LUNES 2 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Iván Restrepo Ť

Ayer sequía, hoy lluvias y desastre

Ayer nos quejábamos por la sequía que asoló las áreas agrícolas y ganaderas de varios estados del país e hizo más pobres a sus habitantes. Hoy lamentamos los daños que causan los aguaceros, que lo mismo destruyen cultivos a punto de cosecharse que poblaciones ubicadas en sitios inadecuados.

Para eludir su responsabilidad en torno a las tragedias registradas, algunos funcionarios echan mano de un viejo recurso: tratar de ocultar que el agua de lluvia es indispensable para la vida en el planeta, las cosechas en el campo, la industria, el desarrollo de los asentamientos humanos, grandes y pequeños, en fin, para las diversas actividades humanas.

En cambio, bien harían en reconocer que los daños que en los últimos meses han causado las lluvias y los huracanes, tanto en años anteriores como en estos meses, se deben, en buena parte, a errores humanos, a la falta de visión de largo plazo y a la corrupción. Algo suficientemente documentado en las tragedias de años anteriores, cuando dos huracanes suficientemente conocidos, Gilberto y Paulina, dejaron muertos, daños materiales a la obra pública y desajustes ambientales.

Por principio, debemos reconocer la carencia de una política de desarrollo urbano y social, capaz de evitar que los marginados levanten sus viviendas en áreas de probada fragilidad, como son las cañadas, laderas, orillas de ríos y barrancas.

En algún cajón del organigrama administrativo deben estar guardados los lineamientos de política urbana, repetidos sexenio tras sexenio, que prometían impedir de una vez por todas que los asentamientos humanos crezcan sin considerar los elementos básicos de una auténtica planeación. Como enseñan en el vecino estado de México los casos de Chalco y Chilmalhuacán, son los más inconfesables intereses políticos, los caciques y cacicas, los que imponen su ley y fijan el patrón de crecimiento de las ciudades de los pobres y de los cinturones de miseria.

Luego está también la carencia de drenaje en las colonias populares y, si es que existe, es de mala calidad y pésimo mantenimiento. En este rubro abundan evidencias de corrupción y previsión a la hora de realizar tales obras.

Después se encuentra el azolve por la basura y la erosión de la tierra, que afecta ríos, arroyos y demás cauces naturales del agua; la falta de árboles impide aminorar el efecto de la lluvia sobre el suelo.

Finalmente, tenemos un sistema de prevención de desastres que no actúa a tiempo, ya que por lo general llega tarde adonde se le necesita, evidenciando falta de coordinación con las dependencias que deberían atender a los damnificados.

Por fortuna, cada vez la población cree menos en los mensajes de quienes quieren culpar a la lluvia de los daños que ocasiona en varios estados de la República, tratando así de ocultar las fallas humanas. Lo urgente y sensato es corregirlas y hacer que el agua sirva a los grandes proyectos nacionales, en vez de que se desperdicie y cause destrucción, como pasa con tanta frecuencia. En paralelo, se debe garantizar el sano crecimiento de los asentamientos humanos, la calidad de la obra pública, la honradez a la hora de adjudicarla y realizarla, y los sistemas de prevención de desastres. En estos temas, el equipo de expertos de Vicente Fox no ha dado a conocer planteamiento alguno, lo cual es signo poco alentador.