LUNES 2 DE OCTUBRE DE 2000

Reafirma libro de Scherer que la maldad existe y no da tregua


Pinochet: vivir matando

Javier González Rubio Iribarren Ť Las noticias publicadas en los periódicos de México el 11 de septiembre de 1973 no serían más que rutina en el mundo ante lo que estaba sucediendo en el Cono Sur, en Santiago de Chile, donde había nacido y era pisoteada una de las últimas utopías de la izquierda latinoamericana.

Excélsior, dirigido entonces por Julio Scherer García, daba la de ocho a otra utopía con tintes claros de mentira: "EU planea reanudar relaciones con Cuba si otros lo hacen". Una declaración retórica del ratificado secretario de Estado, Henry Kissinger, que al momento de decir esas palabras ya sabía lo que iba a suceder en el Chile de Salvador Allende y su Unidad Popular.

En esa primera página no faltaba la noticia cotidiana que nutría la crónica de la vileza que se gestaba en Chile: "Dirigentes democristianos, por las renuncias de Ejecutivo y Parlamento".

Ťchile-allende-pinochet-19-jpg Lo mejor del día estaba en deportes: Alí se impuso por decisión a Norton. Cassius Clay-Mohamed Alí regresaba de otro triunfo, en los cuadriláteros del autoritarismo estadunidense, porque se había negado a ir a Vietnam argumentando ''caso de conciencia''. Salió más fuerte de la cárcel, aunque los especialistas del boxeo decían una tontería: "Ya no es el mismo de hace diez años".

Al día siguiente, el periódico de Scherer se llenaba de la muerte de su amigo Allende, de la detención de sus más fieles colaboradores, de las llamas desde el palacio de La Moneda, bombardeada por los aviones Hawker hunter con 5 mil seiscientos tiros por minuto. La traición militar se había consumado. Eran los resultados de más de tres años de inversiones de la CIA y de empresas de relación filial, como la igualmente mundial ATT, y de la incansable labor de los políticos de la Democracia Cristiana.

Empezaba el horror cuyo recuento y testimonios acumularía acuciosamente el abogado valenciano Joan Garcés, amigo y asesor de Allende, que se salvó de la muerte porque el presidente se lo ordenó. Todo el dolor de los desaparecidos y torturados, de las familias quebradas, de los desequilibrios psicológicos, compondría un legajo de más de 285 folios que un juez español, severo, austero, voluntarioso, gallego en todo: Baltasar Garzón, convertiría en una sonada denuncia en contra del dictador Augusto Pinochet Ugarte, que comulgaba cada semana sin que la hostia quemara sus entrañas.

El 12 de septiembre de 1973, Julio Scherer, periodista casi desde niño-adolecente, pues ya entonces andaba investigando, tomando nota, marcando libros, dictó el titular: "Allende se suicidó; se negó a dimitir tras el cuartelazo". Sí, hacía falta la noticia, pero ante todo resaltar la dignidad del traicionado. Había más: "Están presos Clodomiro Almeyda, Orlando Letelier, José Tohƃy Carlos Altamirano". El festejo: "Empresas de EU piensan ya en volver a Chile". Y la generosidad inevitable, página orgullosa: "Echeverría ofrece asilo a la familia".

Veintisiete años después, Julio Scherer da nueva vida al significado de aquella primera plana de Excélsior en su libro Pinochet. Vivir matando, que publica Nuevo Siglo, de Aguilar. Un reportaje en el que citas, testimonios, entrevistas y reflexiones se entretejen con esa fuerza expresiva que permite que el buen periodismo sea sendero que se une, no se bifurca, con la literatura.

Los párrafos cortos y frases que amarran con la contundencia de la verdad. Todo está ahí y nada sobra. Es la contundencia de la memoria vuelta presente: el tejido de la traición, la sevicia contra el ser humano, la autoadmiración del traidor que lee 15 minutos diarios, al que la esposa no le encuentra defectos y su primogénito exalta como asesino de "bestias". Y está el testimonio que conmueve de la viuda de Letelier y los juicios implacables de Garcés, rama de la que se desprenden esas hojas del dolor que quiere justicia y que por lo menos está negando a Pinochet la inmortalidad que él creía gloriosa, augusta.

Vivir matando deja sin aliento y da fuerza a la indignación. Por cada página el lector se vuelve jurado, por cada página se desprecia más a ese hombre que ya se despreciaba. Al terminar el libro se reafirma, una vez más, que la maldad existe y no da tregua. Pero también se yergue siempre la posibilidad de la justicia, porque hay seres humanos por los que el mundo puede ser mejor.


Pinochet: vivir matando

Ť Julio Scherer García Ť

Bartulín me contaría: Algunos domingos, sacerdotes enviados por la junta militar celebraban misa y entre cánticos y aromas a incienso ofrecían la comunión. Al frente de una mesa adornada con veladoras y flores de papel, prevenían a los presos contra los males de la concupiscencia. Hablaban del pecado de la carne y el infierno, la abstinencia sexual, la pureza. Remataban el oficio con la bendición, el brazo derecho al cielo, horizontal al mundo, unidos el cielo y la tierra, el Salvador y su criatura. Id con Dios -despedían a los presos, generosos los sacerdotes en el hielo del amor abstracto.

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Junto con catorce hawker hunter, malévolas y veloces aves picudas, el general Gustavo Leigh Guzmán, comandante de la Fuerza Aérea, emprendió su solitaria batalla el 11 de septiembre. Sin enemigo arriba ni abajo, dejó caer cohetes y metralla sobre La Moneda y la residencia de la familia Allende, en la calle Tomás Moro. Cada avión cargaba dos lanzacohetes de 40 y 60 centímetros de diámetro y cuatro cañones con una cadencia de tiro de 5 mil 600 proyectiles por minuto.

De la hazaña quedaría para siempre la belleza fúnebre del humo negro y las llamas anaranjadas que envolvieron el monumento de Chile.

Rodeado de periodistas, el comandante rechazó su petición para que pudieran entrevistarse con los pilotos de guerra.

Razonó: Quiero mantener su anonimato por razones obvias. Yo no quiero que aparezcan los pilotos en la televisión, porque habría gente que pudiera hacer cargos.

Un reportero inquirió sobre su hijo, Gustavo Leigh Yates, del Grupo Siete, la unidad de combate del 11. El comandante respondió que su identidad quedaría oculta.

El reportero insistió. Cortó Leigh: Razones de seguridad.

Esperó alguna otra pregunta, que no se produjo. Sonrió entonces. Sonrió a las cámaras, sonrió al país.

Altivo en su uniforme verde olivo, apenas inclinada la gorra rematada en el centro por una estrella, cantó la gloria militar: Yo siempre he estado orgulloso de mi fuerza aérea, no solamente el día de hoy, debo decir, los pilotos coronaron mis aspiraciones.

Siguió: Gana una batalla, y eso lo saben los alemanes tan bien como yo, el que actúa de la manera más drástica durante los primeros momentos. Así que nosotros tuvimos que actuar en un solo día drásticamente, para derrocar al sistema marxista de la Unidad Popular.

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Sueltos los cabellos negros, desganado el cuerpo, me pareció que la voz de Margarita Letelier llegaba de muy lejos:

 

A primera hora del 11, Salvador llamó a Orlando para informarle de movimientos de tropas en Valparaíso. Le pidió que se comunicara con los comandantes en jefe, el general Pinochet, el general Leigh y el almirante Montero. Poco después llamó de nuevo. Salía para La Moneda, le dijo a Orlando.

-Yo también voy a La Moneda, presidente.

-No, Orlando. Yo prefiero que el ministro de la Defensa vaya al Ministerio de la Defensa.

-A mediodía estallaban las bombas sobre La Moneda, el presidente adentro, amarrado a su muerte.

(...) Al cruzar el edificio de la Defensa, me contaría Orlando mucho después, sintió fuego en el hombro. Su guardaespaldas le había dejado ir un culatazo y lo encañonaba.

El guardaespaldas se llama Daniel Gilbeet. Sería edecán de Pinochet y miembro del comando conjunto de las Fuerzas Armadas. Historias vívidas narran su demencia: desde un helicóptero arrojaba al mar los cuerpos desgarrados de sus víctimas. Armado de un garfio, les abría el vientre para que no flotaran en el agua.

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Scherer habla con Joan Garcés:

-Vuelvo a mi pregunta, doctor: Ƒpor qué llama a Pinochet traidor de última hora?

-Los propios golpistas han contado que el sábado 8 de septiembre de 1973 todavía no estaba decidida la fecha del asalto. Faltaba Pinochet. Si el comandante en jefe del ejército no se les unía, el complot podía terminar en fracaso.

-Más aún: años después del 11 de septiembre, el embajador de Estados Unidos, Nataniel Davis, publicó un libro de memorias y análisis. Dice que para él fue una sorpresa la participación de Pinochet en el golpe que se venía gestando durante los meses anteriores. Y añade, para los biógrafos: a partir del 11 observó una transfiguración en la personalidad de Pinochet. Fue otro.

Fue otro y era el mismo. Había traicionado. Mostró su alma.

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Hombre taimado fue Pinochet, dos caras o muchas más. El mismo se describe, orgulloso de su astucia. Los engañó a todos.

Ťchile-golpe-5 A Pratts, definitivo en su ascenso a la cúspide del ejército; a Tohá, su amigo: Juntos emprendían largas caminatas, las caminatas del cazador, tramos silenciosos apenas interrumpidos por conversaciones que sólo ellos conocieron, ha relatado Pratts; a Salvador Allende, de quien dice Pinochet que siempre supo llevaría a Chile al caos, azote para el país, comunista y traidor.

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En su libro Soberanos e intervenidos, narra Garcés:

Todavía en la primera semana de septiembre de 1973, el presidente Allende instruía al ministro del Interior, Carlos Briones, para que acordara con el Partido Demócrata Cristiano un pacto parlamentario que preservara el Estado democrático. En todo caso, con o sin acuerdo de la dirección del PDC o de algunos de los partidos de la coalición del gobierno, convocaría el martes 11 a un referéndum que marcara el rumbo de la nación.

Pero Allende iba por un camino y sus enemigos por otro. El lunes 10 de septiembre, Henry Kissinger había recibido en Washington a su embajador en Santiago, Nataniel Davis. Fue festivo el saludo del secretario del Departamento de Estado. Es fácil imaginarlo, sonriente:

Bueno, por fin vamos a tener mañana un golpe en Chile.

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Por su honor de soldado, de padre, de hijo, por su honor de hombre, Pinochet desconoció la intervención del gobierno de Estados Unidos en la vida entrañable de Chile. Mintió desde el primer día. Mentirá hasta su muerte. La mentira tiñe su alma.

Declaró al Washington Post, el mes de julio de 1985, ya capitán general de las Fuerzas Armadas y presidente de Chile: El pronunciamiento militar en Chile no le costó a los Estados Unidos ni un dólar, ni un disparo, arma alguna, ningún hombre. Nadie puede decir en Estados Unidos: Ayudamos a Chile. Ese no es el caso. Lo hicimos solos, aquí en Chile.

Desde el 23 de abril de 1976, el Senado estadunidense había consignado en sus archivos la historia de ese tiempo cruento, la historia que le pertenece.

El documento, realzado su carácter eminente con el escudo de Estados Unidos al centro, precisa en sus páginas iniciales:

Cuando el intento del golpe falló y Allende tomó posesión como presidente, la CIA recibió autorización para financiar grupos de oposición en Chile. El esfuerzo fue masivo. Se gastaron 8 millones de dólares entre la elección de 1970 y el golpe militar de 1973. Se proporcionó dinero a organizaciones de medios de comunicación, a partidos políticos de oposición y, en cantidades limitadas, a organizaciones del sector privado.

Agrega el informe, desnudo el lenguaje: El dinero de la CIA podía canalizarse a través del mercado negro chileno. El tipo de cambio no oficial a escudos chilenos frecuentemente alcanzaba cinco veces el tipo oficial.

Continúa: La imagen de Salvador Allende debía evocar la figura de José Stalin y el pánico habría de prenderse de las conciencias de los chilenos. Al precio que fuera había que cerrar el paso al candidato socialista. La CIA organizó una campaña para ese fin. La llamó propaganda de terror.

(...) Aún más violenta fue la campaña a partir del 4 de septiembre de 1970, el día triunfal de la Unidad Popular. Debía arder la atmósfera, debían desatarse el pánico financiero y la inestabilidad política. El tiempo apremiaba: el presidente Eduardo Frei o el ejército chileno, las grandes reservas contra la Unidad Popular, tendrían que actuar sin demora. Por su parte, el presidente Richard Nixon debía aparecer en escena. Y apareció.

Narra el documento: El 15 de septiembre el presidente Nixon indicó al director de la CIA, Richard Helms, que un régimen presidido por Allende era inaceptable para los Estados Unidos. Ordenó, en consecuencia, el golpe militar.

La estrategia aprobada se orientaría en una doble vía. La Vía Uno se ocuparía de las actividades encubiertas, políticas, económicas y de propaganda. La Vía Dos alentaría a las fuerzas armadas para que actuaran contra Allende.

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Por decreto, bajo su firma, el general Pinochet dispuso de la vida, la muerte a su servicio.

El 17 de septiembre de 1973 los comandantes promulgaron el Bando Número 30, Jefatura de Estado de Emergencia:

Cualquier acción de resistencia de parte de grupos extremistas obliga a las fuerzas armadas a adoptar las más drásticas sanciones, no sólo respecto de los agresores sino que también en contra de quienes permanecen detenidos o sometidos a arresto domiciliario y vigilancia.

Las Fuerzas Armadas y de Carabineros serán enérgicas en el mantenimiento del orden público, en bien de la tranquilidad de todos los chilenos. Por cada inocente que caiga serán ajusticiados diez elementos marxistas indeseables, de inmediato y con arreglo a las disposiciones que el Código de Justicia Militar establece en tiempo de guerra.

Funcionaba con eficacia la maquinaria asesina. Las cárceles eran secretas, los tribunales actuaban en secreto, había policía secreta, los entierros eran secretos. Los militares legislaban en secreto y expedían de la mañana a la noche los bandos que aterrorizaban a la población. El misterio cubría a la nación y frente al misterio no había defensa posible.


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Doña Lucía Hiriart de Pinochet:

Sus cualidades son múltiples, destacándose su gran sentido del humor, lo que lo hace muy simpático, receptivo. Gran observador, de pocas palabras, pero no banales. Sensible ante el sufrimiento de los demás. Leal con quienes son sus amigos y colaboradores. Arrojado, no conoce la palabra venganza. Excelente padre. Le doy nota de buen esposo. Para mí no tiene defectos o si los tiene no los capto.

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De la traición no se regresa. La infamia marca y no hay manera de confiar una segunda vez en el sujeto desleal.

Pinochet pretendió cambiar las reglas inmutables y rebasar su traición. Se diría fiel a sus ideas desde siempre, enemigo de Allende desde siempre. Apostó a su metamorfosis.

A Arturo Fontaine, director de El Mercurio y más tarde embajador en Alemania, le contó en los días de un aniversario más del golpe, en septiembre de 1977:

Ayudado por el destino fui haciendo méritos ante el presidente Allende. En marzo de 1971, me tocó participar en el esclarecimiento del asesinato del ex ministro Pérez Zujovic y el señor Allende me felicitó. El 8 de julio vino el terremoto, fui nombrado jefe de la Zona de Emergencia, salí airoso y el señor Allende me felicitó. Luego vino la interminable visita del señor Fidel Castro, fui su edecán y me gané una nueva felicitación.

Después, Allende le confió el honor del ejército, comandante en jefe.

Agrega Pinochet, una estrella en su casaca: En la Academia de Guerra se enseña que el gran mérito de un general es que jamás el enemigo pueda vislumbrar sus movimientos.

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Una semana después del golpe -el 18 de septiembre de 1973-, Pinochet habló por primera vez ante la prensa como miembro de la Junta Militar. Dijo: Hubo un trato de caballeros. Yo no pretendo estar siempre dirigiendo a la Junta. Lo que haremos es rotar. Ahora soy yo, después será el almirante Merino, después el general Leigh y luego el general Mendoza.

Nueve meses después se autoproclamó Jefe Supremo de la Nación, mediante el Decreto de Ley Número 527 fechado el 27 de junio de 1974. No le bastó. El Decreto Ley Número 806, del 17 de diciembre de 1974, lo convirtió en Presidente de la República.

A partir de ese momento, lo tocó la sabiduría. Declaró en 1975: Yo me voy a morir. El que me suceda también tendrá que morir. Pero elecciones no habrá en Chile.

El año 1981 dijo que había limpiado la patria de marxistas. Los resultados se avistaban: En treinta años más -dijo- tendremos una población de gente más inteligente.

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El doctor Joan Garcés me había contado en España: Aylwin y Frei abrieron a los militares las puertas de La Moneda. Aliados en la conspiración después de marzo de 1973, se repartieron el Senado y el Partido Demócrata Cristiano. Frei ocupó el liderazgo del Parlamento y Aylwin ascendió a la presidencia del órgano político.

A partir de ese momento rechazaron las iniciativas del Ejecutivo y bloquearon la máquina del Estado. Apoyados por la CIA, involucrados Nixon y Kissinger en la conjura contra Allende -temerosos los norteamericanos de su alianza con Fidel Castro-, hicieron de la Unidad Popular un blanco de odio. Allende era un monstruo, como Stalin. Los niños pasarían al poder del Estado, como en los pueblos bárbaros. Los marxistas bajarían a Dios de los altares y lo expulsarían de los templos. Sobre La Moneda ondearía la bandera de la hoz y el martillo.

Los dueños de empresas y medios de comunicación se sumaron a la conjura, tejida ya la red de las fuerzas armadas. Los oficiales constitucionalistas fueron aislados y en el último momento se unió Pinochet a la insurrección en marcha. Los víveres fueron ocultados en bodegas custodiadas por las armas. En Chile se experimentaron nuevos métodos de desestabilización programada, como reconoció William Colby, director de la CIA. Resonaron por las calles las cacerolas de las mujeres acomodadas.

Allende saltaría sobre el complot y se entendería con el pueblo, los hombres y las mujeres de Chile, los obreros, los trabajadores del campo, los humildes, la mayoría. Convocaría a un plebiscito, confiado por los puntos ganados por la Unidad Popular en la más reciente pugna electoral. El presidente contaba con su vida como escudo. No había sido hombre ejemplar desde el punto de vista de una moral cortada a la medida de la burguesía. Había sido honrado con su pueblo. La traición no estaba en su vocabulario, menos en los sentimientos. contaba con el ejército.

Y Fracasó. Pinochet se anticipó unos días a la consulta popular.

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El 25 de abril de 1990, en el arranque del primer gobierno de la transición democrática, Patricio Aylwin creó la Comisión Nacional para la Verdad y la Reconciliación. Se le llamó Comisión Rettig, en homenaje a su presidente, Raúl Rettig Guissen.

Aylwin expuso que sólo sobre la base de la verdad sería posible satisfacer las exigencias elementales de la justicia y crear las condiciones para alcanzar una efectiva reconciliación.

En su oficina de Madrid, el doctor Joao Garcés examina el Decreto Número 355 que dio nacimiento a la comisión. Fue burla para los chilenos, ofensa para las víctimas de la dictadura, afirma. Consolidó la impunidad y confirmó la servidumbre de Aylwin al poder militar. Pinochet creció, más sólido, más fuerte. El demócrata y el tirano se abrazaron, foto para la historia. Uno y otro negaron la justicia. Pinochet en términos absolutos, Aylwin en el lenguaje torcido de la simulación.

(...) Cita la comisión: Cuando se pidieron datos sobre la participación de las ramas de los servicios de seguridad, hicieron ver que se encontraban legalmente impedidos de aportar información que se refiriera a labores de inteligencia.

Dice Rettig que recibieron expedientes valiosos, a la vez que se estrellaron frente a un muro de impunidad. A sus requerimientos de información, el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y los policías, los Carabineros, respondieron con palabras imponderables: Los archivos fueron legalmente incinerados.

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Los comisionados conocieron los recintos secretos de detención y tortura: Cuatro Alamos, Londres número 38, Villa Grimaldi, La Discotheque (música ambiental 24 horas), la Venda Sexy (la violación pausada, sutil, el refinamiento), José Domingo Cañas, Implacate, Cuartel Venecia, Calle Belgrano número 11, Rinconada de Maipú. De Villa Grimaldi cuentan:

Ubicada en José Arriega, a la altura de 8200, comuna de La Reina, Villa Grimaldi fue el recinto más importante de la Dina. Sus lugares característicos empezaban por La Torre:

Se trataba de una construcción que sustentaba un depósito de agua. En su interior se construyeron unos diez estrechos espacios para la manutención de reclusos, de unos 70 x 70 centímetros y unos dos metros de alto, con una pequeña puerta en la parte baja por la que era necesario entrar de rodillas.

En esa torre también había una sala de tortura. En cada una de estas celdas se mantenía a una o dos personas en un régimen de encierro permanente. en el caso de haber dos detenidos en una celda debían acomodarse de modos muy forzados para permanecer en el lugar y especialmente para dormir.

Y los pormenores: Había secciones verticales similares a closets donde el detenido debía permanecer de pie, a oscuras, durante varios días... En un catre de metal, la parrilla, se amarra desnudo al detenido para proceder a aplicarle descargas eléctricas sobre distintas partes del cuerpo, especialmente los labios y los genitales, y aun sobre heridas o prótesis metálicas... se emplearon drogas... un tiempo se intentó hipnotizar a los detenidos... se arrojaba agua hirviendo a los detenidos... golpes a toda hora... vejámenes a toda hora... a toda hora hombres y mujeres descoyuntados... a toda hora hombres y mujeres colgados de una barra por las muñecas, las rodillas, los tobillos... a toda hora el hambre que devora... a toda hora la muerte que llega o no llega.

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El de 1998 fue el año oscuro de Pinochet, la luna negra de la que algunos hablan. El 10 de diciembre, el juzgado central de instrucción número cinco de la Audiencia Nacional de Madrid dio a conocer el auto de procedimiento 10.12.98 contra Augusto Pinochet Ugarte. El documento habla de terrorismo y genocidio. Su nombre es bélico y literario: Operación Cóndor.

Señala el auto incriminatorio:

-En fecha 16 de octubre de 1998 se admite trámite querella contra Augusto Pinochet Ugarte y otros por los delitos de genocidio, terrorismo y torturas.

-En la misma fecha se dicta auto de prisión y orden internacional de detención contra Augusto Pinochet Ugarte por aquellos delitos.

-El día 3 de noviembre de 1998 se decidió proponer al gobierno la extradición de Augusto Pinochet Ugarte, detenido a tales efectos en Londres. La petición ha sido debidamente cursada y se halla en tramitación.

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Pregunto a Joan Garcés:

-Sin conocer físicamente a Pinochet usted lo ha observado al revés y al derecho. ƑEs el hombre mediocre del que tanto se habla?

-Pinochet tiene el reflejo del criminal. Conoce mejor que nadie la magnitud de su traición el 11 de septiembre. Los conspiradores entendían que eran conspiradores y sólo eso, pero Pinochet sabía que su deslealtad no tenía paralelo. Había tenido la confianza del general Pratts y del presidente Allende, había sido elevado al rango superior, comandante en jefe del ejército. En esas circunstancias desarrolló la personalidad del hombre sin alternativa. Para cubrir su primer crimen había de cometer el segundo, el tercero, el cuarto, los que hicieran falta. En esa espiral identificó el crimen con su propia vida. De ahí que necesitara construir un ejército cómplice. La sobrevivencia de Pinochet no me dice nada de su inteligencia, mediocre o no. Me lleva a su instinto: vivir matando.