LUNES 2 DE OCTUBRE DE 2000
Ť PURA SANGRE
Perdonen la tristeza
1. Quién lo dijera: parte de un verso creado por César Vallejo, él sí melancólico y tormentoso, vino a pasar decenas de años después como una referencia no explícita a una canción y de ahí al título de un libro que habla de uno de los seres más antidepresivos que es posible conocer: Joaquín Sabina.
2. En efecto, la segunda biografía que se escribe sobre el ubetense alude a parte de una de sus composiciones en el título, Joaquín Sabina. Perdonen la tristeza (España, Plaza & Janés, 287 pp.), tres palabras que hace décadas había empleado ya Vallejo al decir: "Fue un domingo en las claras orejas de mi burro,/ de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)". El sí, lluvioso, él sí lleno de sólida cólera cuando se precisaba.
3. El libro de ahora es distinto y sobre un personaje en las antípodas. Su autor, Javier Menéndez Flores, dedicó varios años ha rastrear lo más importante del compositor, si queremos explicarnos su claro y necesario presente como poeta y músico: sus orígenes. Vino al mundo el 12 de febrero de 1949 y recibió el nombre de Joaquín Ramón Martínez Sabina. Su padre trabajaba para un equivalente mexicano de "la secreta" y su madre se dedicaba a criar a sus varios hijos.
4. Hasta ahí lo anecdótico. Se interna luego Menéndez por la historia concreta: la fundación del conjunto The Merry Youngs; el trato con su primer compañera de viaje; su inicio en la licenciatura de filología románica; el discreto pero menudo coctel molotov que puso junto con otros de su espíritu en el Banco de Bilbao, en Granada, que le cambiaría la existencia; sus años en Londres; su segunda mujer; su paso por los hospitales como camillero (š!); su regreso legal a España; su primera producción, Inventario...
5. De ahí en adelante todo cuadra, desde su amistad con Javier Krahe y Alberto Pérez al fundar La Mandrágora, hasta su más reciente poemario musicado, que eso es 19 días y 500 noches. Escribió Borges: "felices los felices"; feliz Sabina que, como revela su segundo biógrafo (el primero fue Maurilio de Miguel), se levanta diario a las ocho de la noche y todavía le sobre tiempo para hacer felices a sus escuchas.
Ť César Güemes Ť