hombre de trabajo) y los salarios reales permanecen constantes, las ganancias de productividad son trasladadas íntegramente a las utilidades del capital. Por esa razón los sindicatos son ciegos si se limitan a tener sólo la inflación como referente de sus negociaciones.
México está en la ruta de un altísimo aumento de productividad de su mano de obra: entre enero de 1993 y julio de 2000, fue de 45 por ciento. En ese mismo lapso, durante uno de los periodos de crecimiento más brillantes de la economía estadunidense, ese indicador creció ahí 41.5 por ciento; en Canadá fue de 12.5, y en Japón de 25.7. La tasa de aumento de la productividad en México entre 1994 y 2000 fue de un impresionante 4.8 por ciento anual.
A la par de ese aumento en la industria manufacturera de México, las remuneraciones disminuyeron 4.1 por ciento anual entre 1994 y 1996 y, de este último año al 2000, aumentaron apenas en 1.6 por ciento por año. La pérdida salarial ha sido bárbara. Bien haría el Banco de México en ver hacia otra parte, y no hacia los salarios, cuando gira advertencias de sobrecalentamiento; hacia los precios y tarifas del sector público, por ejemplo.
En el primero de los lapsos señalados no sólo todas las ganancias de productividad fueron trasladadas al capital, sino también una parte de la masa salarial que se generaba antes de 1994. En el segundo lapso se recuperó una parte pequeña de la masa salarial perdida, mientras el capital continuó absorbiendo íntegra las ganancias de productividad de la mano de obra. Productividad y salarios explican por qué con un tipo de cambio sobrevaluado, se ha sostenido el extraordinario crecimiento de las exportaciones mexicanas, y explica también la tendencia a la baja de la tasa de inflación.
De otra parte, la evolución de la productividad ha estado asociada a una alta tasa de aumento de la inversión privada. Y ha habido, como resultado, una amplia renovación de la planta productiva y un fuerte aumento en el empleo. Ahora es posible cambiar el rumbo sindical y salarial: ayuda a ello la baja tasa de desempleo. Tales son las condiciones generales que explican una negociación como la de Wolkswagen: 22 por ciento de aumento frente a una inflación esperada de 9 por ciento. Además del probablemente alto crecimiento de la productividad en esa empresa.
Cuando la productividad se vuelve referente de las negociaciones salariales, debe considerarse que en el marco de un perfil tecnológico dado, asociado a los medios de producción instalados en una empresa, los aumentos de productividad tienen un límite absoluto. Hay un margen para el aumento de la productividad de la mano de obra mediante capacitación y organización, pero cubierto ese margen, la productividad no aumentará a menos que los empresarios realicen nuevas inversiones en medios de producción tecnológicamente superiores a los instalados. En otros términos, a mediano y largo plazos los aumentos de productividad dependen de los empresarios, no de los trabajadores.
En esas condiciones, la negociación salarial en una empresa debería tener como referente el índice promedio de productividad de las empresas de la rama industrial respectiva. Este método se convertiría en un estímulo poderoso para la inversión y la innovación tecnológica de las empresas cuyo índice de productividad fuera inferior al de la rama.
Así la negociación salarial quedaría atada tanto a la capacitación --indispensable para aumentar la productividad con medios de inversión tecnológicamente superiores--, como a los procesos de innovación técnica de las empresas. El gobierno podría apoyar ambos procesos. Y en un caso así, las ganancias de productividad se distribuirían entre salarios y utilidades, contribuyendo a ampliar sustantivamente el mercado interno y el bienestar de los trabajadores. Ambas partes pueden ganar, favoreciendo al mismo tiempo el desarrollo económico.