LUNES 2 DE OCTUBRE DE 2000

Ť Homenaje del ICCM al compositor Pérez Prado


Mambo sin etiquetas: chavos banda bailaron en el Zócalo

Ť Los 72 participantes, del Laboratorio de Teatro Comunitario

perez-prado-homenaje-jpgYanireth Israde Ť Ombligos al descubierto, greñas de colores, tatuajes y frenesí en el cuerpo. Parecía insólito, pero allí estaban los chavos banda, bien prendidos, bailando mambo en pleno Zócalo, meneando hombros y caderas y pasando buena vibra al respetable, que no regateó aplausos y coincidió en que el espectáculo, la neta, estuvo chido.

Sábado en la noche. El mambo comenzó a sonar fuerte y atrajo a centenares de curiosos. El escenario puesto; las luces encendidas. La bandera ondulándose, como si también quisiera plegarse a ritmo de la jacarandosa música. Era cosa de acercarse entre el gentío para poder ver al mismísimo Dámaso Pérez Prado, figura principal del espectáculo dancístico/teatral Concierto 72 Banda. Homenaje a Pérez Prado, organizado por el Instituto de Cultura de la Ciudad de México (ICCM) y el Laboratorio de Teatro Comunitario. El éxito fue tal, que volvió a presentarse el domingo por la tarde, otra vez en el Zócalo capitalino.

El famoso pujidito de Pérez Prado resultó efectivo para convocar a la multitud, que se encontró sorprendida con 72 entusiastas, muy jóvenes la mayoría, quienes salieron a bailar mambo sin más atavío que sus pantalones rotos, sus paliacates amarrados en la cabeza, sus guantes negros, sus calaveras tatuadas... su uniforme de todos los días, pues.

Eso sí, Pérez Prado, con sus olanes y su trajecito de época y esa manera sabrosa de mover la pelvis, sin olvidar su acento cubano, chico, y la chispa de su humor desatando carcajadas.

Parecía cualquier barrio de la ciudad México, con sus jóvenes desmadrosos de rostro variopinto, espigados o de carnes desbordadas. Eso fue lo de menos. Y no faltaron los tragafuegos, que hicieron malabares con sus antorchas, coreografía, por cierto, muy aplaudida; aunque hubo otras más sencillas, en las que se veía a los chavos enfrentándose entre sí, como sucede en cualquier colonia, o reñían con sus parejas, es decir, reflejaban la neta, nada del amorcito rosa de Vaselina.

Hasta un caballo negro azabache le entró al baile, y fue uno de los más ovacionados al final de la función al aire libre, que duró aproximadamente una hora y media, aunque algunos, contagiados por la enjundia de los participantes, le pusieron candela a los pies y se atrevieron a dar unos pasitos, mientras atrás del escenario, los bailarines seguían al tiro, recibiendo felicitaciones y preparándose para la siguiente función.

Ejercicio liberador

Con una larga trayectoria en los Laboratorios de Teatro Campesina e Indígena (en el interior de la República) y los Laboratorios de Teatro Comunitario (en el Distrito Federal), la maestra María Alicia Martínez Medrano dirigió este proyecto dancístico/escénico producido por el ICCM y que por lo pronto viajará en diversas delegaciones capitalinas y posiblemente en estados de la República.

Durante una entrevista, a la que apenas se da tiempo luego del trajín sabatino, explica que los jóvenes, muchos de ellos, "de la banda", provienen de distintas delegaciones y son alumnos del Laboratorio de Teatro Comunitario que encabeza la maestra Delia Rendón, quien también colaboró en este montaje, junto con diversas personas dedicadas a la enseñanza artística de los muchachos.

Vendedores de fayuca, estudiantes, asalariados o desempleados, los participantes no son bailarines de carrera, pero tras las clases que recibieron muchos de ellos quieren ya dedicarse profesionalmente a la danza.

La enseñanza de los bailes es parte de la formación teatral que se proporciona en los Laboratorios ?dependientes de la Secretaría de Desarrollo Social del Distrito Federal?, pero no es materia exclusiva. Lo cierto es que, prosigue Martínez Medrano, encontraron liberador el ejercicio de zarandear el cuerpo y ahora hasta desean montar espectáculos de jazz o danzón. Eso sí, con sus patines y su estilo, para que sea chido.