Ť Grandes actuaciones de Marion Jones, Cathy Freeman y Glorie Alozie
Femenino, el rostro de los Juegos Olímpicos de Sydney
Ť La determinación, fortaleza y necesidad de superación marcaron la participación de las mujeres
Afp, Sydney, 1o. de octubre Ť El rostro de los Juegos de Sydney fue femenino. A pesar de que los hombres siguen siendo más fuertes y más rápidos, las mujeres encarnaron mejor la determinación, la fortaleza y la necesidad de superación un siglo después de su debut en las olimpiadas.
Sydney pasará a la historia con las imágenes de Marion Jones, Cathy Freeman, la corredora ciega Marla Runyan, la nigeriana Glorie Alozie, la gimnasta Andrea Raducan o la argelina Nuria Merah-Benida.
El sabor vino primero de la mano de la australiana aborigen Cathy Freeman, quien encendió la antorcha olímpica y quien fue proclamada como estandarte nacional y bandera de los suyos, el pueblo aborigen, mucho antes de que ganara la medalla de los 400 metros planos.
Junto a ella brilló con igual o más fuerza el rostro de la estadunidense Marion Jones, que sorprendió al mundo diciendo que quería ganar cinco medallas de oro, y obtuvo las cinco, pero tres de oro y dos de bronce.
Los juegos en que Jones se sintió más feliz como atleta fueron también días en que vivió una gran preocupación como mujer y esposa, después de que su marido, el campeón de lanzamiento de bala, Cottrell John Hunter, fuera acusado de dopaje.
"Estos fueron los juegos de Marion Jones y Cathy Freeman", dijo el velocista estadunidense Michael Johnson, que se marchó de Sydney con dos preseas, una de 400 metros y otra en los 4x400.
Y de ellas y de muchas otras, la necesidad de superación tuvo como mayor representante a la atleta Marla Runyan, una mujer ciega que fue octava en la final de los mil 500 metros, teniendo como meta una línea blanca borrosa y presintiendo a las rivales que tenía cerca "únicamente por la respiración".
La fortaleza frente a la desgracia la encarnó la nigeriana Glorie Alozie, que semanas antes de competir recibió la noticia de que su novio, el también atleta Higinius Anugho, había muerto atropellado por un auto en Sydney.
La africana perdió varios kilos antes de competir, su entrenador tenía que darle de comer en la boca, pero aun así consiguió la medalla de plata en los 100 metros convallas y "hubiera sido la de oro si no hubiera estado tan débil para ser más rápida en el sprint final", según los técnicos del atletismo.
Si Aloize representa la fuerza del espíritu, la también africana Nuria Merah-Benida encarna la determinación. La inesperada victoria de esta argelina de 30 años en los mil 500 metros "fue el triunfo de las mujeres árabes", que están logrando superar los obstáculos políticos y sociales para entrenarse y competir en pruebas internacionales.
La desesperación también tuvo rostro de mujer, o mejor dicho de niña. La gimnasta Andrea Raducan, oro en la prueba individual, perdió su medalla dorada cuando los análisis antidopaje descubrieron que consumió sustancias "prohibidas" antes de la prueba.
Según los médicos, el causante fue un medicamento contra el resfriado, pero ningún argumento libró a esta niña de 16 años de la inconmovible rigidez de las reglas del Comité Olímpico Internacional, y así pasó de la gloria a las sospechas, las críticas y al vacío.
Cientos de historias semejantes estaban escondidas en numerosas atletas que compitieron en Sydney y ya volvieron al anonimato del que salieron durante algunas horas o minutos.
Afortunadamente, atrás quedaron la Grecia antigua, cuando las mujeres no podían asistir ni siquiera como público a los juegos, y la exclusión femenina en el inicio de las Olimpiadas de la era moderna, en 1896.
Justo un siglo después de que dos mujeres participaran por primera vez en unos juegos, las féminas siguen siendo menos rápidas y fuertes que los hombres, pero tienen más sabor.